domingo, 17 de septiembre de 2006

Calle Ocho
Calle Ocho - Foto de Archivo


VIAJES - 09/17/2006
Emilio J. López

Reportaje especial EFE — De igual manera que La Mancha fue para Cervantes un territorio ligado para siempre a Don Quijote, la Calle Ocho es la geografía en la que se funden la memoria y los nuevos hábitos de los cubanos del exilio en Estados Unidos.

Cuba existe, sobre todo, en esta suerte de “cercana lejanía” urbana en la que han ido cuajando cafés-concierto, galerías de arte y restaurantes de recia personalidad criolla. Cultura y gastronomía se encuentran en esta Calle Ocho en una exposición vibrante que recuerda el devenir de la otra Habana.

Se entiende así que la Calle Ocho —la Pequeña Habana— represente para ese millón de cubanos que reside en el sur de Florida parte de la esencia de su estancia en un país al que han aportado una exquisita vida cultura donde todas las artes tienen una expresión.

El primer viernes de cada mes un tramo de esta calle se transforma en un verdadero bazar inagotable de ociosos y curiosos que van y vienen de galería de arte a restaurante, de puesto de artista callejero a teatro de luces Art-Decó.

Un bazar salpicado de tiendas de artesanía y tenderetes en los que se exhibe y vende, como en el caso del que tiene montado Rigoberto Velázquez, el verismo meticuloso de teléfonos móviles y tornillos transformados en figuras de Don Quijote.

Velázquez, de 62 años, escoge elementos de la vida cotidiana (linternas, hebillas de latas o chapas de botellas) y los transmuta en obra de arte cuyos precios oscilan entre los 20 y los 500 dólares. “Un ingreso con el que más o menos sobrevivo”, apunta.

Las obras de este oriundo de La Habana, quien, según asegura, se han expuesto en más de 70 países, se inscriben en esa idea que propugna utilizar el más común de los objetos para propinar una patada a la obra de arte tradicional.

Aunque, para patadas al arte convencional, las que le propina a éste Daniel García, de 34 años, con sus pinturas de “realismo sucio” sobre tablas, una manifestación “interactiva y de denuncia” que, en palabras del autor, intenta “presionar a los gobiernos de todo el mundo para que procesen a Fidel Castro y vaya a la cárcel”.

Paladear esta calle con todos los sentidos exige que una parada obligada en alguna de las pequeñas fábricas artesanales de puros que permanecen abiertas hasta altas horas de la noche.

Los puros cubanos se cuentan entre los mejores del mundo y, aunque Estados Unidos prohíbe su importación, se puede contemplar en el interior de La Luna Cigars cómo se “tuercen” a mano las hojas para su elaboración.

Mientras se degusta un buen puro “robusto”, calle abajo, el curioso puede detenerse frente a otra tienda de tabacos artesanal y admirar las hiperrealistas esculturas de terracota que exhiben sus escaparates.

“Planteo mis obras como si tirase fotografías de barro tridimensionales”, explica Emilio Rodríguez, de 32 años, quien desvela con minuciosidad y fervor la vieja cultura cubana del fumador de puros.

Rodríguez, que llegó a Miami procedente de Cuba hace seis años, trabaja la terracota porque, afirma, "es un símbolo de vida y un lenguaje" que le permite descubrir “al público una época y una tradición”. “Mi obra es un testimonio del pasado”, asevera.

Mientras, la música de salsa y son no cesa de brotar de los cafés y terrazas dispuestas a lo largo de las aceras, un paisaje sonoro en el que sobresale Martín Terry, el hombre-orquesta que al conjuro de su saxofones y melodías congrega a una multitud bullanguera.

Aclarado el apetito con tanto viernes de baile y desmadre nocturno, llega el momento de atizar el estómago con los apetitosos platos que oferta el restaurante Exquisito, considerado por los entendidos la mejor casa de comidas de cocina cubana de Miami.

Sus masitas de puerco con yuca y arroz con frijoles (receta campesina), la pechuga rellena de jamón, queso y pimiento rojo o el bistec de palomilla (filete de res) son los reclamos irresistibles de su menú. Parada obligada.

Los adictos a las tapas y vinos españoles pueden recalar en Casa Panza, un alegre establecimiento de recia decoración castellana que despacha desde sus cocina un amplio surtido de humeantes y diversas raciones: desde las croquetas rellenas o los calamares fritos hasta los mejillones a la vinagreta o los callos a la madrileña.

Para poner el broche final a estos viernes culturales de la Calle Ocho, nos espera la Galería Molina, que brinda una auténtica experiencia “mágico-religiosa” con su exposición de pinturas de vírgenes y dioses afro-cubanos.

Luis Molina, propietario de la galería, se considera un pintor al óleo heredero del realismo mágico, patente en sus vírgenes caribeñas de colores brillantes y transparencias.

“Soy un pintor de luz tropical y un cubano devoto de la Virgen de la Caridad del Cobre, porque siento Cuba al pintarla”, apunta Molina, de 64 años, uno de los 125,000 cubanos que llegaron hace 25 años a Miami con el éxodo del Mariel. “Es lo único que no ha podido quitarnos Fidel Castro: nuestra fe en la Virgen de la Caridad del Cobre”, exclama Molina.


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