Especial/El Nuevo Herald
La palabra poética del escritor cubano Manuel Díaz Martínez desborda el poema. Como otros grandes de la poesía hispana, pensemos en Machado o Darío, Díaz Martínez ha sido un lúcido cultor del ensayo. El que hoy comento tiene además un interés especial pues está concebido como una autobiografía del poeta. Acompañando, y definiendo al título: Sólo un breve rasguño en la solapa, encontramos entre paréntesis la palabra (recuerdos). Me detengo en ella porque la considero clave en la naturaleza autobiográfica del relato que la casa española AMG editor, en Logroño, tuvo la feliz iniciativa de publicar.
Hay seres que se realizan entregándose, compartiéndose con los Otros. Y cuando uso la mayúscula, significo lo que bíblicamente llamamos el prójimo. Manolo, como le llamamos los amigos, pertenece a este tipo especial de persona. Por lo tanto su biografía es un recuento de hechos de vida que nos lo muestran siempre en relación con su entorno, con los que amó y también con los que odió, o le odiaron, aunque a ellos les dedica mucho menos espacio.
Como le ha tocado vivir a través de tres momentos candentes de nuestra nación: república, revolución y exilio, las páginas del libro son lecciones de intrahistoria, permítaseme el uso del término unamuniano. Al mismo tiempo, son también lecciones de estética: sus definiciones de poesía, en especial las condensadas en las páginas 86-87 que cito de modo fragmentado por razones de espacio, son preciosas tanto para el especialista como para el iniciado.
``Ni la creacion ni la interpretación de un poema son actos gratuitos, incausados no hacemos ni leemos la poesia, ella nos hace y nos lee. Escribirla es el artificio de que disponemos para que quede un testimonio más o menos fiel de los abisales momentos en que somos poseidos por la realidad de realidades --realidad estrictamente humana-- que es la poesía''.
Perteneciente él a la llamada generación de los años 50, los recuerdos de Díaz Martínez sobre sus intercambios con el grupo deben formar parte de una historia alternativa de la literatura cubana, más detenida en vínculos humanos y literarios que en rupturas ideológicas, para la que traza pautas el celebrado congreso de la Universidad de Canarias, en homenaje a Díaz Martínez, Señales de vida. De estos segmentos del libro, aprecié enormemente sus memorias de un poeta ''maldito'', hoy casi olvidado en todas partes: José Alvarez Baragaño.
Como no es Manolo ni patético ni chismoso, pero sí sensible y ''dicharachero'', el relato se estructura alternando delicadas anécdotas sobre su familia y amigos cercanos, con otras de filoso contenido crítico sobre algunos personajes y momentos significativos de la vida intelectual cubana. Por la modestia y probidad que le caracteriza, para estas partes, por la que nos enteramos de escenarios inéditos del ''Caso Padilla'' o de la ''Carta de los Diez'', Manolo prefiere citar cartas, o recortes periodísticos, dando al lector información de primera mano que documenta el discurso de la represión y la respuesta del reprimido.
Muy distinto es el lenguaje para nombrar a los seres queridos: los padres, la bellísima esposa, Ofelia, las hijas, su amigo más entrañable, el poeta andaluz Fernando Quiñónez. Sólo la metáfora nos puede transmitir el amor, parece comprobarse aquí. Por eso recomiendo para completar estas vivencias del poeta la lectura de los poemas que a estas personas dedica en su antología personal Un caracol en su camino, publicada sobriamente por Aduana Vieja. A través de la imagen, al modo de Lezama, se comprenderá como el poeta ha sido mediante de la vivencia del amor en todas sus manifestaciones.
Ha advertido con razón el crítico Virgilio López Lemus que 1967 es un año que muestra un cambio en la poética de Díaz Martínez con su adscripción a la corriente conversacional. No es este el lugar para establecer una valoración comparativa entre este poeta y otros compañeros suyos de generación, la llamada de los años 50, que también practicó esa tendencia estilística. Pero quiero enfatizar que lo que distingue el coloquialismo en Manuel es una búsqueda existencial del sí mismo en el Otro mediante el diálogo.
Por eso en los momentos del desamparo total del exilio el poeta busca la plática con los que aún siguen acompañandole, con los Otros que amó y le amaron, pues ellos le permiten revelar poéticamente un ser que pareciera estar amenazado por la soledad, por las jugarretas que la incertidumbre de futuro nos juega a todos.
Emmnuel Levinas, empeñado en salvar la filosofía contemporánea de la crisis ética en que se encuentra, nos recuerda algo que halla eco transparente en la poesía que discutimos: ``Es banal decir que existimos en singular. Estamos rodeados de seres y cosas con las cuales mantenemos relaciones. A través de la vista, el tacto, la simpatía y el trabajo en común somos con los otros. En principio el YO no se crea a través de la primera persona, sino que se apoya para su existir en el mundo''.
Si aceptamos esta intención, digamos más bien justificación profunda, de la necesidad del conversar como un alcanzar al Otro en el Uno, se entiende el refinamiento estilístico de la lírica de Díaz Martínez que nunca carenó en el uso facilista del lenguaje popular que permite el coloquialismo.
Quien alcanza a ser en el Otro puede habitar de modo más pleno esa difícil circunstancia de ''la Intemperie'' que diría María Zambrano es todo exilio. ¿Será ese quizás el secreto que le ha permitido a Manuel Díaz Martínez hasta hoy vivir su exilio en España sin mostrar más que ``un leve rasguño en la solapa''?
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