jueves, 1 de mayo de 2014

Publicado el jueves, 05.01.1

Es realmente inexcusable que los exiliados y nuestros descendientes más influyentes hayan esperado décadas para erigir un museo del exilio cubano. Pero más vale tarde que nunca. La buena noticia es que, a falta de uno, es probable que pronto contemos con dos. En Coral Way abrirá sus puertas esta primavera el Museo Cubano con el objetivo de preservar y promover el arte que han realizado y realizan centenares de artistas cubanos, especialmente desde el destierro. Y ahora se baraja seriamente la idea de erigir el Museo de Historia del Exilio Cubano, cuyo propósito sería contar precisamente las peripecias desgarradoras que han vivido y que aún viven millones de compatriotas sin que hayan surgido indicios definitivos de que vayan a desaparecer las causas de su exilio. Son a ojos vistas dos esfuerzos tardíos pero encomiables que algún día aprovecharán y agradecerán futuras generaciones de cubanos y miamenses. Y sin embargo…

Como vivimos en una sociedad donde todo felizmente está a debate, por ahí andan algunos que se oponen por diversas razones a la construcción del segundo museo, como estoy seguro que hubo otros –o acaso los mismos– que se opusieron a la del primero. Algunas de esas razones las aducen quienes objetan cualquier iniciativa local cuyo título contenga la palabra “cubano’’. No deberíamos preocuparnos demasiado por ellos. Pero otras razones las esgrimen conciudadanos que plantean preguntas pertinentes: ¿cuánto va a costar el proyecto y quiénes lo van a pagar? Por qué sus promotores proponen que el museo de historia se erija en una privilegiada y costosa propiedad pública situada frente al mar, justo detrás del coliseo American Airlines donde juega el Miami Heat? ¿Estarían dispuestos a considerar otra propiedad digamos que más modesta y acaso privada? ¿Y qué elementos contendría el futuro museo que lo haga atractivo y útil para aquellos residentes del Gran Miami que no son cubanos ni planean serlo?

He leído y oído estas y otras interrogantes sobre el proyecto en los diarios y programas de radio locales. También fuertes opiniones en contra de que se lleve a cabo. Al escucharlas no pude por menos que concluir que los partidarios del museo –entre los que me cuento desde siempre– aún tienen por delante la importante tarea de explicar bien sus objetivos a todos los miamenses sin excepción y, sobre todo, de cerciorarse de que se diseñe y ejecute con transparencia, sin gravar a los ya agobiados contribuyentes y, de ser posible, en un terreno que puedan adquirir mediante una transacción justa o una donación particular.

En un principio me aseguran que el futuro museo podría costar de entrada unos $125 millones. Eso es sin duda viruta fuerte. Pero no tanto como para que no se pueda recaudar entre exiliados y nuestros descendientes con recursos, especialmente aquellos que tradicionalmente no han escatimado contribuciones generosas a otros valiosos proyectos relacionados con las artes y la historia de Cuba y del destierro. De hecho, ese parece ser el plan oficial hasta ahora y debería seguir siéndolo. Pero algunos o todos los comisionados no hispanos de la ciudad de Miami se oponen a la fabricación del museo en la propiedad pública situada frente al mar. A uno de ellos, Marc Sarnoff, lo citó el Miami Herald haciendo declaraciones aparentemente desdeñosas (”Give me a break, what about some grass’’). Y esta es una señal evidente de que aún queda por delante una imprescindible labor explicativa y persuasiva.

Quienes no deberían albergar duda sobre la conveniencia e importancia del futuro museo son los cubanos. Sería la tercera parte de un tríptico institucional –complementando el Museo Cubano y el recién estrenado Memorial Cubano de Westchester– que ayudará a preservar la memoria de una de las épocas más traumáticas de la historia de Cuba. En conjunto, estas instituciones nos ayudarán a entender un poco mejor la catástrofe que hemos vivido los cubanos y alimentarán la memoria de un pueblo con marcada tendencia a repetir sus grandes errores políticos y sociales. Y servirían de modelos para las que algún día se podrían levantar en la tierra donde comenzó el desastre y donde aún muchos lo viven en carne propia cada día.

Tomado de: El Nuevo Herald

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