lunes, 21 de mayo de 2007

El Nuevo Herald
ARTURO ARIAS-POLO

Ya se sabe que ''Cuba está en todas partes''. Su recuerdo se agranda con el tiempo y aún no se ha inventado el remedio para la añoranza. Cuba es una enfermedad incurable que muchos envidian padecer. No hace falta ''hablar en cubano'' para sentirse uno más de la isla. La única condición es tener el corazón allí aunque se carezca de pasaporte.

Eso siempre lo han tenido claro María y Miguel Vázquez, los dueños de Sentir Cubano. Un emporio de nostalgia de la calle 8 y la avenida 34, destinado a complacer los antojos de todos los cubanos de paso y de aquellos que andan dispersos por el mundo empeñados en degustar un pan de medianoche en Arabia Saudita, unos chiviricos en Tokio, o saborear un pastelito de guayaba en Australia.

Durante las 24 horas del día, los emails se mantienen entrando al despacho de los Vázquez con las órdenes más insólitas. Al mismo tiempo, la tienda se abarrota de lunes a sábado hasta la caída de la tarde.

''Lo que más nos piden son las especias, los frijoles negros y la mermelada de guayabas. También ofrecemos más de 200 recetas de los mejores platos cubanos de todas las épocas y regiones'', explica esta pareja, que en 37 años de matrimonio siempre se ha movido en el mundo de los negocios. 'La semana pasada, un doctor de Checoeslovaquia quiso que le enviáramos una cerámica con un letrero que dijera `aquí vive un médico cubano'. Lo más curioso es que el 35 por ciento de las solicitudes vienen de americanos''.

María y Miguel aclaran que los comestibles sólo se venden por la internet y eluden revelar cómo se mantienen frescos los pastelitos en sus largas travesías. En cuanto a los artículos destinados a revivir el pasado, dicen que las peticiones han ido en aumento en los últimos tiempos.

''La nostalgia mueve a nuestros clientes. Existe una necesidad de identificarse con sus raíces por encima de cualquier oficio, título o edad. Hace unos días, un anciano se echó a llorar cuando se vio en una revista del Habana Yacht Club; algo parecido le ocurrió a una china frente a una foto del carnaval de La Habana al identificar a su tía'', cuenta María.

Los propietarios están conscientes de la relación que existe entre el factor emocional y la venta de sus productos. Un hecho comprobado hace unos meses cuando se les ocurrió vender una sidra etiquetada con la orden de ''abrir cuando muera Fidel'', una frase que elevó los envíos a cantidades insospechadas.

Cuando se refieren a la música, los dueños no vacilan en afirmar que los temas de la Orquesta Aragón son los más solicitados por el público de todas las edades. Sin contar otros artistas favoritos como La Lupe, Pérez Prado y Miguelito Valdés, cuyas fotos se multiplican muy cerca de un tríptico en blanco y negro donde aparecen Olga Guillot, Celia Cruz y Rita Montaner, situado a la vista de Bertha y Gabriel, dos compradores de paso, que al final prefieren llevarse uno con las fotos de Ernesto Lecuona, Bola de Nieve y Beny Moré, en lugar de la colección de monedas de antaño que hacía un minuto los había cautivado.

''Es para regalárselo a un amigo'', dicen mostrando orgullosos el retrato, ``siempre venimos aquí cuando se trata de una ocasión especial''.

La memorabilia sorprende por su variedad y estado de conservación. Por eso no es casual que una bolsa de las tiendas El Encanto haya sobrevivido al tiempo, en franca competencia con los afiches turísticos de hace siete décadas; ni que parezcan nuevas las páginas de El libro de Cuba, un volumen de $4,000 donde se registran los acontecimientos más relevantes desde 1902 hasta 1953.

El ejemplar llama la atención de Juan Carlos Castro, un descendiente de Carlos La Rosa, vicepresidente de Cuba durante el primer gobierno de Gerardo Machado. Con la certeza de haber destapado un tesoro, el parroquiano busca entre las páginas la foto de su bisabuelo, pero la mirada de su esposa Kitty se desvía hacia un banderín que dice ''Bienvenidos al Gran Hotel de Santa Clara'', el sitio donde le celebraron a ella su primera fiesta de cumpleaños. Sin mucho éxito, reprime el llanto, y cuando logra reponerse, confiesa que en sus visitas a la tienda se reafirman sus sentimientos cubanos.

En la acera, un hombre vestido como un antiguo vendedor de billetes de la lotería nacional saluda a los transeúntes. Adentro, una muchacha se decide por un pulso de 49 centavos con los colores patrios, después de haberse extasiado frente a una diminuta mecedora conocida por muchos cubanos con el nombre de comadrita.

''Nos hemos propuesto rescatar las tradiciones'', dice María, ''Por eso siempre el Día de la Madres regalamos un clavel rojo a cada mujer que tiene a su mamá viva y uno blanco para quienes sienten su ausencia'', comenta Miguel.

Como siempre están a la caza de nuevos incentivos para su clientela, la pareja decidió sacar a la venta una variedad de ornamentos destinados a bodas, fiestas de 15 y baby shower con temática cubana.

''La rueda de una carreta de cañas la piden mucho para hacer centros de mesa'', dice Miguel. ``En el caso de los juguetes, las quimbumbias han causado sensación''.

Los Vázquez confiesan que, tras su afán de vender la nostalgia, se esconden los valores inculcados por sus respectivas familias desde que eran niños. Algo que se traduce en el dominio del idioma, el conocimiento de la historia de Cuba y en el orgullo con que defienden su identidad.

''Nuestro trabajo nos obliga a perpetuar nuestra cultura todos los días. Así garantizamos que no se pierda la tradición'', sentencia el matrimonio.

aarias-polo@herald.com


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