martes, 13 de febrero de 2007

POR ALEJANDRA DE VENGOECHEA

Los doctores cubanos Jorge Mulet, Nora García y Ariel Pérez (de izda. a dcha.), en Bogotá
Los doctores cubanos Jorge Mulet, Nora García y Ariel Pérez (de izda. a dcha.), en Bogotá

BOGOTÁ. Alguien les dijo que por la frontera colombiana era muy fácil escapar. Que sólo había que atravesar un puente de cemento armado, que nadie les pediría papeles, que por esos 2219 kilómetros que comparten ambos países, podían hacer lo que les viniera en gana.

Al fin y al cabo, más de una vez Colombia y Venezuela se han enfrentado diplomáticamente por narcotraficantes refugiados en territorio ajeno o por guerrilleros colombianos que entran y salen, secuestran y extorsionan a destajo. ¿Quién iba a pensar que ellos eran desertores cubanos?

A Caracas

Así que ese 18 de marzo de 2005, los cubanos Ariel Pérez, médico de 36 años, Jorge Mulet, fisioterapeuta de 29 años, y su primo, Jorge Antonio Fong, médico de 35 años, pidieron permiso para ir a Caracas a hacer unas compras. Habían vivido un par de años en Venezuela, país con el que el Gobierno de Fidel Castro tiene una serie de acuerdos de cooperación, entre los cuales el más importante es el que permite la exportación de 98.000 barriles diarios de petróleo venezolano, a cambio de recibir el trabajo de médicos, paramédicos y odontólogos cubanos. Según fuentes castristas, 31.000 cubanos trabajan en misiones humanitarias en 68 países, 20.000 de ellos en Venezuela.

«Nos sentíamos orgullosos del trabajo que hicimos allí. Prestábamos nuestros servicios gratis a gente muy necesitada. Pero nuestras condiciones eran muy precarias. Al cabo de un tiempo decidimos desertar», cuentan hoy sentados en una humilde vivienda ubicada en una de las zonas más pobres de Bogotá, la capital colombiana. Dicen que nos los dejaban salir después de determinada hora. Que ganaban un poco menos de 200 dólares mensuales por trabajar toda la semana más de 12 horas. «Hace mucho tiempo que queremos libertad para trabajar, para hablar, para decidir qué hacer con la vida», explica Nora García, de 46 años, quien no ve a su marido desde que atravesó el Atlántico con unos balseros y nunca más volvió de Miami. «Y de alguna manera», interrumpe Mulet, «no hay cubano que no salga de su país sin pensar en jamás volver. Vimos en ese acuerdo humanitario una buena forma de escapar».

Coca-cola y chocolate

Aunque la meta fue, es y sigue siendo llegar algún día a los Estados Unidos, donde todos tienen familia, de Venezuela salieron con 1.200 dólares entre los tres y una mochila con muy poco. «No podíamos levantar sospechas. Sólo íbamos a Caracas a comprar todo lo prohibido en la isla: una coca-cola, un chocolate». Pero tomaron un autobús. Y se bajaron en la frontera con Colombia. Y miraron el puente y pensaron: «Si lo cruzamos no hay regreso», y lo atravesaron sin que nadie les preguntara nada. Después un autobús durante días «con ese miedo genético que tiene el cubano», como dicen y desde entonces, Colombia.

De ellos no se supo que existían sino hasta que, la semana pasada, el Ministerio de Relaciones Exteriores colombiano anunció que estaba estudiando la solicitud de refugio para 45 cubanos, 38 de ellos médicos «que habían llegado gradualmente en 2006 desde Venezuela».

Aunque por ley los cubanos pueden quedarse seis meses en Colombia, muchos de ellos decidieron esperar cuando, en agosto pasado, supieron que los EE.UU. acababan de aprobar el Programa para el Personal Médico y Profesional Cubano -«Cuban Medical Profesional», «Parole», en inglés-, el cual acoge a cubanos profesionales, que hayan decidido desertar de misiones oficiales y políticas del Gobierno cubano en terceros países. Según Ana Carbonell, portavoz del congresista de La Florida Lincoln Diaz-Balart, 360 cubanos han solicitado el «Parole», siendo aceptados 160 hasta el momento. De los 45 cubanos hoy viviendo en Colombia, 19 han salido. Los demás están en un completo limbo migratorio y una situación dramática: viven de los pocos dólares que les pueden girar sus familiares en los EE.UU. No tienen empleo, no pueden salir por temor a que los persigan. Dejaron sus hijos, sus familias, y ahora son desertores lo que en Cuba significa de 8 a 15 años de prisión. Lloran. Viven en una casa miserable.

La situación para Colombia es compleja. Sólo en 1993, y tras 14 años de mantenerlas cortadas, Colombia restableció relaciones diplomáticas con Cuba.

Los médicos cubanos que huyeron de Venezuela y se refugiaron en Colombia a la espera de emigrar a Estados Unidos cuentan a ABC el limbo migratorio del que no saben cómo salir. La historia de una esperanza se convirtió en pesadilla. Malviven como pueden.


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