domingo, 10 de septiembre de 2006


Gina Pellón - Foto de Archivo

Posted on Sun, Sep. 10, 2006

By DANIEL FERNANDEZ
El Nuevo Herald

La pintora cubana residente en París, Gina Pellón posee una ilustre trayectoria de varias décadas cosechando triunfos en el reino de las artes plásticas. Sus cuadros tienen esa espontaneidad y colorido que sólo puede encontrarse en las pinturas infantiles.

De trazo desenvuelto y atrevido, la obra de Pellón ha sabido ganarse un lugar cimero dentro de la crítica y el público conocedor. Ahora, la ilustre pintora --nacida en Cumanayagua, en 1926-- se lanza con igual audacia a la palestra poética; aunque es preciso decir que los resultados no son tan afortunados como los de su pintura.

La editorial Aduana Vieja acaba de publicar, en edición bilingüe, su colección de poemas Vendedor de olvidos/Vendeur d'oublis, con traducción al francés del polígrafo William Navarrete, quien también escribe un elogioso prólogo para los apuntes poéticos de Pellón. Anteriormente la autora sólo había aparecido en antologías y revistas.

Aunque Navarrete compara estas pinceladas verbales con el magma de los volcanes, estos brotes de corto aliento se acercan más a esos fuegos fatuos que no llegan a posarse, y sólo alumbran aquí y allá, generalmente en los camposantos.

En oposición a la pintura casi siempre alegre de Pellón, en sus poemas priman las imágenes terribles y vagamente se aluden los fusilamientos, la policía, los horrores de la tiranía que padece el país natal de Pellón, desde hace casi medio siglo. Y en este afán de denuncia y de proclamar el derecho a la libertad, esencial para el ser humano, sí coincidimos con Navarrete, quien no deja de apuntar este aspecto de la obra literaria de Pellón, la cual ha recibido premios por su afán de difundir la cultura cubana en el exilio.

De factura simple, donde el juego de las imágenes se construye generalmente por yuxtaposición --como quizá la autora componga sus cuadros--, estos poemas tienen momentos bellos, pero no siempre conservan el impulso inicial, decayendo por el camino, y son pocos los que se pueden entresacar como realmente terminados (Guerrero). Hay mucho de improvisación, de espontaneidad, donde no sólo el ritmo, sino también el tema, parece haber sido cambiado antes de culminar.

Algunos, como El condenado, Viudas vacías, Reloj de arena para tu cuello, Bajo tu ventana lo enterraron vivo, Ruido de silencio, aluden vagamente a hechos horribles, sucesos que la autora prefiere dejar más que como recuerdo como ''olvido''. Hay varios poemas que se insertan en la simbología surrealista, por ejemplo: Siguiendo el camino de la luna llena, mientras que en otros, ciertas imágenes nos asaltan por su absurdo irredimible y su fealdad fuera de lugar: ``Las lagartijas fueron hervidas/ y colocadas sobre tu cama''.

Pellón lleva muchos años en París, y el vivir insertada en la lengua francesa sin duda ha mellado su uso del castellano. Hay ''gerundismos'' --''Conchas dentadas saliendo presas''--, fallos de puntuación: ``dadles virtudes solicitud mía'' (ambas en la pág. 58), y hasta un acento de más en ''Por un sólo héroe...'' (pág. 34).

Vale decir que la traducción al francés que hace Navarrete, evita tanto la literalidad como estos escollos --el cepo del racionalismo francés no permite ciertos delirios del castellano--, por lo que logra con su recreación resultados más interesantes que los originales.

Independientemente de sus defectos; a aquéllos que gustan de la obra de Pellón, esta colección poética les permitirá acercarse a aspectos inusitados de la famosa pintora.

dfernandez@herald.com


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