Max Borges
El legado del modernismo cubano
ADRIANA HERRERA
La entrega del premio Lifetime Achievment 2006 de la Fundación Cintas a los arquitectos Max Borges y Ricardo Porro no sólo es un homenaje a la trayectoria de dos gigantes del movimiento modernista cubano, sino a una época de la arquitectura de la isla.Borges construyó en 1952 el Tropicana, el cabaré que alcanzó dimensiones míticas como centro de esa vida nocturna que inmortalizó Guillermo Cabrera Infante; y Porro, arquitecto de la Escuela Nacional de Danza Moderna de La Habana (1961-1965), llevó a la cúspide ese movimiento modernista que situó a la isla en la vanguardia de las artes plásticas.
Borges fue parte esencial del grupo de jóvenes arquitectos que incidieron en el florecimiento turístico y económico de mediados del siglo XX. Después de haber estudiado arquitectura en Georgia Tech y hecho su maestría en Harvard, regresó a Cuba, donde tuvo la ventaja de trabajar junto a su padre, el arquitecto Max Borges del Junco, pero construyó una reputación propia con una celeridad que hoy atribuye a una palabra: "Osadía".
Su diseño del Centro de Medicina y Cirugía lo hizo merecedor del Premio Nacional de Arquitectura. A los 33 años se empeñó en hacer Tropicana. Había conocido al dueño, Martín Fox, cuando su padre le construía la casa y se obsesionó con el proyecto. "En aquella época empezaba a hablarse de arcos y a mí se me ocurrió crear ese interior lleno de arcos". La fachada se la sugirió el libro de un artista que descubrió en Milán y que nunca volvió a ver. "Este hombre pintaba fórmulas matemáticas", explica. "Viré una imagen suya y en ese instante vi el diseño exterior de Tropicana".
Borges recuerda que el socio de Fox quería otro arquitecto y finalmente le vendió su parte a éste. Después de numerosas dificultades, Tropicana se inauguró en el inolvidable diciembre de 1952 en que llovió incesantemente sobre La Habana y se convirtió en el icono que identificó a la isla. El carácter de esa construcción convertida en símbolo de una ciudad es tan fuerte que ni los cambios políticos, ni el paso de generaciones han derruido el poder visual del cabaré en el que Borges captó el gozo vital del alma cubana hecha de música.
Pero hoy evoca también una obra invisible: el trabajo de estructura interna que en el Colegio de La Salle sostiene el edificio. "Había un teatro en los bajos y los hermanos querían hacer tres pisos arriba de éste y no se podían poner columnas. Diseñé una parábola grandísima y colgué todos los pisos de ésta. Fue una obra titánica". Esa fue una de las obras "que no se habían visto nunca, había que hacerlas, quedaron hechas y todavía están en pie". Quizá más que el conocido Club Náutico y su piscina gigante, Borges evoca el mausoleo en el cementerio de La Habana, porque debajo del terreno cubierto de hierba hay un salón inmenso donde pueden guardarse 150 cuerpos. Aunque en Estados Unidos construyó centenares de conjuntos de vivienda, su obra magna quedó para siempre en el corazón de La Habana.
Porro, hijo de un médico militar, nació en Camagüey en 1925, estudió arquitectura en la Universidad de La Habana y se especializó en Francia, donde hoy es Caballero de la Legión de Honor y Comandante de la Orden de las Artes y las Letras. Su carrera comenzó a fines de la década de 1940 en esa Habana que se afirmaba a sí misma buscando los orígenes de lo cubano. Luego fue profesor de arquitectura en universidades de Venezuela, Francia, Austria e Israel. Sus pinturas, esculturas, diseños mobiliarios y proyectos arquitectónicos han dado la vuelta al mundo. Su diseño del Centro de Arte de Vaduz, Liechtenstein, ha sido internacionalmente aclamado. Este año, al cumplir 80 años de vida, arquitectos y teóricos del arte de Alemania, Francia y Estados Unidos le rindieron homenaje en Berlín como uno de los mayores arquitectos latinoamericanos.
Cuando piensa en su trayectoria desde la Cuba natal hasta su actual trabajo en París dice: "Ha sido un viaje iniciático". Ahora, de nuevo está haciendo Escuelas de Arte en Francia en Le Puy en Velay. "Es una ciudad románica bellísima", dice. 'Al final del camino retorno a mi principio. A mí me interesa lo que que Goethe llamaba `el espíritu de la tierra'; mi arquitectura siempre trata de captarlo". En La Habana lo hizo fundiendo la tradición aristocrática, llena de sensualidad barroca y la tradición negra; en Francia he unificado la tradición racionalista y lo onírico.
Siempre ha construido con el recuerdo de la imagen que Paul Valéry dio de Eupalynos, el arquitecto, que hizo un templo inspirado en la belleza de una muchacha que había conocido en Corinto y cuyas proporciones transmutó en proporciones matemáticas. En la Escuela de Danza quiso "hacer un edificio hembra, porque Cuba es matriarcal", explica. "Pensé en Oshún, la diosa de fecundidad e hice la Escuela como si fuera una ciudad, con las cúpulas en forma de senos; en el medio abrí una fuente que era como una fruta, rememorando el culto antiguo que está en la raíz del mestizaje".
La arquitectura, para él, no es otra cosa que "crear un marco poético para la acción del hombre". Y esa creación es el eterno juego entre el ansia de la imaginación desbordada y la necesaria contención. En el país que una vez se inclinó ante Le Corbusier, cuyo funcionalismo sin belleza lo espanta, ha conseguido extender su visión libertaria a los lugares que Focault consideraba metáforas opresoras del poder: el manicomio y la cárcel. Está terminando un hospital psiquiátrico cerca de París, que se inspira en la forma de una flor. A la entrada hizo un juego de bóvedas con vitrales. En la comisaría de policía de un pueblo que se llama Pleasure, al lado de Versalles, puso una balanza. El resto de la construcción es "una dinámica total".
"Pronto comenzaremos la escuela de arte con mi asociado Renaud de la Noue", revela, con el intacto entusiasmo de quien no ha hecho otra cosa que 'romantizar' el mundo habitado. Al mirar atrás siente la satisfacción de haber recogido el legado de Eugenio Batista, "ese magnífico pionero que fue el primer arquitecto en atreverse a poner en su lugar la tradición en Cuba". Ha seguido siempre los pasos de Eupalynos y la voz de Holderlin, poeta de su predilección, que pretendía hacer hablar a la belleza. Lo más prodigioso de su propio intento, la voluntad de "romantizar el espacio", es que lo ha cumplido haciendo una arquitectura social, barrios de 100 viviendas no desprovistos de poética, escuelas concebidas como dos alas de paloma, proyectos que preservan el afán del sueño. Admite que tuvo que sufrir y luchar "como un loco" para sostener sus visión de la arquitectura que carece de un estilo fijo, pero no de un principio absoluto: "Partir de una imagen poética e inventar un lenguaje formal que la contenga". El resultado final es: componer la vida como se compone una obra de arte. Nada distinto es la razón del premio recibido por él y Max Borges.
Domingo, 11 de Junio del 2006
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