DANIEL SHOER y JOAQUIM UTSET
El Nuevo Herald
En una carpeta marrón que se ha ido abultando con los años, Salomón Bejar guarda con esmero informes policiales, transcripciones de interrogatorios, reportes forenses, memorandos de la fiscalía y hasta cartas enviadas al presidente de Estados Unidos.
Entre los documentos resalta una misiva a su hermano, José Bejar, con residencia en ''el cielo'', fechada el 5 de febrero de 1998.
''Ayer cumpliste 68 años de edad y el mes pasado, el día 14 de enero, hizo 15 que te asesinaron'', reza el texto. "Te estoy haciendo esta carta para dejarte aclarado que durante todo este tiempo no he dejado de hacer gestiones para que tu asesinato no quedara impune''.
Han transcurrido 23 años desde que su hermano José fue misteriosamente asesinado en Hialeah, pero Salomón no se ha rendido en su infatigable cometido de hacer justicia, para lo cual se ha enfrascado en una cruzada personal que lo ha arrebatado emocionalmente.
''Este ha sido mi martirio, mi calvario'', confiesa Salomón, de 72 años, desde su condominio en Sunny Isles. "Perdí a mi madre y lo acepté, porque me enseñó que uno nace y va a morir un día, pero que te arranquen a un ser querido de esa forma...''.
José Bejar fue baleado dentro de un auto alquilado estacionado en el 3020 Palm Avenue de Hialeah, en compañía de su ex socio comercial, Domingo Danery Martínez, el único testigo, quien salió ileso.
El caso 83-3502, guardado en el archivo de los crímenes sin resolver, fue desempolvado recientemente por detectives de la Policía de Hialeah conmovidos por el obstinado empeño de Bejar de esclarecer lo sucedido.
Pero el paso de los años no ha hecho más que enfatizar la dificultad de un caso que frustró a las autoridades desde la noche del crimen.
Según el relato oficial de los hechos, Martínez recogió a Bejar en su casa en un Toyota Corolla para liquidar una deuda de $30,000 que tenía con su ex socio. Como Martínez no tenía efectivo, ambos decidieron visitar varias de sus tiendas para que Bejar optara por una de ellas como saldo del compromiso.
Martínez dijo a las autoridades que mientras conversaba con Bejar en el interior del auto estacionado al lado de uno de los comercios, súbitamente escuchó un ruido y vio a su ex socio desplomarse manchado de sangre. No sabía por qué, ni cómo, ni había visto a nadie disparar.
Tras rastrear el área, la policía se encontró ante un rompecabezas al que le faltaba numerosas piezas. Fuera de los escasos detalles ofrecidos por Martínez, no había otro testigo ni evidencias físicas.
Todo lo que los detectives tenían en sus manos eran cinco casquillos calibre 22 que habían caído dentro del auto, un proyectil incrustado en el marco interior del parabrisas trasero y el cuerpo de José Bejar, herido de muerte por cuatro disparos hechos a bocajarro desde fuera del vehículo.
Martínez se convirtió automáticamente en el blanco de las sospechas por la deuda que tenía con la víctima, pero siempre mantuvo su inocencia y los investigadores no encontraron evidencias que desmintieran su versión.
El Nuevo Herald se comunicó con Martínez, quien declinó ofrecer declaraciones y dijo que su ''abogado'', a quien no identificó, lo haría por él. Ni Martínez ni su representante legal devolvieron la llamada del periódico, a pesar de que se le contactó en una segunda oportunidad.
Pese a que se especulaba que había un móvil económico detrás del crimen, ante la ausencia de pruebas, la fiscalía estatal determinó que carecía de elementos para llevar el caso a juicio.
El asesinato de José Bejar pasó a ser uno de los más de 70 casos que la Policía de Hialeah guarda en su archivo de crímenes sin resolver.
Más de dos décadas después, a pesar de que no se ha agregado alguna pista nueva, los detectives de homicidios decidieron enviar de nuevo las escasas pruebas físicas al laboratorio de criminalística de Miami-Dade.
''Hemos agotado todas las pistas posibles, pero revisaremos las pruebas físicas del caso con las nuevas técnicas disponibles'', aseguró el sargento Kent Hart, de la unidad de delitos mayores de la Policía de Hialeah.
Los hermanos Bejar nacieron en el seno de una familia judía que emigró de Turquía y se asentó en la ciudad cubana de Bayamo en la década de 1920. De cinco hijos, José y Salomón fueron el tercero y el cuarto, respectivamente. Por su cercanía en edad e intereses comunes, ambos crecieron muy unidos.
Entre sus travesuras, cuando venía la zafra azucarera, acostumbraban a ir a los trenes de carga y llevarse unas cañas para comer.
''Era una de las cosas que más le gustaba'', recuerda Salomón de su hermano.
De los hermanos, José era el más apuesto, siempre rodeado de mujeres que lo pretendían, vestido con guayaberas de hilo y dispuesto a pagar la primera ronda de copas a los amigos, cuenta su hermano.
''Yo quería ser como él'', rememora Salomón. "Era la envidia de todo el mundo''.
Cuando José abandonó el negocio familiar de zapatos y pieles en 1956, a Salomón le tocó sustituirlo. Los clientes entonces comenzaron a compararlo con él. ''Me fue difícil sustituirlo, él era más popular y tenía más experiencia'', asevera.
José salió de Cuba en 1960 y se radicó en Nueva York, mientras que Salomón se exilió en Puerto Rico en 1964. Muy pronto, se reencontraron en la Isla del Encanto, donde vivieron juntos e iniciaron un negocio de zapatos.
Seis años después, José se mudó a Miami y se asoció con Martínez, a quien había conocido en Santa Clara, en 1953, durante un despacho que hizo al almacén en el que éste trabajaba.
Aunque se desconoce el por qué del asesinato y quién fue el responsable, la policía tenía la impresión de que se debió a una cuestión de negocios. ''Se sospecha que fue un asunto de negocios lo que llevó a su muerte'', se limitó a decir el sargento Hart.
Una revisión del caso efectuada por la fiscalía estatal en 1990 fue un poco más lejos en sus conclusiones, en las que señaló que José había sido víctima de un asesinato premeditado, que la deuda que Martínez le debía y el que no hubiese visto nada durante la comisión del asesinato levantaban ''un dedo de sospecha que apuntaba'' hacia Martínez, pero se carecía de pruebas para demostrarlo más allá de la duda razonable.
El arma utilizada de calibre 22 es una de las preferidas de los asesinos por encargo por la facilidad con que se la equipa con un silenciador, lo que explicaría la razón por la cual nadie escuchó el estruendo de los disparos.
Otro elemento que siempre ha despertado una atención curiosa es el papel que jugó en los negocios de los dos socios el abogado Frank Lino Díaz, quien había sido el contable de la sociedad de Martínez y Bejar.
Díaz huyó a Brasil en 1985, justo cuando se iba a declarar culpable de delitos financieros en Miami. En ese país, las autoridades lo consideraron un asociado del cartel de Medellín dirigido por Pablo Escobar. Sin embargo, nunca fue oficialmente implicado en el caso Bejar.
Salomón se enteró de la muerte de su hermano durante un viaje de negocios. Desde que arribó a Miami, al día siguiente, comenzó a buscar pistas. Al reunirse con los detectives Frank Angulo y Lorenzo Trujillo, de la Policía de Hialeah, éstos, según él, le afirmaron: "Este ha sido un asesinato perfecto''.
Seguidamente, Salomón contrató a un abogado que le cobró $5,000, y al año siguiente le entregó una declaratoria de heredero. También empleó a un detective privado que se esfumó una vez que recibió $800.
En repetidas ocasiones, Salomón se trasladó de San Juan a Miami para hacer las diligencias judiciales y reunirse con los fiscales. Al consultar con uno de ellos, una vez que éste practicaba leyes por su cuenta, Salomón le ofreció $25,000 para que encausara al culpable.
''Me respondió que eso era muy poco'', recuerda. "Cada vez que tocaba una puerta, estaba cerrada''.
Salomón no escatimó esfuerzos.
En 1990, se reunió con la ex fiscal general de la Florida Janet Reno.
Ese mismo año, le escribió dos cartas al entonces presidente de Estados Unidos, George W.H. Bush, rogándole su ayuda.
''La situación es seria'', le respondieron en una misiva del Departamento de Justicia. "Puede que usted quiera hablar con oficiales del estado de la Florida... Si cree que hubo una violación de la ley federal, debe reportarlo al Buró Federal de Investigaciones''.
Sin titubear, Salomón se dirigió a las oficinas del FBI en San Juan, donde le dijeron que no podían hacer nada.
Exhausto de tanto insistir, Salomón publicó en marzo de 1998 una carta en las páginas editoriales del Herald titulada 'La angustia de un hermano: `un crimen sin resolver aún me llena de dolor' ''.
''Si alguien tiene alguna información que pueda ayudarme a cumplir este sueño'', suplicó, ''por favor llámeme'', y adjuntó su número de contacto.
Salomón es el único de los Bejar que se ha mantenido en pie de lucha, quizá porque él también fue un amigo cercano del sospechoso. ''Yo fui íntimo amigo de él'', manifiesta iracundo.
Casi todas las noches Salomón se desvela, y si duerme tiene encuentros oníricos con José. Su obsesión ha sido tanta que sus familiares le han recomendado que deje el incidente a ``la justicia divina''.
Salomón está convencido de que tiene la razón, y por eso no se rinde. Su carácter, convicción y fuerza le han servido de apoyo. Y aunque el asesinato jamás se resuelva, está dispuesto a luchar hasta el final.
''Cuando se sepa la verdad, para mí va a llegar el descanso, porque se hará justicia, no venganza'', concluye Salomón, demostrando un residuo de esperanza. "Pero es posible que no descanse hasta que muera. Total, a mí lo que me queda es poco''.
dshoer@elnuevoherald.com
Entre los documentos resalta una misiva a su hermano, José Bejar, con residencia en ''el cielo'', fechada el 5 de febrero de 1998.
''Ayer cumpliste 68 años de edad y el mes pasado, el día 14 de enero, hizo 15 que te asesinaron'', reza el texto. "Te estoy haciendo esta carta para dejarte aclarado que durante todo este tiempo no he dejado de hacer gestiones para que tu asesinato no quedara impune''.
Han transcurrido 23 años desde que su hermano José fue misteriosamente asesinado en Hialeah, pero Salomón no se ha rendido en su infatigable cometido de hacer justicia, para lo cual se ha enfrascado en una cruzada personal que lo ha arrebatado emocionalmente.
''Este ha sido mi martirio, mi calvario'', confiesa Salomón, de 72 años, desde su condominio en Sunny Isles. "Perdí a mi madre y lo acepté, porque me enseñó que uno nace y va a morir un día, pero que te arranquen a un ser querido de esa forma...''.
José Bejar fue baleado dentro de un auto alquilado estacionado en el 3020 Palm Avenue de Hialeah, en compañía de su ex socio comercial, Domingo Danery Martínez, el único testigo, quien salió ileso.
El caso 83-3502, guardado en el archivo de los crímenes sin resolver, fue desempolvado recientemente por detectives de la Policía de Hialeah conmovidos por el obstinado empeño de Bejar de esclarecer lo sucedido.
Pero el paso de los años no ha hecho más que enfatizar la dificultad de un caso que frustró a las autoridades desde la noche del crimen.
Según el relato oficial de los hechos, Martínez recogió a Bejar en su casa en un Toyota Corolla para liquidar una deuda de $30,000 que tenía con su ex socio. Como Martínez no tenía efectivo, ambos decidieron visitar varias de sus tiendas para que Bejar optara por una de ellas como saldo del compromiso.
Martínez dijo a las autoridades que mientras conversaba con Bejar en el interior del auto estacionado al lado de uno de los comercios, súbitamente escuchó un ruido y vio a su ex socio desplomarse manchado de sangre. No sabía por qué, ni cómo, ni había visto a nadie disparar.
Tras rastrear el área, la policía se encontró ante un rompecabezas al que le faltaba numerosas piezas. Fuera de los escasos detalles ofrecidos por Martínez, no había otro testigo ni evidencias físicas.
Todo lo que los detectives tenían en sus manos eran cinco casquillos calibre 22 que habían caído dentro del auto, un proyectil incrustado en el marco interior del parabrisas trasero y el cuerpo de José Bejar, herido de muerte por cuatro disparos hechos a bocajarro desde fuera del vehículo.
Martínez se convirtió automáticamente en el blanco de las sospechas por la deuda que tenía con la víctima, pero siempre mantuvo su inocencia y los investigadores no encontraron evidencias que desmintieran su versión.
El Nuevo Herald se comunicó con Martínez, quien declinó ofrecer declaraciones y dijo que su ''abogado'', a quien no identificó, lo haría por él. Ni Martínez ni su representante legal devolvieron la llamada del periódico, a pesar de que se le contactó en una segunda oportunidad.
Pese a que se especulaba que había un móvil económico detrás del crimen, ante la ausencia de pruebas, la fiscalía estatal determinó que carecía de elementos para llevar el caso a juicio.
El asesinato de José Bejar pasó a ser uno de los más de 70 casos que la Policía de Hialeah guarda en su archivo de crímenes sin resolver.
Más de dos décadas después, a pesar de que no se ha agregado alguna pista nueva, los detectives de homicidios decidieron enviar de nuevo las escasas pruebas físicas al laboratorio de criminalística de Miami-Dade.
''Hemos agotado todas las pistas posibles, pero revisaremos las pruebas físicas del caso con las nuevas técnicas disponibles'', aseguró el sargento Kent Hart, de la unidad de delitos mayores de la Policía de Hialeah.
Los hermanos Bejar nacieron en el seno de una familia judía que emigró de Turquía y se asentó en la ciudad cubana de Bayamo en la década de 1920. De cinco hijos, José y Salomón fueron el tercero y el cuarto, respectivamente. Por su cercanía en edad e intereses comunes, ambos crecieron muy unidos.
Entre sus travesuras, cuando venía la zafra azucarera, acostumbraban a ir a los trenes de carga y llevarse unas cañas para comer.
''Era una de las cosas que más le gustaba'', recuerda Salomón de su hermano.
De los hermanos, José era el más apuesto, siempre rodeado de mujeres que lo pretendían, vestido con guayaberas de hilo y dispuesto a pagar la primera ronda de copas a los amigos, cuenta su hermano.
''Yo quería ser como él'', rememora Salomón. "Era la envidia de todo el mundo''.
Cuando José abandonó el negocio familiar de zapatos y pieles en 1956, a Salomón le tocó sustituirlo. Los clientes entonces comenzaron a compararlo con él. ''Me fue difícil sustituirlo, él era más popular y tenía más experiencia'', asevera.
José salió de Cuba en 1960 y se radicó en Nueva York, mientras que Salomón se exilió en Puerto Rico en 1964. Muy pronto, se reencontraron en la Isla del Encanto, donde vivieron juntos e iniciaron un negocio de zapatos.
Seis años después, José se mudó a Miami y se asoció con Martínez, a quien había conocido en Santa Clara, en 1953, durante un despacho que hizo al almacén en el que éste trabajaba.
Aunque se desconoce el por qué del asesinato y quién fue el responsable, la policía tenía la impresión de que se debió a una cuestión de negocios. ''Se sospecha que fue un asunto de negocios lo que llevó a su muerte'', se limitó a decir el sargento Hart.
Una revisión del caso efectuada por la fiscalía estatal en 1990 fue un poco más lejos en sus conclusiones, en las que señaló que José había sido víctima de un asesinato premeditado, que la deuda que Martínez le debía y el que no hubiese visto nada durante la comisión del asesinato levantaban ''un dedo de sospecha que apuntaba'' hacia Martínez, pero se carecía de pruebas para demostrarlo más allá de la duda razonable.
El arma utilizada de calibre 22 es una de las preferidas de los asesinos por encargo por la facilidad con que se la equipa con un silenciador, lo que explicaría la razón por la cual nadie escuchó el estruendo de los disparos.
Otro elemento que siempre ha despertado una atención curiosa es el papel que jugó en los negocios de los dos socios el abogado Frank Lino Díaz, quien había sido el contable de la sociedad de Martínez y Bejar.
Díaz huyó a Brasil en 1985, justo cuando se iba a declarar culpable de delitos financieros en Miami. En ese país, las autoridades lo consideraron un asociado del cartel de Medellín dirigido por Pablo Escobar. Sin embargo, nunca fue oficialmente implicado en el caso Bejar.
Salomón se enteró de la muerte de su hermano durante un viaje de negocios. Desde que arribó a Miami, al día siguiente, comenzó a buscar pistas. Al reunirse con los detectives Frank Angulo y Lorenzo Trujillo, de la Policía de Hialeah, éstos, según él, le afirmaron: "Este ha sido un asesinato perfecto''.
Seguidamente, Salomón contrató a un abogado que le cobró $5,000, y al año siguiente le entregó una declaratoria de heredero. También empleó a un detective privado que se esfumó una vez que recibió $800.
En repetidas ocasiones, Salomón se trasladó de San Juan a Miami para hacer las diligencias judiciales y reunirse con los fiscales. Al consultar con uno de ellos, una vez que éste practicaba leyes por su cuenta, Salomón le ofreció $25,000 para que encausara al culpable.
''Me respondió que eso era muy poco'', recuerda. "Cada vez que tocaba una puerta, estaba cerrada''.
Salomón no escatimó esfuerzos.
En 1990, se reunió con la ex fiscal general de la Florida Janet Reno.
Ese mismo año, le escribió dos cartas al entonces presidente de Estados Unidos, George W.H. Bush, rogándole su ayuda.
''La situación es seria'', le respondieron en una misiva del Departamento de Justicia. "Puede que usted quiera hablar con oficiales del estado de la Florida... Si cree que hubo una violación de la ley federal, debe reportarlo al Buró Federal de Investigaciones''.
Sin titubear, Salomón se dirigió a las oficinas del FBI en San Juan, donde le dijeron que no podían hacer nada.
Exhausto de tanto insistir, Salomón publicó en marzo de 1998 una carta en las páginas editoriales del Herald titulada 'La angustia de un hermano: `un crimen sin resolver aún me llena de dolor' ''.
''Si alguien tiene alguna información que pueda ayudarme a cumplir este sueño'', suplicó, ''por favor llámeme'', y adjuntó su número de contacto.
Salomón es el único de los Bejar que se ha mantenido en pie de lucha, quizá porque él también fue un amigo cercano del sospechoso. ''Yo fui íntimo amigo de él'', manifiesta iracundo.
Casi todas las noches Salomón se desvela, y si duerme tiene encuentros oníricos con José. Su obsesión ha sido tanta que sus familiares le han recomendado que deje el incidente a ``la justicia divina''.
Salomón está convencido de que tiene la razón, y por eso no se rinde. Su carácter, convicción y fuerza le han servido de apoyo. Y aunque el asesinato jamás se resuelva, está dispuesto a luchar hasta el final.
''Cuando se sepa la verdad, para mí va a llegar el descanso, porque se hará justicia, no venganza'', concluye Salomón, demostrando un residuo de esperanza. "Pero es posible que no descanse hasta que muera. Total, a mí lo que me queda es poco''.
dshoer@elnuevoherald.com
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