lunes, 15 de mayo de 2006

Posted on Sun, May. 14, 2006
IVETTE LEYVA MARTINEZ

Especial para El Nuevo Herald

Hace 35 años el sacerdote cubano Alejandro López emprendió una cruzada contra la pobreza en el departamento de Choluteca, en Honduras, y desde entonces su peculiar obra ha transformado las vidas de miles de personas.

El padre Alejandro es el fundador de la Asociación San José Obrero, una organización privada de desarrollo orientada a generar empleos y que posee fábrica de guantes de trabajo, taller de muebles de madera, imprenta, clínica médica, programa de ecoturismo, instituto de capacitación técnica y proyectos de construcción y reparación de viviendas.

Su proyecto social tiene una importante base de apoyo en Miami, adonde viene dos veces al año desde hace dos décadas. Aquí recoge donaciones de ''todo lo que sobre en casa'' que luego usa con diversos fines en Honduras. A fines del año pasado, el padre Alejandro llevó 44 contenedores al país centroamericano, y ahora espera llevar menos de 40 a causa del creciente costo de los fletes.

Lo encontré en el estacionamiento de la iglesia St. Michael, rodeado de voluntarios e interrumpido constantemente por la llegada de donativos.

Habanero del barrio de Marianao, también se siente hondureño después de vivir 41 años en el país centroamericano y confiesa que ha perdido ``la rapidez y el alboroto de los cubanos''.

Estudiaba en el seminario San Alberto Magno de Colón, en Matanzas, cuando decidió solicitar su salida de Cuba para continuar estudios en Canadá. Corría el año 1961 y el ambiente ya estaba enrarecido en contra de la Iglesia Católica. ''Otros dos seminaristas y yo solicitamos la visa de turismo, pero se demoraba. Cuando explicamos nuestro verdadero objetivo, el gobierno cubano nos facilitó la salida de forma inmediata'', recordó.

Tras estudiar cuatro años en el Seminario de Misiones Extranjeras de Montreal, y ante la imposibilidad de regresar a Cuba, decidió seguir al sacerdote canadiense Marcelo Gérin, quien era obispo de Choluteca.

Llegó a Honduras en el año 1965, cuando la Iglesia estaba en pleno proceso de efervescencia por el Concilio Vaticano II. El joven cubano participó durante varios años en celebraciones de la Palabra de Dios en toda Centroamérica hasta que en 1971 fue ordenado sacerdote y destinado a la parroquia de San José Obrero en Choluteca, semiabandonada en una zona marginal.

''Pasé varios meses sin saber a ciencia cierta qué hacer. La gente venía a pedirme trabajo que yo no podía ofrecer, cartas de recomendación que yo no podía dar, porque nadie me conocía, en fin, todo tipo de ayuda'', relató.

Empezó a organizar un pequeño dispensario con las donaciones de la organización católica Caritas, pero pronto se percató de que enfrentaba un problema mucho más amplio y complejo. ''El problema del nivel de vida'', apuntó el sacerdote. ``Y recordé la Biblia: ganarás el pan con el sudor de tu frente''.

El padre Alejandro inició pequeñas empresas --de hierro forjado, de madera tallada-- que fracasaron rápidamente.

Consiguió las máquinas con una fundación de desarrollo en Tegucigalpa, obtuvo la materia prima, y se hicieron los primeros guantes después de descoser y examinar uno hecho en México. En esa fábrica trabajan actualmente más de 30 personas.

En 1972 el padre Alejandro fundó la Asociación San José Obrero, inspirada ''en el Evangelio de Jesús de Nazareno y en la Enseñanza Social de la Iglesia'' con el fin de erradicar la pobreza de ''forma práctica, participativa y autosostenible''. Además de presidir la organización, sigue oficiando como sacerdote de la parroquia de San José Obrero.

Prefiere lo que él llama la ''caridad promocional'' a la caridad asistencial, la práctica más extendida dentro de la Iglesia Católica.

''Creo que practicar solamente la caridad asistencial conduce a crear más dependencia y alienación, enseña a la gente a simular pobreza con tal de obtener ayuda de los sacerdotes'', consideró. ``En nuestros países ser pobres es una profesión y la gente quiere ser adoptada por un estado paternalista. En ese sentido, Cuba y Honduras, por distintos caminos, han llegado a convertirse en orfelinatos''.

Actualmente el Instituto de Capacitación Técnica de la Asociación, INCATEC, tiene 300 alumnos que estudian reparación de computadoras, computación, costura, refrigeración y aire acondicionado, entre otros oficios. Más de 15 mil jóvenes han pasado por sus aulas desde su creación en 1981.

Los equipos electrodomésticos dañados que se recogen en Miami sirven de material de estudio a los jóvenes de INCATEC, quienes aprenden a repararlos. Otros objetos son usados en el proyecto de viviendas de la Asociación, que en 23 años ha beneficiado a más de 6,000 familias de Choluteca. La mayor parte de las donaciones se vende y las ganancias se invierten en los diferentes proyectos.

''Nuestro trabajo aquí en Miami es un testimonio profético en contra del consumismo desenfrenado'', opinó el sacerdote. ``Es importante darle valor a las cosas, no tirar lo que puede servirle a otros''.

La mayoría de los donantes son cubanos de la tercera edad, y el padre Alejandro no esconde su deseo de recibir más apoyo tanto de los descendientes de exiliados cubanos como de hondureños y de otras comunidades.

''Me gustaría que la obra la continuaran los más jóvenes, y que el día en que me enferme o me muera los hondureños siguieran el trabajo'', señaló. ``La Asociación es una obra de fe''.

El padre Alejandro recogerá donaciones en la iglesia St Michael (2987 W. Flagler) hasta el 22 de mayo, y del 23 de mayo hasta el 4 de junio lo hará en la iglesia San Lázaro (4400 W 18 ave de Hialeah), de 8 a.m. a 7 p.m.

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