jueves, 3 de agosto de 2006

Juan González Febles

Norberto Palau pinta desnudo de la cintura hacia arriba. Se siente mejor sin camisa. Hace mucho calor en La Habana y un ventilador, además de que anda en falta, le resecaría la pintura. Vive con muchas carencias, casi miserablemente, pero no le importa. Fue el precio que decidió pagar hace años. Los tiempos cambiaron, pero él prefirió mantenerse y esperar.

Entre tantos agravios y entre tantas roturas, no se percató del momento en que dejó de escuchar al reloj interior. Vive con las aprensiones y las cautelas de hace treinta y tantos años. Piensa que afuera, si cambió algo, fue para que todo siguiera igual.

Palau estudió pintura en la Academia San Alejandro. Sus primeros contratiempos datan de aquel tiempo. Desde entonces, no ha dejado de pintar al erotismo. El problema es que Palau lo descubrió en obesas matronas.
Sus modelos exhiben muslos como perniles rollizos, sus senos son ubres de exposición vacuna. Excesos en la mesa y en la cama. Traseros opulentos de señoras respetables y respetadas por la fantasía erótica que alienta la cordura media masiva. Palau dedicó su inspiración al arte erótico en los momentos en que los comisarios lo vetaron. El hombre nuevo no se masturba, ni hace el amor entre hombres, con penetración. Ellos se crearon una moralina artificial que etiquetaron como proletaria.

En 1968, un 25 de septiembre en la noche, le sacaron de la cafetería del Hotel Capri en La Habana. Fue a dar a un carro-jaula y de allí a Villa Marista a empujones, palos, pitazos y campanazos: Era la noche de las tres P.

Una recogida gigante contra las lacras de la sociedad justa, impulsada por los varones verdeolivo. Palau cuenta sonriendo que fue el arroz frito y la cerveza más caros de su vida. Los pagó con más de diez meses de internamiento y trabajos forzados en El Sitio, en Pinar del Rio, muy cerca de La Coloma.

Compartió aquella experiencia con rockeros melenudos, homosexuales, católicos, testigos de Jehová y los jodedores que insistían en hacer vida nocturna y ser la bohemia farandulera de la época.

Cuando lo liberaron, le impusieron consagrarse a la producción y dejar a un lado los pinceles. A fin de cuentas, el trabajo ennoblece y el trabajo forzado ajeno, ennoblece más.

Palau se les zafó esa vez y desde entonces ha pintado y vivido su cimarronaje, eludiendo y zafándose una y otra vez.

Su casa, si es que puede llamarse así al espacio ruinoso que habita, es su lugar de creación y donde recibe a los amigos. Puede verse el cielo desde los amplios claros de un techo necesitado de reparación. Por pura coincidencia, la casa está ubicada en la ladera de una de las lomas de Lawton. La misma sirvió de locación al cineasta Humberto Solás para su laureada "Barrio Cuba".

Palau y sus vecinos comparten una miseria material superior a la que existe en las favelas brasileras. Si éstas no llegan a ser "ciudades de Dios", si falta la violencia y la crueldad de la villa miseria carioca, es porque se trata de la miseria de los cubanos. No sustento la pretensión de que seamos humanamente mejores que los favelados cariocas, sólo somos diferentes.

Palau, contra lo que pudiera deducirse, no está resentido y mucho menos amargado. Pinta con delirio y con desesperación. Excluido de los salones oficiales por inconveniente y políticamente incorrecto, persiste en lo suyo. Aprendió mucho y hay verdades que nadie podrá arrebatarle. Pero algo le faltó, enquistarse no es la mejor solución. Por ejemplo, no aprendió aquello que recomendó alguien, cuando vivía como nosotros: "El golpe revirao, duele menos".

Norberto Palau, con su vida rota pinta matronas en Lawton. Lo hace atado a sus temores y aprensiones. Aún mantiene su sueño intacto.

Miércoles, 31 de Mayo del 2006

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