By JOSE ANTONIO EVORA
El Nuevo Herald
Ante la obra del pintor Agustín Fernández uno tiende a enmudecer. Milenios de represión sexual disfrazada de compromisos morales y de obediencia a mandatos divinos sembraron de hipocresía la comunicación humana. A ese lenguaje verbal contaminado opuso Fernández una claridad extraverbal pura, nueva, que es su pintura minuciosa y desconcertante.
Así como las célebres ''muñecas mutantes'' del francoalemán Hans Bellmer nacieron en contraposición al culto al ''cuerpo perfecto'' que preconizaba el nazismo, no debería descartarse que todo el velado o abierto sadomasoquismo de Fernández sea una reacción al ''alma perfecta'' que en público preconizan los puristas mientras disfrutan corromperse en privado.
''Sí, en mi pintura hay un poco de sexo castigado, pero mi representación del sexo pierde su naturaleza física o animal y deriva en su propia esencia'', le dijo Fernández en el 2000 al curador y editor neoyorquino Gustavo Valdés para la revista Ars Atelier. ``Aunque al público parece interesarle más que cualquier otro el aspecto sexual de mi trabajo, me gustaría ser considerado un pintor metafísico a la manera de [Giorgio] Morandi''.
Fallecido la noche del 1ro. de junio pasado en Nueva York, donde vivía desde 1972, Fernández se fue de este mundo a los 78 años bajo el signo de una paradoja: pese al consenso de que es uno de los más grandes artistas latinoamericanos de su generación, tuvo poco éxito y sus obras se han cotizado a precios bajos en el mercado del arte.
''Lo que expuso Agustín en los años 70 lo hacen algunos alemanes ahora'', dijo el galerista de Miami Gary Nader, uno de los pocos que le organizó exposiciones personales a Fernández en el sur de la Florida. ``La realidad del arte latinoamericano sigue siendo el gueto, pero él está al nivel de cualquier grande del mundo de hoy. Hay artistas que están adelantados a su época, y él es uno de ellos''.
Desde la primera vez que dedicó su espacio a hacerle una muestra personal en 1986, asegura Nader, pudo comprobar la grandeza de Fernández por las reacciones de otros artistas que visitaban la galería.
'Es muy raro que un artista elogie mucho a otro, pero desde que entraban todos decían lo mismo: `Qué grande, esto es lo que se llama un pintor' '', recuerda Nader. ``En lo personal, mis tres favoritos de los últimos 50 años de la pintura cubana son Lam, Acosta León y Agustín Fernández''.
Uno de los artistas más polémicos de las décadas de los 70 y los 80 fue el fotógrafo Robert Mapplethorpe, de quien Fernández se hizo pronto amigo cuando llegó a Nueva York y junto a quien expuso, por ejemplo, en The Coincident Eye, de 123 Watts Gallery, donde también había obras de Bellmer.
''La pintura no es para colocarla encima de un sofá, ni para mostrarla en galerías'', le dijo Fernández a Valdés en otra parte de la entrevista. ``No es para complacer a arquitectos ni a decoradores; a curadores ni a críticos. La pintura tiene un valor estético, abstracto, histórico. No debería ser usada para ponerla sobre unos muebles ni para adornar una pared. Siempre debería aparecer aislada, como para recordarnos que el arte no tiene sitio ni lugar, que sólo existe en sí mismo; que usarlo es distorsionarlo''.
Cuando se graduó en la habanera Academia de San Alejandro a mediados de los años 40, y casi toda la década posterior, Fernández hacía pintura figurativa sin escatimar colores. El cambio vino en 1959 tras su definitivo viaje a París. Entonces empezaron a prevalecer los tonos opacos y la tendencia a la abstracción.
''Recuerdo haber visto obras suyas en la residencia de la esposa de André Breton'', dijo el coleccionista de Miami José Martínez Cañas, quien a mediados de los 70 donó varias pinturas de Fernández al entonces Museo Metropolitano de Miami, heredadas, según el propio Martínez Cañas, por el Wolfsonian de la Universidad Internacional de la Florida (FIU).
Resulta curioso que, viviendo y trabajando en plena Nueva York, no fuera allí donde el galerista Mitchell Algus viera por primera vez la obra del cubano.
''De visita en Washington vi una pintura suya en el estudio de una amiga, y me puse en contacto con él a mi regreso'', cuenta Algus, cuya galería radica en 511 West 25 St., Manhattan. ``Me pareció impresionante que su trabajo fuera prácticamente desconocido aquí en Nueva York, donde vivo hace ya 30 años. Creo que se debía en parte a que él no era un promotor de su obra, y aquí debes estar conectado socialmente y tratar de atraer gente para que te conozcan. Pero sí era muy prolífico. Trabajaba duro y dedicaba muy poco tiempo a promoverse''.
A la pregunta de por qué lo había escogido entonces como uno de los artistas representados por su galería, Algus responde sin pensarlo dos veces.
''Me gusta mostrar el trabajo de gente poco conocida que sea muy importante'', dijo.
Lo de prolífico se refiere al volumen de la producción y a la variedad de técnicas, a pesar de que fuese apreciado sobre todo por su pintura.
''Agustín es el Velázquez cubano'', dice Gustavo Valdés. ``Dejó un cuerpo de obra inmenso. Además de pintura, trabajaba muchísimo en los objetos escultóricos que él llamaba objetos verbales --en los cuales usaba piezas desechadas, como tuberías de aspiradoras--, acrílicos, grabados, serigrafías, y una cantidad indeterminada de dibujos. En las tiendas de anticuarios compraba libros de zoología y biología de los siglos XVIII y XIX, y sobre esas láminas hacía sus propios dibujos, o les ponía papel de China y los alteraba. Algunos de esos son geniales; costaba trabajo reconocer la alteración que él había hecho. Intenté convencerlo y estuvo tentado a exponerlos una vez, pero me dijo que no, que eran para su consumo exclusivo''.
Es en la ya citada entrevista con Valdés donde el pintor se revela públicamente como pocas veces, con una irreverencia y una causticidad espontáneas.
''Hay que distinguir entre lo que es pintura y lo que no lo es; entre lo que es arte y lo que no lo es'', dijo Fernández. ``Hay pintores de todo tipo: realistas, abstractos, pop, comerciales, gestuales, expresionistas, accidentales... [Pero] algunos nunca deberían haberse tomado en serio a sí mismos, ni deberían ser tomados en serio por el público. La pintura seria no tiene nada que ver con modas pasajeras, ni con hacer dibujitos. Tampoco es tratar de vender, ni debería en estos tiempos comprometerse con un vocabulario religioso. La pintura es un compromiso entre la obra y su creador; una necesidad de expresarse sin palabras. Este compromiso es lo que distingue a algunos pintores de otros. Un artista ... debería saber distinguir entre lo bueno y lo malo que hace; distinguir en sí mismo entre el pintor, el decorador, y el comerciante potencial. Hay artistas sin obra que a pesar de todo lo son, y hay otros que tienen una obra extensísima y no son artistas''.
Valdés, coproductor de una serie de documentales sobre pintores cubanos dirigida por el cineasta Ricardo Vega, recuerda que cuando los sometieron todos al comité de selección de la subsidiaria del Festival de Cannes dedicada a programas de arte para TV, el único elegido fue el de Agustín Fernández.
El curador y editor neoyorquino, que lo vio pintar y hacer grabado, evoca la precisión y la seguridad con la que Fernández ejercía su oficio.
''Se tiraba en el lienzo y no había titubeos'', cuenta. ``Cuando ponía el pincel para afectar la superficie ya había amasado la idea y tenía claro todo lo que iba a hacer. Y era también un hombre muy culto, muy informado. No se perdía ninguna exposición en ningún museo importante de Nueva York y de París, adonde iba con frecuencia. Muy informado y muy actual. Si no estás informado, te vuelves un primitivo aunque seas un hiperrealista''.
En eso coincide el artista Arturo Cuenca, quien estuvo cerca de Fernández desde que llegó a Nueva York en 1991.
''Crecía con el tiempo'', dice Cuenca. ``Cada año que pasaba su obra ganaba más fuerza, se veía más juvenil, más actual y más fresca. El no se quedó en la generación de los pintores cubanos que empezaron a repetirse: competía con la actualidad; nunca se quedó estancado. Para mí era el mejor artista latinoamericano vivo de su generación; más que muchos que hoy son más famosos y ganan mucho más dinero. Era un tipo muy original, muy de él, muy personal. Muy arraigado en sus demonios y en su personalidad''.
No en vano Ferdinand Protzman, de The Washington Post, dijo que, a pesar de su estilo abstracto, ``sus obras parecen fotos tridimensionales de una realidad alternativa por su extrema meticulosidad''.
Se le vio de muchas formas diferentes, y le sobraron los calificativos, pero, a juzgar por lo que le dijo a Valdés en el 2000, Fernández tenía bastante claro cómo se veía él a sí mismo.
''Soy un pintor formal, absolutamente formal'', declaró entonces. ``La ausencia de anécdota en mis obras ha hecho que algunos me consideren un pintor abstracto; también me han llamado clásico porque mis trabajos tienen la piel muy dura, y otros me califican de realista por la precisión. Pero yo me considero simplemente un pintor. Eso es lo que soy''.
Leer más ... El lenguaje pictórico de Agustín Fernández (1928-2006)
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