lunes, 25 de septiembre de 2006

Por Vanessa Serrano
Especial para El Nuevo Día
  • Por buscar un horizonte más luminoso para su música y para su familia, salió de Cuba, recorrió el hemisferio suramericano hasta encontrar en Puerto Rico la manera de acercarse a sus sueños
  • Seis años se han cumplido desde que Jesús Manuel Linares salió de Cuba para poder dar rienda suelta, sin prohibiciones, sin límites, al caudal de su vocación. Y durante este tiempo, la vida le ha demostrado que su pasión por la música siempre ha tenido su razón de ser.

    En su peregrinaje por varios países –un deambular hecho de privaciones y sacrificios personales- iba en busca de una mejor vida para su familia, que todavía permanece en suelo cubano, y una libertad plena para manifestar su música, hasta que finalmente recaló en Puerto Rico, donde ha encontrado su acomodo.

    "Un día cuando vi a un hombre comer un melón podrido de una bolsa de basura me dije, si yo caigo en ese estado entonces no me podrán rescatar ni mi familia, ni amigos, ni nadie"

    Aquí, ajustado a un ambiente que le recuerda tanto a su país natal, desde hace dos años forma parte del selecto grupo de profesores del Programa de la Orquesta Sinfónica Juvenil de Puerto Rico, auspiciado por la Corporación para las Artes. Este proyecto lleva 13 años educando a niños y jóvenes de residenciales públicos y de comunidades especiales en los secretos de la música. Por medio de este programa, Jesús Manuel lleva la dirección de lo que será en poco tiempo la Orquesta Sinfónica Juvenil del Residencial Luis Llorens Torres de San Juan.

    Es así como Jesús Manuel vive de lo que lo hace feliz, junto a su trombón de varas y su guitarra, sus instrumentos favoritos, mientras reside en su pequeño estudio improvisado en el sótano de una casa en el pueblo de Cidra.

    Allí ensaya con el trombón las canciones que evocan para él desde el momento en que se enamoró de quien hoy es su esposa hasta la travesía que emprendió tras salir de Cuba en el año 2000 y que marcó su vida para siempre.

    Para Jesús Manuel, el don de la música vino incluido en su sangre cubana y provino de las raíces artísticas de su pueblo natal: Camajuaní. A este pueblo se le reconoce como la cuna de las parrandas cubanas y es el pueblo de mayor acervo cultural de la isla hermana. Fue allí donde, a los quince años y gracias a una guitarra usada que le regaló una vecina, descubrió la pasión que le ha seguido por el resto de la vida.

    Comenzó con el rock, luego conoció el jazz y finalmente se enamoró de la música clásica gracias al trombón. Sin embargo, pronto se tropezó con la realidad adversa en la que la música aparecía más lejana. Cuando alcanzó la edad para estudiar en la universidad, las condiciones de las autoridades cubanas no le dejaron otra opción que estudiar Ciencias Veterinarias. “Mi mamá me rogó que estudiara Ciencias Veterinarias para que no me llevaran al Servicio Militar. Y de todas las universidades de la provincia de Santa Clara, pues… veterinaria fue”. Finalmente, luego de trabajarle al Estado tres años como médico veterinario para pagar los estudios, decidió que no relegaría más sus metas.

    Así fue como Jesús Manuel despegó como trombonista en distintas partes de su provincia. Sus conocimientos también como arreglista musical lo llevaron a dirigir un quinteto de música tradicional cubana. A partir de este momento, a los 28 años, fue contratado como el trombón principal de la Banda Municipal de Concierto de Camajuaní.

    En aquella época, en que se convirtió en esposo y padre de una niña, fue cuando se dio cuenta de que su salario como músico no era suficiente. De esta manera, se dedicó a vender libros de métodos de música, instrumentos y a dar clases de inglés en el Instituto Agrícola de su pueblo. Asimismo, impartió clases de música a niños y jóvenes en el Palacio Cultural de Camajuaní. Finalmente, llegó hasta la Orquesta Sinfónica de la Provincia de Santa Clara de la cual fue miembro y luego se convirtió en su director.

    Así estuvo durante 5 años. Los últimos que estaría en Cuba.

    Gran parte de las cosas que más le decepcionaban de su país eran las restricciones, a veces exageradas, de las manifestaciones artísticas. En una ocasión, durante la competencia artística denominada como el Festival Rodrigo Prats, en la ciudad Sagüa “La Grande”, presentó una pieza instrumental de “blues” que llegó a figurar como finalista y como una de las favoritas. No obstante, al momento de la premiación, fue descartada ya que su melodía no era parte de la línea ideológica socialista. Estas represiones constantes y la infelicidad de vivir maniatado a los intereses del gobierno fue lo que le decidieron de una vez por todas a salir hacia los Estados Unidos.

    Y esa decisión originó una travesía arriesgada que inició en agosto del 2000 y que casi le cuesta la vida. Gracias a contactos en el exterior, se lanzó como turista, lejos de su esposa e hija quienes se quedaron a la expectativa en Cuba, hasta Chile en donde permaneció tres meses. De ahí, saltó a Argentina, en donde tuvo que subsistir ganando apenas $35 la semana como empleado de mantenimiento.

    Sus días los concentraba en la limpieza y en sus noches vendía por las calles de Buenos Aires la revista de la Bolsa de Valores por 5 centavos. “Un día cuando vi a un hombre comer un melón podrido de una bolsa de basura me dije, si yo caigo en ese estado entonces no me podrán rescatar ni mi familia, ni amigos, ni nadie. Yo tengo que luchar por no caer en ese estado… y salí corriendo atravesando uno de los sectores de mayor glamour en Buenos Aires, silbando un tango que titulé ‘Buenos Aires repartiendo la bolsa’ ”.

    La miseria y el hambre que le acompañaron estando allá le hicieron cuestionar sus propósitos. Pero, cuando pensaba que todo lo que estaba haciendo era por su familia y su música, un halo de ilusiones validaban su existencia. De esta forma, logró salir de Argentina -tras tres intentos-, cuando pudo conseguir un pasaje de ómnibus hasta Río de Janeiro. Su estancia allí le sirvió para conocer la belleza de la “bossa nova”, influencia que hoy día le sirve como ingrediente básico en las piezas de “jazz latino” que compone.

    Con nuevo impulso, voló de Brasil hasta a México y, arriesgándolo todo, cruzó la frontera ilegalmente para solicitar protección al Gobierno de los Estados Unidos. “Cuando llegué allí, en donde me colocaron las esposas para encarcelarme, me sentí el hombre más dichoso de la tierra. No podía creer que lo había logrado”. Bajo la protección de autoridades del Gobierno Federal, quienes confirmaron la legitimidad de su permanencia en su calidad de refugiado cubano, Jesús Manuel pudo atravesar el sur del país para reencontrarse con sus viejos amigos en la ciudad de Miami, donde sobrevivió gracias a trabajos esporádicos e impartiendo clases privadas de música.

    Su llegada a Puerto Rico ocurrió en el 2004 mediante la invitación de un viejo amigo compatriota y hacedor de música. Su confabulación con Ramón Vázquez, el bajista cubano radicado en la Isla y protagonista de la producción de jazz latino “On the Move”, dirigió nuevamente su vocación por la enseñanza de la música hasta llevarlo al programa de la Orquesta Sinfónica Juvenil de Puerto Rico, que hoy le enorgullece.

    Su creación artística no ha parado de dar giros experimentales desde que llegó a Puerto Rico. Con el nombre artístico de “Mr. Nobody”, Jesús Manuel ha creado su carta de ritmos de jazz latino, bossa nova, salsa, tango y tonalidades de música clásica. Con esto en sus manos, este visionario incansable planifica lanzar lo que será su primera producción discográfica a finales de este año cuyo título será su propio seudónimo artístico. Su selección de temas pretende desarrollar el cuento de su vida a través de las vivencias que le inspiraron a componerlos.

    Al mirar todo lo que ha logrado, a Jesús Manuel no le cabe duda que la vida le guardaba, más tarde que temprano, un cúmulo de experiencias inimaginables. Cuando hace el recuento de los 250 estudiantes de música que han pasado por sus manos, el intenso viaje que emprendió a los 50 años en busca de un sueño y el caldo de creación artística que está a punto de ebullición, no vacila en decir que vivir en Puerto Rico ha sido toda una recompensa. “Ya hubiera querido ser yo un ‘Mr. Nobody’ en Cuba como lo soy ahora en Puerto Rico”.


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