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martes, 27 de junio de 2006

'El cuento de René': honor a quien honor merece.

Posted on Tue, Jun. 27, 2006

BARBARA SAFILLE
Especial/El Nuevo Herald

Un momento de gran regocijo se vivió la noche del 14 de junio en el Teatro Prometeo. El XXI Festival de Teatro Hispano hacía justicia a uno de los más dedicados artistas del exilio cubano. Poeta, dramaturgo, actor, dibujante, payaso, artista a toda hora, René Ariza validó su vida a partir de su obra y se entregó sin más a ella.

Nacido en La Habana, el 29 de agosto de 1940, desde muy temprano se dedica al teatro y a la literatura. Estudia en la Academia Municipal de Artes Dramáticas de La Habana y en 1967 obtiene el Premio de la Unión de Escritores y Artistas por La vuelta a la manzana. Un año más tarde su pieza teatral El banquete es nominada para el Premio Casa de las Américas. En enero de 1974, Ariza es condenado a ocho años de prisión acusado de escribir literatura subversiva. Desde su llegada a Estados Unidos en febrero de 1979, Ariza escribe, actúa, canta, recita, dibuja, febrilmente, en incesante espiral creativa de Miami a San Francisco. Muere, sin el reconocimiento merecido, el 27 de febrero de 1994.

El grupo Prometeo, con un elenco de jóvenes inteligentes y perceptivos inspirados en la obra teatral de Ariza, presentó El cuento de René bajo la dirección de Larry Villanueva, un espectáculo de piezas breves y monólogos hábilmente insertados a la metáfora de una comparsa lúgubre e hilarante. Ya antes de comenzar, el público era recibido a una atmósfera de sublimes vibraciones. En la penumbra del escenario, bajo una bóveda de tules verdosos en forma de tramposas telas de araña, temblaba el escenario vacío. La unidad de la representación estaría garantizada por el espectro de miedo y represión presente en cada una de las historias, por lo absurdo de sus grotescos personajes y por el tono sarcástico de la puesta en escena, que ante la paradoja de esta realidad enajenada, para enmascarar el dolor, opta por reír.

La exitosa puesta utiliza un concepto escenográfico minimalista de Michel Hernández, en que el artista hace ostentación de aguzado ingenio. Con no mucho más que una puerta con cortina de tiras a la izquierda del escenario, un par de sillas, un refrigerador viejo y un ventilador anacrónico, Hernández crea una dinámica escénica diferente para cada historia, donde un hueco refrigerador proteico se transmuta en carroza, en cama, en tumba. Sin cortinas que se abran, pero con una intensa dinámica y especial energía comienza la comparsa macabra de Ariza con El relato sospechoso, interpretado magistralmente por Larry Villanueva. Su profundo desarrollo del personaje se evidencia en la aguda discriminación de intenciones para cada unidad dramática, para cada bocadillo, para cada uno de sus tonos e inflexiones. Sin embargo, son sus silencios y sus transiciones lo que hace a Villanueva un aliado del teatro de amenaza de Harold Pinter, a pesar de su riquísima interpretación del ''cheo'' cubano.

También las transiciones entre escena y escena fluyen orgánicamente, gracias a una profunda cohesión entre los actores y a una certera dirección. En El fantasma del puerco, pieza trágica y grotesca, Diego Romero incorpora a su personaje un nivel de retraso mental para justificar su enajenación y elige preferentemente el humor negro --quizás demasiado-- en la solución de su caracterización.

Sin embargo, su enérgica actuación, su dinámico movimiento escénico en diferentes niveles y su entrega a una dolorosa vivencia humana que sólo puede asimilarse a través de un cáustico cinismo, justifican su sombría carcajada.

Mirla Pereira, en Relato para moscas, Insultos, Apariencias y Carne, asume sus diferentes papeles con dedicación y aporta una voz grave y misteriosa que colabora con el carácter siniestro y risible del espectáculo. En Sueños se destacan con su sincera y genuina actuación Luis Nalerio y Honorio Toussaint. Otras de las revelaciones de la noche fueron Gustavo Mejía en Ser escritor y César Palacios y Facundo Rodríguez en Mascarada y carne, con poderosas y apasionadas interpretaciones. Hannía Guillén en Esposas, Diego Romero en Héroe tras héroe, y todo el elenco, demuestran que son capaces de identificarse con el intenso y atormentado universo de René, en que no se deja de amar al ser humano a pesar de sus aberraciones.

La inolvidable puesta en escena culminó con una excelente caracterización y una genial actuación de Rosa Inguanzo en Los bravos. Investida de los atributos de un hombre ignorante y machista, Rosa, como René, se aproxima al ''cheo'' cubano con una mezcla de complacencia y horror. Su personificación marca un hito en las tablas de Miami. Las luces, el vestuario y la musicalización de Young, Ortta y Rodríguez, apoyan con precisión, riqueza imaginativa y justa ambientación, el concepto estético de la dirección teatral. Desde el más profundo y apacible de los abismos, Ariza sonríe.

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