lunes, 19 de junio de 2006

Lunes, 1 de mayo de 2006 - 18:37 GMT

Matías Zibell

BBC Mundo, Miami

Las marchas por los derechos de los hispanos en Estados Unidos, la polémica por las banderas ondeadas por los manifestantes y las reacciones dentro de la sociedad estadounidense han vuelto a poner al día el viejo tema de la identidad.

Las banderas de México, El Salvador y Ecuador que se vieron en las calles de Los Ángeles, Boston y Phoenix, entre otras, renovaron antiguos interrogantes, algunos válidos, algunos malintencionados.

¿A dónde pertenece uno en esta sociedad globalizada, al país donde nació o a la nación donde escogió vivir? es una pregunta que pertenece al primer grupo (preferimos ahorrarles las del segundo).

Dentro de Estados Unidos, la comunidad cubana -la tercera en número luego de mexicanos y puertorriqueños- es una de las más particulares, debido a su condición de exiliada política, los beneficios que goza a diferencia de otros grupos de hispanos y su rápida adaptación.

Para preguntar a los cubanos a dónde pertenecen, si se consideran cubano-americanos como los trabajos estadísticos los han bautizado o si han elegido una de las dos orillas, no encuentro mejor lugar que la calle 8, tan cubana como el malecón de La Habana.

Las dos orillas

En su tienda de habanos, que tiene la bandera cubana y estadounidense en la vidriera, Carlos Coba suspira cuando le pregunto hace cuánto llegó de la isla.

"¡Uh! Hace rato. En el año 53. Tengo 80 años. He vivido más aquí que en Cuba".

Carlos Coba recuerda que -cuando él llegó- en la calle 8 sólo había fincas y descampado.

Entonces qué se siente. ¿Cubano, estadounidense o cubano-americano?

"Uno no se olvida de la patria de uno, pero uno tiene que jalar más pa' aquí que pa' allá, porque has vivido más aquí que allá", me responde mientras me invita con un cigarro.

"Así que como aquel que dice, tengo dos patrias", remata.

Un solo lugar

Pero a pocas cuadras de la tienda de habanos, en la confitería Reyna que se encuentra en la 11 y la 8, escucho otra historia.

Benito Oyanis interrumpe su almuerzo -una tentadora sopa de pollo- para contarme que él dejó Cuba 28 años atrás.

Benito Oyanis no quiere saber nada del país que dejó.

"Yo me siento americano completo. Cuba no me interesa para nada".

Me cuesta creerle, debido al escenario en donde nos encontramos. Justo en ese momento yo estoy tomando una colada, ese maravilloso café cubano con más azúcar que café.

"Yo prefiero la comida americana", me dice como adivinando mi desconfianza, mientras se enfría su sopa de pollo sobre el mostrador.

Cuando apago el grabador me cuenta que en Cuba se quedó su único hijo -que no quiso dejar la isla con él- y sus dos nietos que sólo conoce por fotos.

Identidad exiliada

Camino un poco más por la 8 y llego a la plaza del dominó, lugar tradicional de la comunidad cubana en Miami.

Aquí las fichas caen del lado opuesto a las de Benito.

En la plaza del dominó, las fichas nunca se detienen.

Me abalanzo sobre una mesa antes de que comience una nueva partida y pregunto a los gritos sobre el sonido de los dominós sobre la identidad de los jugadores.

"Yo soy cubano hasta el día último de mi existencia brother, y soy ciudadano americano, pero mi patria no me la quita nadie, ni Fidel me la ha podido quitar", me responde uno de los jugadores, con el asentimiento de los otros.

¡Fidel Castro! Ya me parecía extraño que nadie lo nombrara a esta altura del reportaje.

Como lo indica un ensayo del Instituto de Estudios Latinos de la Universidad de Notre Dame, Indiana, EE.UU., "los cubanoamericanos se diferencian de otros grupos nacionales de origen latino porque han desarrollado un conjunto de instituciones políticas y culturales basadas en su identidad de exiliados".

Es decir que, a diferencia de otros latinos empujados por las necesidades económicas, son las motivaciones políticas las que han impulsado las olas migratorias de esta comunidad y sus avatares en el país elegido.

Pero el mismo estudio indica que algunas cosas están cambiando con los que han llegado recientemente.

"Salimos echando"

Gloria también trabaja en la calle 8, en un locutorio al que asisten decenas de latinos por día para hablar con sus países.

Ella llegó hace un año y 10 meses a EE.UU., por lo que le pregunto si fueron las condiciones políticas las que la motivaron a dejar la isla a ella y a otros jóvenes que viajaron a su lado.

Gloria llegó hace poco más de un año y dice que sólo volverá a Cuba "a pasear".

"Más el tema económico que el político. Los jóvenes no pensamos en nada de eso (el exilio político). Lo de nosotros es que salimos echando porque si no hay comida, si no hay esto si no hay lo otro".

Esto acercaría un poco más a los cubanos con otros latinos que tratan de cruzar la frontera todos los días. Pero algo aún los diferencia. Si los cubanos llegan a territorio estadounidense reciben automáticamente asilo, los otros latinos no.

Esa diferencia, que no es pequeña, tal vez haya influido en el hecho de que la marcha por los derechos hispanos que se realizó en Miami fue una de las menos concurridas de todas las que se celebraron en este país.

Sobrenombres

¿Pero qué pasa con la segunda generación? ¿Los que nacieron aquí?

De acuerdo al censo del año 2000, los cubano-americanos (otra vez este término) no nacidos en Cuba constituyen el 31,5% de la población cubana de EE.UU.

Me contacto con Marcos, de padres cubanos pero nacido en Miami 23 años atrás. ¿De dónde se siente él, de allá o de acá?

"Me siento de los dos. Me siento orgulloso de ser cubano y también americano".

¿Alguna vez viajó la isla?

"Nunca he ido a Cuba. Y no voy hasta que caiga Fidel", me dice con una sonrisa.

Marcos ama la música cubana -sobre todo la instrumental- pero se siente más cómodo hablando inglés que español. Me dice que ha tratado de tomar lo mejor de los dos lados.

Pero Susana, otra de mis entrevistadas, creer que lo mejor está de un solo lado, de esa isla donde nacieron sus padres y que ella visitó fascinada en el año 2000.

¿Cómo si hubiera nacido allá? le digo

"Y, a mí me dicen 'balsa'".

Humo

Cuando dejo la calle 8 me pongo a pensar en todos ellos. En los que están partidos, en los que son de donde eligieron vivir y los que pertenecen a donde no nacieron.

Pienso que siempre es difícil tratar de entender cuál es nuestro lugar de pertenencia cuándo tenemos dos casas en lugar de una.

El escritor austriaco Stefan Zweig, quien vivió la mitad de su vida en el exilio, escribió:

"La emigración, sea del tipo que sea, provoca por sí misma un desequilibrio (...) y eso hace falta haberlo vivido para comprenderlo".

Cada uno lidia con ese desequilibrio como puede, con su bandera, con el olvido, con la nostalgia, con internet.

Yo tengo el cigarro de Carlos Coba, cuyo tabaco tiene un origen y su humo un destino que el cigarro desconoce.


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