domingo, 5 de marzo de 2006


Posted by Picasa [César Évora. Foto de Archivo]

Artes Escénicas

La ceremonia de entrega del premio será el martes 21 de marzo en el Teatro Nacional de Santo Domingo.

Redacción EER

jueves 2 de marzo de 2006 13:30:00

El actor cubano César Évora recibirá el premio Casandra Internacional que otorga la Asociación de Cronistas de Arte (Acroarte), de República Dominicana, en una ceremonia que se realizará el martes 21 de marzo en Santo Domingo, informó El Nuevo Diario.

Según el diario dominicano, Évora dijo sentirse muy feliz de recibir este premio, pues es uno de los más importantes de Latinoamérica.

El actor, famoso por sus actuaciones en telenovelas, ha formado parte del elenco de La madrastra, Entre el Amor y el Odio, El manantial, Abrázame muy fuerte, Laberintos de pasión y El Privilegio de Amar, entre otras.

Nacido en La Habana, el 4 de noviembre de 1959, Évora estudió Geofísica para dedicarse a la búsqueda de petróleo y minerales, y aunque quiso dejar la carrera, no lo hizo porque tenía que pasar el servicio militar.

En Cuba estudió cine, pero se decantó por la actuación. Ha trabajado en películas como La bella del Alhambra y Un hombre de éxito, de mediados de los años ochenta.

A inicios de la década del noventa se estableció en México, y en 1999 se convirtió en ciudadano de ese país.

El artista, quien estará en el filme dominicano sobre las hermanas Mirabal, arribará a Dominicana el sábado 18 de marzo, procedente de México.

La Asociación de Cronistas de Arte anunció que los premios Casandra se transmitirán en vivo en Dominicana el martes 21 de marzo a través del Telecentro, canal 13, y RNN, canal 27.

Posted on Sun, Mar. 05, 2006

JORGE EDWARDS
El País

Volvemos de cuando en cuando, por caminos diversos, en un sistema constante de reapariciones, al tema, que parece viejo, pero que se renueva a cada rato, de las vanguardias.

Las vanguardias fueron la gran revolución estética del siglo pasado, pero si uno las examina de cerca, llega a la conclusión de que fueron movimientos revolucionarios llenos de precursores, ampliamente anunciados. Los gérmenes del surrealismo, del creacionismo, del suprematismo, de los numerosos ismos de los años 1910 y 1920, ya se encontraban en la literatura y en la pintura románticas.

Y a poco andar se notó, porque de hecho existía de antemano, una contradicción profunda, insuperable, entre la vanguardia estética y las revoluciones políticas de la misma época: contradicción que también era antigua, que se renovaba entonces y que vuelve a renovarse ahora.

Me encuentro por azar, entre los papeles de este verano del hemisferio sur, con una entrevista reciente al pintor cubano Waldo Díaz-Balart. Waldo Díaz-Balart o Waldo Balart, como se lo conoce en el mundo de la pintura española, es un exacto contemporáneo mío y ha vivido todos estos años en Madrid.

A pesar de esto, no había escuchado hablar de él nunca. Viví un tiempo en Cuba, recibo ecos de la vida cubana a cada rato, de la del interior y la del exilio [. . .], y sin embargo no sabía una palabra de este Waldo Balart.

Hay una parte de culpabilidad mía en esta radical ignorancia, no lo niego, pero también influye un fenómeno propio de las revoluciones, una contradicción profunda. Las revoluciones se hacen para luchar contra la injusticia, pero producen de una manera inevitable sus injusticias propias, de otra naturaleza, mucho más difíciles de subsanar que las antiguas.

Desde que salí de Cuba hace ya un poco más de treinta años, me encuentro cada cierto tiempo, a distancia o en forma personal, con seres humanos interesantes, valiosos, de talento y de carácter, que la revolución ha silenciado de un modo implacable. La revolución es una máquina de exaltar a determinados personajes y de tragarse a otros: es un mecanismo incansable, voraz, que pone a unos en un pedestal y que tritura y destruye a otros, a menudo a los mejores.

No sé si existe alguna excepción a esta regla. No sé si las revoluciones libertarias, independentistas, de América del Norte y del Sur podrían considerarse excepciones. [. . .] Si las repúblicas hispanoamericanas son hijas de una revolución, probablemente son hijas torcidas, o prematuras, y de ahí los problemas que arrastran hasta el día en que escribo estas líneas.

En una de mis etapas en París, en los comienzos de la década del 70, solía visitar a un arquitecto cubano exiliado, Ricardo Porro. Era uno de los grandes arquitectos de su generación, ampliamente respetado en Francia por sus pares, pero uno tenía la impresión de que el exilio, el exilio sin vuelta posible, reforzado, además, por el silencio, lo iba destruyendo en forma inexorable, como una especie de enfermedad crónica.

Es mucho más fácil, me dijo un día Carlos Franqui, ya no recuerdo en qué parte del mundo, ser exiliado chileno, víctima de un gobierno internacionalmente repudiado y además con la esperanza cierta de regresar al país en un día no demasiado lejano, que ser exiliado de Cuba y del castrismo.

Había una foto suya en un balcón en compañía de Fidel Castro y de otros dirigentes, ampliamente publicada en los años iniciales, y después, en años más recientes, había sido publicada de nuevo, pero retocada, con él suprimido. En otras palabras, los disidentes, los respondones, los incómodos, estaban destinados a desaparecer de la historia y de sus testimonios. El sentido de esos ''retoques'' no podía ser más claro [. . .].

No hay que olvidar que también existían los exiliados interiores, los muertos en vida, pero adentro, en los laberintos descascarados de La Habana o de las ciudades de provincia.

Una vez, allá por enero de 1971, salí del departamento de Pepe Rodríguez Feo, al final de una tertulia interesante, incluso apasionante, pero temerosa, entre susurros, y divisé una sombra que se deslizaba por un corredor, miraba de reojo y después se encerraba en un cuarto oscuro. Era, me explicaron en voz baja, Virgilio Piñera, uno de los grandes escritores silenciados de ese tiempo, uno de los muertos en vida más ilustres.

Son historias increíbles del sello de la revolución. La cara son los García Márquez, los Julio Cortázar, los Eduardo Galeano, y yo me quedo sin la más mínima vacilación con el sello. Ahí, desde hace ya más de treinta años, están todas mis simpatías. No lo niego en absoluto, y tengo conciencia de haber tenido que pagar por esta elección un precio bastante alto.

Pues bien, vuelvo a mi nuevo descubrimiento, a este resucitado reciente. Waldo Balart, este artista contemporáneo de quien no había escuchado hablar una sola palabra, cuenta que salió de Cuba apenas Fidel Castro tomó el poder en 1959. ¿Por qué? Porque a él no le cupo ``ninguna duda de lo que iba a suceder''.

Si uno comenta el caso con algún funcionario, con un cubano del castrismo, la respuesta es de cajón. Balart, que vivía en la isla, trabajaría en algún museo, en alguna academia de pintura, en la sección de arte de algún periódico, y sería, por consiguiente, un ''repugnante colaborador'' con la dictadura de Fulgencio Batista.

Pero en el caso suyo había un notable elemento adicional, una situación extraordinaria y comprometedora. Waldo Balart era hermano de Mirta Díaz-Balart, la primera esposa de Fidel Castro, la madre legítima de su hijo Fidel, más conocido en Cuba como ''Fidelito''. En otras palabras, era cuñado, ni más ni menos, del Comandante en Jefe, y optó por huir a los Estados Unidos en la primera ocasión. Conocía demasiado bien al personaje, lo tenía dentro de la familia y prefirió tomar una prudente distancia.

El caso de Waldo Balart, como el de Ricardo Porro, como el de otros artistas cubanos que me tocó encontrar en Francia a comienzos de la década de los 60, es un perfecto ejemplo del conflicto insuperable entre la revolución estética que practicaban las vanguardias y la revolución social y política.

En la entrevista afirma que tenía gran interés en el suprematismo del ruso Malevich y en la tendencia llamada ''concreta'' de pintores como Piet Mondrian. Ya me imagino lo que podrá haber sido una conversación de sobremesa entre Balart y su cuñado Fidel Castro acerca del suprematismo, del constructivismo, de Mondrian y sus formas depuradas, geométricas, no figurativas.

El artista llegó a Nueva York, se inscribió en cursos del Museo de Arte Moderno, el MOMA, y pronto se incorporó a los ambientes de pintores todavía poco conocidos como Frank Klein, De Kooning o Andy Warhol. Observó de cerca los experimentos que hacía Andy Warhol en el cine, donde trabajaba con seres marginales, drogadictos y travestidos, gente que en Cuba habría ido a parar en menos de lo que canta un gallo a las famosas Unidades Militares de Ayuda a la Producción.

Balart, que al cabo de algún tiempo emigró de Nueva York a Madrid, se hace algunas preguntas esenciales acerca de lo que sucedió en su país. Como suele suceder con la gente de su profesión, no es hombre de muchas palabras, de gran facilidad expositiva, pero ha leído mucho y tiene una cultura filosófica interesante. Después de meditar un rato, llega a una conclusión tajante, que podemos compartir o no compartir, pero que no podemos descartar de un manotazo.

''Castro está ahí porque lo quisimos nosotros'', declara en la entrevista recogida en el número de enero de este año de la revista Cuadernos Hispanoamericanos. ``Porque no supimos ver a tiempo la terrible amenaza que se cernía sobre el país. A veces pienso que los cubanos nos suicidamos, así como lo hicieron los argentinos y ahora mismo lo están haciendo los venezolanos''.

Salvarse, al final, es una cuestión de salud, de energía, de perseverancia, de lucidez sin concesiones. Fidel Castro cumplirá 80 años en el 2006 y Waldo Balart cumplirá 75. El se propone, con entusiasmo juvenil, viajar de inmediato a Cuba después de la era de Fidel. Habrá mucho que hacer, piensa, y se declara dispuesto a darlo todo.

Una prueba de su vigencia es que los jóvenes cubanos que viajan a Madrid llegan a visitarlo y se entienden de inmediato con él sin la menor dificultad. Como alguien me dijo en un contexto muy diferente, la historia es lenta, y avanza, me permito agregar, por senderos enteramente imprevisibles.

Severo Sarduy, Cabrera Infante, Virgilio Piñera, entre muchos otros, no alcanzaron a vislumbrar el final del túnel, pero algunos lo verán y otros incluso saldrán y encontrarán otro paisaje. En otras palabras, los suicidados de la historia tendrán la opción de resucitar.



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Posted on Sun, Mar. 05, 2006

OLGA CONNOR

No sólo es un drama de una familia cubana atrapada en la crisis de una dictadura y una revolución, sino también una colaboración de ''familias'' el filme de Andy García La ciudad perdida/Lost City, que se estrena hoy en el Festival Internacional de Cine de Miami presentado por el Miami Dade College.

Son su ''familia'' del cine, que colaboró con él por salarios mínimos según los reglamentos del sindicato, su ''familia'' de actores cubanos, que se conocen desde su época de secundaria en Miami, y su familia íntima, lo que fue económico, en una cinta de presupuesto mínimo.

''Absolutamente'', me confirmó Andy García, ''a la mayoría de esta gente las he conocido por más de 20 años. Y al que no conocía, que vino a hacer la parte de mi hermano [Luis, ``Peligro'', del Directorio], Néstor Carbonell, es ahora como mi hermano, un actor consumado. Enrique Murciano [otro hermano en la película, el fidelista], es mi ahijado en la vida real''. También lo es Richie Márquez, Rega en la cinta. ''Joe Drago [uno de los productores] es como otro hermano'', dijo. El productor general, Frank Mancuso, Jr., es el hijo de quien le dio por primera vez el espaldarazo para que iniciara el proyecto. Víctor Rivers, como El Indio, matón del gobierno de Batista, y Steven Bauer, como Castel, su jefe de policía, son antiguos compañeros de la secundaria de Miami. Y todos trabajaron por el mínimo, incluso Dustin Hoffman y Bill Murray.

Originalmente se hablaba de Javier Bardem, Benjamin Bratt, Benicio del Toro, Robert Duvall, Hoffman, Tomás Milián y Murray, como integrantes del reparto. A última hora, cuando se fue a filmar La ciudad perdida a República Dominicana, en el verano del 2004, muchos de estos nombres reconocidos en Hollywood, amigos de Andy, no podían venir, porque tenían otros proyectos. Quedaron sólo: Hoffman, como el gángster Meyer Lansky, en un rol de camafeo; Milián, el profesor universitario Don Federico, padre de la familia, que lloró después de filmar su última escena, cuando se despedía de Santo Domingo, porque la historia le tocaba muy de cerca; y Murray, presencia constante en los diálogos con el protagonista, y alivio cómico, en el papel del escritor del guión, Guillermo Cabrera Infante. A éstos hay que añadirle Millie Perkins, amiga de la familia de Andy, en el rol de Doña Cecilia, la madre de Federico ''Fico'' Fellove (papel que interpreta Andy García).

Hay además la ''familia'' de actores cubanos en La ciudad perdida. Además de Milián, Carbonell, Murciano, Bauer y Rivers, se puede ver a Mario Ernesto Sánchez, director del Festival Internacional de Teatro, como primer inspector revolucionario; al actor y comediante Rubén Rabassa, como Pizzi, el fiel edecán de Batista; a Lorena Feijoó, primera ballerina del San Francisco Ballet, como Leonella, danzarina principal del cabaret El Trópico y amante de Fico, y al grupo de danza afrocubana de Miami Ifé Ilé, que dirige Neri Torres, entre muchos otros.

Pero también colaboran los que le tocan más de cerca, sus cuatro hijos, que siempre ha resguardado de la prensa. Dominik García-Lorido, su hija mayor, que quiere llevar el segundo apellido por su mamá Mariví Lorido, aparece como Mercedes, esposa del ''fidelista'' Ricardo, cuñada de Fico -es decir, de su papá Andy García. Dominik, educada en la cultura cubana, porque su padre Andy es un apasionado de esa cultura, es una de las cinco mujeres del filme donde participan 41 actores.

El hijo de Mercedes en la cinta es el menor de Andy, Andrés Antonio. 'Tenía la edad correcta [dos años y medio] y era `barato', además se llevaba bien con la 'madre', es decir su hermana'', dijo Andy. ''Aparece en la película con el nombre de Andrés, por si acaso, para que no se equivoque cuando le hablen''. En Santo Domingo filmó una escena también Alexandra, la más pequeña, haciendo el papel de extra con sus primas. ''Desgraciadamente, esa porción de la película no llegó hasta el final, tuvimos que cortarla'', explicó el actor. ``Pero mi hija del medio, Daniella Victoria, sí tiene una escena en la parte de Nueva York, con Bill Murray y conmigo. Hace el papel de camarera en un restaurante chino cubano''.

La película va dedicada a dos padres, el de su esposa, Ramón S. Lorido, que murió durante la filmación, y René García, padre de Andy, conocido como el ''Alcalde'', fallecido hace años. ''Le decían el Alcalde espiritual de su pueblo Bejucal'', explicó Andy, ``y se le quedó ese nombre''.



Posted by Picasa [Julieta Campos]

Posted on Sun, Mar. 05, 2006

By MADELINE CAMARA
Especial/El Nuevo Herald

No alcancé a escucharla cuando se presentó en la Feria del Libro de Miami. Julieta Campos sigue siendo para mí una voz literaria y la memoria de un breve contacto telefónico cuando gentilmente aceptó participar con un texto en mi antología La memoria hechizada (Icaria, 2003, Barcelona). Residente en México desde el año 1954, Campos ha publicado una sólida obra en la que figuran, entre otros, narrativa (Celina y los gatos, 1968 y El miedo de perder a Eurídice, 1971), teatro (Jardín de invierno, 1989), así como en ensayo (El oficio de leer, 1971), explorando en este último género temáticas sociales candentes de su país adoptivo que le ha premiado con el alto galardón literario del premio Xavier Villaurrutia (1974). Una recopilación de su ensayística acaba de ser publicada por el Fondo de Cultura Económica el pasado año. Comentando sobre esta doble vocación suya, Campos nos deja este magnífico resumen de su trayectoria como escritora: ''Escribir sería transitar entre la experiencia estética y la solidaridad ética''. Sabiendo entonces que ella, como Dulce María Loynaz y Nivaria Tejera, es de ese tipo de escritora que ''vigila'' su entorno, realmente me estimulaba leer la novela que sobre su Cuba natal le tomó ''23 años'' pensar: La Forza del destino, Alfaguara, 2004. Satisfecho el deseo, la lectura me entregó una obra maestra de relato polifónico, y una acerba crítica a la utopía que hemos todos construido sobre el destino de la pequeña isla.

Hubiera debido decir quizás que se trata de una novela histórica, pero tomo prestada la categoría de ''polifónica'' del teórico Mijail Batjin para subrayar lo que Campos ha dicho en entrevista con el diario mexicano El Universal: esta es una obra donde importan más ''las voces'' que ''La Historia''. Voces de catorce generaciones, encarnadas en personajes inspirados en los descendientes maternos de Campos, se empastan en ''tres tempos'' en un recorrido por el desarrollo de la nación cubana. La colonia, narrada con morosidad, la república también profusamente contada pero con más vivos contrastes, y revolución y exilio, en ritmo ''frenético'' nos avisa la propia autora.

¿Qué justifica esa estructura para moldear la ambiciosa mirada sobre más de cinco siglos? Campos ha sido, y seguirá siendo, una escritora experimental, alguien que padece la pasión por la forma, y creo que esta modulación, obediente a la música, es su respuesta como creadora a la fusión de investigación y ficción que domina su obra, donde reconstrucción de época, dibujo de sensiblidades, y tratamiento tonal de la palabra son elementos indisolubles.

He privilegiado a propósito el término sensibilidades sobre el más clásico de caracteres para definir los personajes y los narradores/as en Campos. Cultora de una prosa que la crítica ha ubicado como seguidora del llamado nouveau roman, no era de esperarse que la autora cubano-mexicana usáse una recia pluma balzaciana a la hora de escribir una novela histórica, sino más bien los tonos de Proust. Campos lo ha confesado: ''El verdadero protagonista es el tiempo...'', refiriéndose a su última novela.

Otra peculiaridad estilística de esta novela histórico-polifónica es la sutil analogía que se traza entre Geografía e Historia, como ciencias que nos guían para interpretar un país, efecto que el lector aprecia a través del personaje del científico y humanista Carlos de la Torre. En la página 615 de la voluminosa obra, el sabio naturalista revela a partir del hallazgo de un fósil del Megalocnus, (vulgarmente conocido por ''uñas grandes'') ''que Cuba no fue siempre una isla, dado que este animal, cuya existencia está probada en territorio firme americano, no pudo viajar por mar hasta nuestra isla''. Corolario: la insularidad y su correspondiente excepcionalidad no son un destino manifiesto marcado por esa ''maldita circunstancia del agua'' que han cantado nuestros poetas. Apunto el pasaje sólo como un ejemplo de la forma en que Campos critica nuestro empeño en ser diferentes.

Los aspectos que marcan el género del narrador/narradora, así como la relación que estas perspectivas establecen con la autora misma, como sujeto parte de la identidad cubana, merecerían un comentario más detallado. La propia Campos, en un impulso explicable en quien ha hecho estudios académicos de literatura, aunque no sé si acertado como colofón, deja al final del libro una serie de preguntas y explicaciones que ayudan a desenrollar el ovillo de estas voces que bregan por sobreponerse unas a otras en la gran coral. Cada cual busca encontrar el modo de fijar su experiencia vital dentro del marco mayor del proceso de formación y desarrollo de la nación. Y parece decirnos La Forza del destino que un país no es más que la summa ( el ''zumo'') de todas estas historias con minúscula. Por el momento sólo me detengo a subrayar la creación de la metáfora de la neblina en la magnífica introducción de la novela para enfatizar en la opacidad y la condición efímera de todo esfuerzo de indivualizarse como voz en un tan complejo y cambiante entramado, mucho menos querer retener la última palabra sobre nuestro destino.

Desde Cecilia Valdés hasta el El color del verano, todos obsesionados, muchos desde el exilio, viviendo vicariamente desde la lejanía.

En Julieta Campos, este esfuerzo por crear un collage más que un fresco me parece que dice mucho del modo en que ella considera la objetividad artística, que en su ficción no es más que una ''subjetividad otra'', lúcida y no nostálgica. En lo que ella misma ha caracterizado como ''empeño en reconciliarse con su pasado'', el último ejercicio narrativo de la escritora se inscribe como pieza de orfebrería en tratar de entender quiénes somos como pueblo.



Posted by Picasa [Sergio Lastres]

By JOSE ANTONIO EVORA
El Nuevo Herald

Sergio Lastres pinta movido por la urgencia. Teme que si le dedica meses a un mismo cuadro la idea original se disuelva, y en su lugar aparezcan las secuelas de la rutina y el cansancio.

''Esa inmediatez se nota'', dice el pintor cubano radicado en Miami hace 11 años, cuya exposición personal Alegorías estará abierta al público todo el mes de marzo en la galería Domingo Padrón, de Coral Gables. ``Me ha ocurrido que no he llegado al final de un cuadro con la misma fuerza con la que empecé a hacerlo. Con la impronta de la urgencia queda latente lo que quería decir. Hay elementos que hablan de esa urgencia, como el uso de imágenes inconclusas''.

Está muy lejos de parecer autodidacta, a pesar de que lo es. Pinta desde pequeño, y hasta matriculó en San Alejandro, la más prestigiosa academia de pintura habanera, pero fue a clases sólo el primer día. La escuela quedaba tan lejos, que para ahorrarle al muchacho los largos viajes de ida y vuelta su padre decidió transferirlo a una secundaria cercana. Ahora Lastres reconoce que, de haber tenido la madurez suficiente para darse cuenta de lo importante que esa decisión iba a ser en su vida, la habría desafiado.

En sus cuadros abunda la figura humana hecha con rigor académico, pero casi nunca sobre fondos de paisajes realistas. El contexto es caprichoso, y a menudo también el juego de la figuración. Tanto, que en ciertos casos asoma demasiado la influencia de Dalí, reconocida por Lastres y considerada por él una lógica consecuencia de la admiración que siente por el genio catalán.

El año pasado, la editorial argentina Novelarte le concedió el primer premio de su concurso anual, dedicado a obras en las cuales se den la mano la plástica y la literatura. Lastres menciona la pieza ganadora --un caballo cuyas patas se deshacen en cintas-- como ejemplo de la influencia de Dalí. Al principio era inconsciente, dice, pero ya no, y de lo que está muy consciente ahora, sobre todo desde el punto de vista técnico, es de cómo hacer para alejarse de ella y seguir marcando su propio rumbo.

La abstracción le tienta. Sin embargo, no quiere renunciar al dibujo. Su meta es lograr un balance en el que la figuración y la abstracción puedan ser explotadas simultánea, aunque no deliberadamente. Para lograrlo ha apostado al automatismo.

''Al automatismo de la mente, no al de la mano'', explica. ``A nivel consciente uno siempre cuida su imagen. La verdad es que no somos honestos. Si das rienda suelta a tu subconsciente desaparece el control que quieres tener sobre tu imagen. Cuando el que dicta es el subconsciente, no puedes dosificar la franqueza. Así hablas más claro que cuando te lo propones''.

Su experiencia como practicante de tae-kwan-do le dice que el entrenamiento sirve para condicionar reflejos. En un combate, recuerda, liberas la mente para que el cuerpo reaccione.

''Si piensas, no puedes hacer nada, y con la pintura pasa lo mismo'', asegura. ``Abro mi mente para que mi cuerpo reaccione a todo lo que está pasando. Detrás de los accidentes sale algo tuyo''.

Pone como ejemplo el último de los cuadros que hizo para esta exposición, el de un torso de mujer con peces rojos.

''Después que lo terminé me paré frente a él a leerlo, y resulta que es el que más dice de mí'', confiesa Lastres. ``Había hecho ya otros diez antes, y este salió casi por inercia''.

Los desnudos, tanto femeninos como masculinos, son frecuentes en su obra. En una reciente exposición en España, la galería estuvo a punto de desmontar dos de los cuadros, hasta que los dueños optaron por la curiosa paradoja de cubrirlos.

''El desnudo es como un instinto'', comenta el pintor. ``No puede estar fuera de mi trabajo, porque siento admiración por la belleza, no sólo la que nos proponen. Me gustan también la belleza ordinaria, e incluso la decadente. Cuando la gente se detiene ante un desnudo mira hacia los lados, y si viene alguien o hay otros cerca se van rápido. Pero si se pudiera grabar con una cámara oculta la reacción de una persona que se vea sola ante un desnudo, seguro que se recrea''.

jevora@herald.com


'Alegorías', exposición personal de Sergio Lastres. Galería Domingo Padrón, 1518 Ponce de León Blvd., Coral Gables. Hasta el 31 de marzo. De lunes a viernes, 10 a.m. a 6 p.m. (305) 444-9360.



Posted by Picasa Miriam Gómez

Por Carmelo Lattassa
EFE
El Nuevo Herald
Florida, E.U.
Distribuye: Paul Echéniz
La Nueva Cuba
Febrero 22, 2006

Hay quien dice que el verdadero amor se confirma después de muchos años, y que al lado de todo hombre genial hay una mujer superlativa. Este es el caso de Miriam Gómez (Cuba, 1940), todo el amor y toda la gloria del escritor Guillermo Cabrera Infante, fallecido hace un año. En una breve visita a Madrid, la actriz y viuda del escritor ha contado algunas anécdotas de su historia junto a Guillermo.

Acostumbrada a la mejor relación con intelectuales y escritores, Miriam Gómez muestra su gran elocuencia tras su asombrada timidez. Sin embargo, es dueña de una enorme presencia que le permite sugerir su papel en la relación con el escritor cubano.

'En Cuba, las casas tienen los apellidos de las mujeres, no de los hombres. En mi casa éramos las Gómez por mis hermanas y yo. Teníamos tres hermanos, pero eso no contaba para nada. Las casas se dividían por las Fernández, las Gómez, etcétera. Guillermo decía que el machismo en Cuba es `puro buche y pluma no más', porque la verdadera realidad de Cuba es la canción de María Cristina. Esa que dice que 'María Cristina me quiere gobernar...' porque es quien realmente manda en la casa. En la isla, quien manda es la mujer. Pero con Guillermo, nada de eso hizo falta'', comenta.

El recuerdo de los espacios del pasado, su relación con la hispanidad, la sitúan de nuevo en la isla.

ATALAYA EN EL EXILIO

''Yo salí de Cuba, con la isla a cuestas'', cuenta Miriam Gómez a quien su marido la eternizaría junto al apellido. No hay Miriam sin Gómez...

'Y nos fuimos a otra isla --Inglaterra--. En nuestra casa de Londres la gente iba y venía. A ella llegaron muchos escritores y nosotros fuimos creando una atmósfera particular. Recuerdo que una noche Guillermo se tomó un calmante para el dolor y, como apareció una visita, se tomó una copa de champán y se mareó. Yo intenté mantenerlo despierto, que no se durmiera. Todo gracias al cine, porque lo había visto en las películas que si alguien se envenena hay que pasearlo. Así que él iba y venía andando mientras esperábamos a que llegara el médico. Cuando llegó el galeno se quedó completamente alucinado porque eso no parecía la casa de un londinense, y se preguntaba `¿dónde estoy?' Porque lo que allí vio no le parecía real. Mi apartamento es una isla dentro de una isla'', añade.

Cada espacio personal, cada lugar común la confronta con una doble realidad, el significado de una gran urbe como Londres y la experiencia de ser extranjera.

''Teníamos poco trato con los londinenses porque ellos no tienen intelectuales. Poseen esa lengua, esa escritura maravillosa que lo resume todo, pero tienen una ignorancia total sobre todo lo que ocurre fuera de su isla y nosotros, que hablamos en castellano, finalmente nos relacionábamos en general con hispanos'', matiza.

CUBA Y EL AMOR POR LA LITERATURA

Sobre la relación que existe entre la isla caribeña y la literatura, Miriam Gómez dice: ``En Cuba hay una locura por la literatura que viene de hace mucho tiempo. En el siglo XIX hubo un poeta maravilloso llamado Julián del Casal (Cuba, 1863--1893), que era tuberculoso y en una cena le dio un ataque de risa y se murió. Lezama Lima le dedicó un poema bello. Bueno pues, Julián del Casal, que era muy pobre, vivía en una habitación en La Habana en la que, al entrar, era como estar en París. Todo era chinesco, afrancesado. Y todo esto era porque en la isla existía una gran obsesión por Francia y toda la literatura francesa que pasaba por París. No se miraba a Estados Unidos. Los norteamericanos iban a Cuba a pasar las vacaciones, no a generar cultura.

Julián consiguió un dinero para ir a París y se acercó a Madrid, pero tuvo que volver a Cuba porque no soportaba vivir fuera de la isla, como le pasó a Virgilio Piñeira o a Gastón Baquero. El cubano suple sus carencias económicas con el hambre por la literatura. No porque todos supieran leer, sino porque al ser un país tabacalero, la gente oía las historias de Tolstoy y otros a través de un lector, mientras liaban el tabaco. Los trabajadores escogían lo que querían escuchar mientras liaban y todo el mundo sabía cuáles eran las grandes obras''.

LA HABANA Y EL PASADO NO TAN REMOTO

Sobre sus primeros años en los que salió de su pueblo, Miriam recuerda: ''Yo llegué a la capital porque estábamos en la edad de casarnos y fuimos a La Habana para encontrar casamentero. Allí fui a la escuela pública y tuve una maestra maravillosa, que se llamaba Hilda, que vivía con un vasco que tocaba el contrabajo. Yo llegué con acento del campo diciendo palabras como ``amol'', en lugar de amor. Todavía en mi familia lo dicen, yo estoy un rato con ellas y salgo hablando así. Esa maestra me enseñó muchísimos poemas, y me enseñó a cultivar el amor por la literatura.

``Recuerdo que vivíamos en una sola habitación un montón de personas. Tantas, que una noche entró un ladrón en casa y no pudo robar porque no había donde poner un pie. Todo lo que pudo llevarse fueron unos plátanos que estaban en el patio. Esta maestra me enseñó a hablar y me apuntó en la escuela de arte dramático. Con 15 años entré en esa escuela, donde aprendí mucho. Estudié de todo, completamente gratis. Ahí fue donde conocí a Guillermo, y aprendí a hacer de todo''.

Sobre como comenzó su relación con el escritor, su viuda dice: ``Yo iba en el autobús y pasaba cerca de la revista Carteles, que era en la que Guillermo trabajaba. La primera vez que lo ví se me sentó a un lado en el autobús y empezó a desnudarme con la vista. Yo pensé que era un loco y, cuando me bajé, él se bajó trás de mí. De pronto, me coge por la mano y me dice que yo no sabía cruzar la calle. Yo estaba aterrorizada. Entro en la academia y él entra también y sube directamente a la dirección. Yo me quedé muy extrañada. De pronto, el director me llama. Yo estaba temblorosa pensando que iba a pasar algo malo porque nunca me habían llamado a la dirección. Entonces el director me lo presenta como a un gran amigo suyo periodista. Cuando salí de la academia él estaba esperando, y justo en ese momento pasaba una actriz casada con un escritor, y lo saludaron. La verdad es que yo nunca le pregunté a Guillermo si él había preparado todo aquello. Ahora lamento no haberle preguntado''.

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