martes, 30 de agosto de 2005

París, 29 de agosto de 2005

Mi querida Ofelia,

Asistimos a la boda de Luisa y Nicola en la pequeña y calurosísima iglesia de Santa Ana, allá en la tirrénica Isla Verde. En plena boda, el cura daba un sermón que parecía interminable, hasta que un señor dijo en voz muy alta: Ma Dio mio, con questo caldo e lui non finisce! (¡Pero Dios mío, con el calor que hace y él no termina!) El cura y casi todos los asistentes a la ceremonia se echaron a reír. A continuación el sacerdote prometió ser breve, y lo fue. La iglesia estaba bellamente decorada con ramos de rosas anaranjadas.

Anna y Vincenzo, los padres de la novia, amigos nuestros, estaban tan elegantes y parecían tan jóvenes, que se podía pensar que los novios eran ellos. La novia era una belleza itálica meridional, como aquella Silvana Mangano de la famosa película italiana "Arroz Amargo", mientras que el novio parecía un gallito de pelea. El ser bajito no es ningún impedimento para llegar a ser "grande", recordemos que Napoleón, Chaplin y Madero, fueron hombres de pequeña estatura y sin embargo dejaron sus huellas en nuestras mentes. Además, sabemos que los denominados Países Bajos, son ricos y poseen una gran historia. Los felices recién casados irán a vivir en las lejanas tierras de América, allá en New Jersey, en donde la novia pasó su niñez y está instalada desde el siglo pasado, una rama de su familia materna. (Continúa)


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