By ISIS WIRTH
Especial/El Nuevo Herald
Luego de Lobas de mar (2003, Premio Lara) y La eternidad del instante (2004, Premio Torrevieja), Zoé Valdés ha regresado con una novela sorprendente, lo cual se va haciendo habitual en la escritora cubana: su poder para asombrar en cada entrega parece no tener límites. Bailar con la vida (2006, Planeta) se inserta en la actualidad más dolorosa. Comienza con el 9-11 en Nueva York y termina con el 7-7 en Londres, pasando por los atentados de Madrid. Una escritora --y columnista de ballet-- que vive entre París, Miami, Londres y Nueva York, enfrenta la "ausencia" de inspiración, aguijoneada por los disparatados reclamos del Editor-dictador (¡o deliciosa ironía del "mercado literario" y sus ídolos de barro!), cuya personalidad real no conoceremos casi hasta el fin, entre clin d'oeil --como muchos otros hay-- y virtuosa pirueta balletística.
Como la danza es uno de los temas, junto al de ese presente del que no podemos escapar, con su perturbadora "obsesión de celebridad", de la mano de un erotismo contagioso y de alto vuelo. Tanto, que las páginas eróticas de la novela pudieran situarse entre los clásicos del género de todos los tiempos.
Estructuralmente, son tres "novelas" en una. En vez de resultar arduo para el lector, es otro de los motivos para no soltar el libro de las manos, pues dos de ellas son paralelas (mientras que la tercera es a su vez el resultado de las otras), gracias al acto creador de la Escritora-protagonista, que se tropieza con sus personajes. O Zoé, la novelista diría que aquí metamorfoseada en bailarina, que salta con pasmosos grand-jetés de un lado a otro de su escenario. Como hubiese hecho Nijinski, cuya evocación en tanto personaje de la trama es una, sino la más, de las más profundas aproximaciones a la sustancia de este genio que conozcamos.
La descripción del estreno en Londres que Canela, la rumbera cubana, y Juan, el "bailaor" gitano, han preparado en Sevilla, constituyen las páginas más hermosas sobre la danza que hayamos leído. Este trasunto de La siesta de un fauno --conducido por el propio Vaslav Nijinski-- se sitúa directamente en el origen de la danza misma, allá por la noche de los tiempos. En el principio era Eros, quien ordenó el baile para crear la vida y hacerla fuerte.
Esto es lo que nos dice Zoé Valdés y acierta como nadie. La siesta suya que describe, es esa orgiástica esencial que Nijinski se propuso, y hubiese logrado, quién sabe, si el sentido común --o sea, las directivas del "orden público" del París de entonces-- no lo habría censurado.
Pero lo que a la acción física de la danza no le fue permitido, la palabra --ese otro principio, el del verbo-- lo logra, como ahora Zoé. Que escribir es entrar en una danza verbal, recordaba Valèry.
Y algo más en la novela. Si bailar es la vida en sí (como lo asumen sin pensarlo los bailarines), la transposición narrativa que la escritora ha hecho de ello nos recuerda, al estar atravesada la historia por esos tres grandes atentados terroristas, que la vida, una vez más, triunfará sobre la muerte.
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