domingo, 17 de septiembre de 2006

Posted on Sun, Sep. 17, 2006


Daína Chaviano - Foto de Archivo

Especial/El Nuevo Herald
MADELINE CáMARA
La de Las mil y una noches evitó su muerte y la de otras mujeres contándole historias entretenidas a un sultán vengativo. Tal era la magia de su verbo que mereció el perdón de su vida, sólo para poder seguir contándole al irascible el final de los relatos. Siempre he pensado que hay narradoras así, que tienen el don de encandilar: la danesa Karen Blixen, la haitiana Edwigde Danticat, la chilena Isabel Allende en sus cuentos. Al leer la última novela de Daína Chaviano La isla de los amores infinitos, viene a mi mente esta tradición.

La propuesta narrativa del libro rescata el carácter multicultural de la identidad cubana, subrayando la no tan estudiada parte china, junto al más reconocido binomio afro-español. Sin embargo, merece que anotemos aquí algunos notables precedentes en la prosa de José Lezama Lima y Severo Sarduy, así como el boom del tema entre narradoras contemporáneas como Mayra Montero (Como un mensajero tuyo); Cristina García (Hunting Monkey) y Zoé Valdés (La eternidad del instante). ¿Qué puede ser entonces lo novedoso en esta entrega de Chaviano que la editorial española Grijalbo acaba de ofrecernos en una esmerada edición?

Obviamente el lector que conoce la obra de Chaviano, intuye que el componente distintivo de lo fantástico está presente. Destacada cultora en los años 80 en Cuba de la ciencia ficción y la literatura fantástica, la escritora da un salto hacia una escritura de corte más realista con su El hombre, la hembra y el hambre que le vale el Premio Azorín de Novela en 1998. Pero como ya observé en una ocasión el tránsito hacia estas preocupaciones de crítica social se encuentran en una novela anterior: Fábulas de una abuela extraterrestre. En la misma está la semilla del juego de planos espacio-temporales que Chaviano repite ahora con eficacia, fundiendo épica y lírica en una ambiciosa saga donde las tres culturas se entrelazan orgánicamente en dos siglos de historia.

Sin embargo, me atrevería a decir que en La isla de los amores infinitos la arbitraria libertad de lo fantástico se ha subordinado a la búsqueda de una expresión lo más intensa posible de lo real. Entendiendo por esto, intención de develar más que de representar, o incluso de adivinar los movimientos de la Historia, junto a los pequeños proyectos de cada alma, el país, y también su gente, y como telón de fondo, La Habana y Miami, ciudades rivales en el amor de los cubanos.

Para el lector que persigue una historia, la novela no decae en la tensión dramática; para el que quiere aprender sobre la cultura cubana y sus influencias el texto tiene bien asimilada documentación de hábitos y costumbres que llevó años de investigación a Chaviano; para el que gusta del "salto al otro lado" al que la imaginación de Daína nos tiene acostumbrados, no faltan las apariciones de duendes y hasta de una casa fantasma (si bien observo que ésta es una subtrama débil de la obra). La técnica del flashback, la diseminación de las piezas del rompecabezas que se arman al final, el crescendo de la intriga, los momentos de emoción romántica junto a los de indignación cívica, y los de sosegado lirismo, son, entre otros, juegos estilísticos que se amalgaman con oficio.

La paciente relojera que es Chaviano domina la fabuladora que seguirá siendo, y entrega una pieza cuyo mecanismo clave es el manejo de la verosimilitud. Tanto en los pasajes de carácter digamos "sobrenatural" como en momentos de reconstrucciones de carácter histórico social, la madurez literaria que ha alcanzado la escritora entrega una prosa compacta y pulida que convence, arrastra y domina la lector durante sus bien logradas 380 páginas. Por ellas vemos desfilar dos centurias de historia cubana que se funden a través de las conversaciones de dos mujeres videntes en un bar de Miami, de esos en los que usted, lector, de ahora en lo adelante, empezará a buscar lo desconocido después de viajar con la imaginación de Amalia y Cecilia hacia los mundos que ama Daína Chaviano.


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