jueves, 5 de octubre de 2006

Posted on Thu, Oct. 05, 2006
El Nuevo Herald
ADRIANA HERRERA T


María Brito - "Las Goyescas: Of what ill will he die?," 2005

En el principio fue el barro. Así le ocurrió a María Brito en el instante en que hundió las manos en él. Habían pasado muchos años desde que llegó a Miami con otros niños de la operación Pedro Pan; ya se había graduado como maestra de arte, había tomado clases de pintura y había visto incontables imágenes de la historia del arte. Pero sólo cuando moldeó por primera vez una figura, tuvo la ''revelación'' que la hizo artista.

La exposición Las goyescas, amor y muerte en Brito y Goya, que hay que apresurarse a ver en Bernice Steinbaum Gallery, antes que cierre la tarde de este sábado, es una formidable recreación que convierte en una experiencia tridimensional y táctil veinte de las ochenta escenas que Goya pintó para los grabados de Los caprichos.

En esta propuesta que aparentemente supone una ruptura en la trayectoria artística de Brito, la creadora cubana ha alcanzado uno de esos puntos en que un círculo se cierra. Durante largos años las figuras humanas estuvieron ausentes de su escultura y cuando aparecían lo hacían en un contexto ambiguo. En instalaciones como aquella en la que expresó ''la angustia de las madres que paren hijos para la guerra'' simulando un sembrado de hombres sobre una larga mesa de invernadero de plantas de jardín, éstos no representaban narrativas exactas. Sus figuras eran sobre todo elementos de atmósferas que expresaban estados emocionales.

La intensa narratividad de las figuras esculpidas que exhibe en Bernice Steinbaum Gallery responde a un hallazgo: en los grabados que Goya hizo, hay una metáfora que contiene el lado oscuro de la naturaleza humana que se mantiene intacto a través de los siglos y que puede asimilarse al escabroso presente.

Brito empezó a trabajar en Las goyescas después de una visita al Museo del Prado, donde recobró el sentido original del escándalo que despertaron Los caprichos de Goya. Estos grabados que arremetían contra los abusos de la iglesia, contra la hipocresía social y que recreaban del modo más virulento la vanidad y la ignorancia de los poderosos, le parecieron un reflejo tan exacto de los tiempos actuales que se atrevió a usar como materia de creación las mismas escenas del descomunal pionero del arte contemporáneo.

Su elección evoca la que hizo Eve Sussman cuando dio vida en video al trabajo de los maestros que la precedieron. Sin recurrir a esos gestos iconoclastas que exige el mercado cuando se trata de una de las prácticas contemporáneas más extendidas: apropiarse de la obra de otro artista --como hicieron Manet, Dali, Picasso o Warhol--, Brito ''dio carne'' a los personajes de Goya.

La sensación de revelación que sus manos sintieron cuando estaba esculpiendo cada escena es evidente en la extraordinaria minuciosidad del modelado, que no descuidó la reproducción de plumas o pelos de pincel; y en los detalles que añadió para la perspectiva tridimensional. El espectador descubre que la compenetración de Brito con Los caprichos de Goya es tan fuerte que si él hubiera esculpido El sueño de la razón produce monstruos, el gato que ella añade a la escena que sintetizó la visión goyesca del mundo y del arte, habría estado allí.

Brito esculpe las escenas con las que Goya develó el carácter bestial y la distorsión de los actos demoníacos --que no corresponden realmente a endriagos y brujas, sino a la oscuridad del mundo social-- en un tipo de arcilla en polímero blanco. Curiosamente en obras precedentes ella recurría al ''blanco sucio'' para representar la turbiedad humana. "En realidad --precisa Brito-- hay una continuidad en las piezas sobre abusos que hice dentro de las series basadas en el lado oscuro de la naturaleza humana, y Las goyescas".

Como apunta la nota de presentación de la exposición, "esos fantasmas blancos nos recuerdan verdades intemporales". Goya pintó mordaces imágenes que describieron lo grotesco: los padres que presionan a su hija a aceptar un matrimonio por conveniencia, el maltrato infantil, la perfidia de algunos miembros del clero, las uniones convertidas en infiernos que se mantienen por apariencia, la verborrea de los poderosos que seduce a públicos ignorantes, el exagerado culto a la belleza y la negación de la vejez. El audaz acto creativo que Brito realizó al esculpir esas escenas revela al espectador hasta qué punto Goya teatralizó en Los caprichos el drama humano, y desata una reflexión sobre los monstruos nacidos de las razones del mundo contemporáneo.

aherrera@herald.com


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