sábado, 1 de septiembre de 2007

31 de Agosto de 2007, 02:37pm ET

Univision.com

MIAMI (AP) - La Pequeña Habana es el corazón de la comunidad de exiliados cubanos, centro desde el que se planean numerosas actividades contra el gobierno castrista y sitio obligado para turistas por sus galerías, tiendas de cigarros y puestos de café.

Su identidad depende en buena medida de su condición de símbolo de la oposición a Fidel Castro y será interesante ver si esta franja de Miami sobrevive a la muerte del individuo que contribuyó a definirla.

Un grupo de comerciantes, artistas y funcionarios municipales piensan que sí.

En los últimos ocho años, han estado dándole vida a un barrio que alguna vez fue asociado con el bajo mundo y las drogas. Ellos, más que los militantes de la causa anticastrista o el propio líder cubano, son los responsables del florecimiento de la Pequeña Habana.

Y deben manejarse con mucho cuidado para evitar que el progreso le quite su personalidad, como ocurrió con tantos otros barrios de Miami.

"No tengo una bola de cristal que me permita saber lo que pasará cuando no estén Fidel o Raúl Castro, pero sospecho que el intercambio aumentará", señaló el pintor Augustín Gainza, un ex preso político cubano y quien fue uno de los primeros artistas que regresó al barrio. "Cuando Fidel no esté, habrá una Habana y una Habana del Norte", añadió.

Lo que hoy se conoce como la Pequeña Habana fue un pujante barrio judío en la década de 1930, hasta que los judíos comenzaron a mudarse a los suburbios o a la playa. Cuando Castro y sus rebeldes derrocaron al dictador Fulgencio Batista en 1959 e instalaron un gobierno comunista, comenzaron a llegar los exiliados cubanos.

Uno de los que vino en esa época es Pablo Cantón, quien hoy es un funcionario municipal que hace de enlace con la comunidad. Su familia se radicó en la zona en 1961, cuando él era adolescente. Pero, igual que los judíos, Cantón y muchos cubanos se mudaron a los suburbios en las décadas del 70 y el 80, a medida que aumentaban sus ingresos y el tamaño de sus familias. En su lugar quedaron los inmigrantes cubanos más pobres y centroamericanos recién llegados, a quienes les atraía la ubicación central del barrio, la abundancia de transportes públicos y los alquileres baratos.

Cantón volvió años más tarde, para trabajar con la municipalidad en la demolición de casas usadas para el consumo de crack.

"Todos tienen un pedazo de su corazón en la Pequeña Habana", expresó hace poco, mientras tomaba un café con leche en una panadería que alguna vez fue propiedad de cubanos y ahora está en manos de guatemaltecos. Cantón comparó la revitalización de la Pequeña Habana con la que hubo en Miami Beach.

"Lo mismo que sucedió en South Beach se está dando en la Pequeña Habana. South Beach estaba muy deteriorada hace algunos años y miren lo que es ahora. Es increíble", manifestó.

Las cosas empeoraron en los 80 y los 90, pero algo nunca cambió: el Domino Park, el rincón donde cubanos ancianos, luciendo sus guayaberas, se reunían para jugar dominó, fumar cigarros y charlar. Este sector siempre atrajo turistas, incluso en los peores momentos.

Jackie Sarracino, inmigrante cubana, descubrió este rincón casi de casualidad.

Su familia se radicó inicialmente en Nueva York pero se mudó a Miami para estar cerca de familiares que vinieron durante el éxodo de 1980 a través del puerto de Mariel, cuando Castro dejó que se fuesen 125.000 personas.

Una tarde, en 1999, fue en su auto a la Pequeña Habana de pura curiosidad.

"No había absolutamente nada, salvo un autobús turístico frente al Domino Park, y todos estos alemanes con cámaras colgándoles del cuello, mirando las moscas", recordó. "Se fueron y llegó otro autobús. Me pregunté "¿cuál es el atractivo de esto?". Con mi mentalidad capitalista neoyorquina, supuse que tal vez se podía hacer dinero aquí".

Una semana después, alquiló un local para abrir su primer comercio en la Calle Ocho, la principal arteria de la zona. Al principio, la gente pensó que estaba loca.

"Era uno de los lugares más tenebrosos en que he estado, con prostitución, drogas, desamparados, calles sucias", recordó desde su refinado negocio de objetos que pertenecieron a celebridades y otros artículos conmemorativos. "Al frente había un negocio que vendía cosas para funerales, con un ataúd en la vidriera".

Pero Sarracino, cuyo padre falleció al poco tiempo, estaba decidida a rendir homenaje a la historia de su país. Vendió afiches viejos y luego agregó mercancías de interés para los nietos de sus clientes, como la popular camiseta con el cartel "Hecho en Estados Unidos con componentes cubanos". A diferencia de otros comerciantes, se niega a vender mercancías con la palabra "Castro", ni siquiera si tiene lemas anticastristas.

"Toda publicidad es buena publicidad", sostuvo. "La Pequeña Habana no tiene nada que ver con él".

Sarracino comenzó a exhibir obras de artistas desconocidos en sus vidrieras y, para sorpresa de todos, se vendían. Aparecieron entonces algunas galerías en la Calle Ocho y Gainza, Sarracino, Cantón y otros organizaron ferias callejeras mensuales y consiguieron fondos para reparar una sala de cine y exhibir películas de calidad.

Ocho años han pasado y hoy hay más de una docena de galerías. Abren nuevos restaurantes y negocios de cigarros. Hay incluso un edificio que alberga varios comercios y oficinas. Se encuentra no solo comida cubana, sino también nicaragüense, peruana y tapas españolas.

"Ha cambiado, pero la historia que tiene detrás no se cambiará jamás", dijo Cantón.

En el barrio hay un pequeño Museo de Bahía de Cochinos y la casa donde vivió seis meses el niño Elián González antes de regresar a Cuba con su padre hace siete años.

Allí se reunieron miles de personas el año pasado cuando se supo que Castro tenía problemas de salud y había entregado el poder a su hermano Raúl.

Sarracino está convencida de que el barrio tiene un gran futuro, con o sin Castro.

Recientemente, un comerciante ruso entró a la galería de arte de su marido luciendo guayabera, pantalones con pliegues y sombrero de paja, como si estuviese en La Habana de 1940.

"Miren como se viste", comentó Sarracino entre sonrisas. "Todos quieren ser parte de ese misterio cubano".


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