Nena Acevedo
Publicado el 11-25-2006
Por Luis de la Paz
DIARIO LAS AMÉRICAS
Cuando se habla del teatro cubano el nombre de Nena Acevedo ocupa un sitio más que destacado. Trabajó y dejó huellas imborrables en el Teatro Universitario y realizó una extraordinaria labor con el Teatro en Güines, municipio en las afueras de la capital cubana. Fue tan abarcador su trabajo que incluso llegó a impartir clases a enfermos mentales en el sanatorio de Mazorra en Cuba y a niñas en un internado en Puerto Rico.
Antes de salir de la Cuba en 1962 formó parte del estupendo elenco que protagonizó Mujeres, de Clare Boothe, dirigida por Cuqui Ponce de León y María Julia Casanova. Esta obra estuvo en cartelera en el teatro Hubert de Blanck, con 324 representaciones entre 1958 y 1960, en medio de circunstancias sociales tormentosas.
Nena Acevedo nos recibe en su apartamento en La Pequeña Habana con la misma sonrisa alegre que le vemos en los comerciales de León Medical Center. Mientras conversa parece, por la gestualidad, la manera de mirar, de entornar los ojos y los movimientos con la cabeza, que está ejecutando una de sus memorables obras. A pesar de sus noventa años se ve una persona alegre, vital, lúcida y soñadora. Mujer de criterios sólidos y de observaciones muy directas y agudas cuando ve algo que no le agrada. Llegó a Cuba los 3 años procedente de El Valle de Oro, pequeño poblado en la provincia de Lugo en España, donde había nacido en 1916 con el nombre de Carmen Acevedo.
Confiesa haber tenido cinco pretendientes con los que estuvo a punto de casarse, sin que nunca llegara al matrimonio con ninguno. Dice haber tenido diferencias con la directora María Julia Casanova. Considera a Gáspar de Santelices como el mejor actor cubano, mientras expresa que el más sobresaliente dramaturgo cubano contemporáneo es Nilo Cruz, por quien manifiesta una gran simpatía.
1.—Cuéntenos de sus inicios en el teatro como actriz y directora.
—Yo debuto ante el público en 1941 en el Teatro Universitario con Numancia de Miguel de Cervantes. Recuerdo que me pusieron todos los trajes y las camisas de dormir de la actriz Luisa Caballero porque no había talla que me ajustara. Desde ese momento nunca más dejé de hacer teatro. Fue una etapa linda de formación y trabajo que se inició con el profesor austriaco Ludwig Shajowicz, quien hablaba con un tremendo acento, pero era un excelente profesor al que yo le debo mucho. Allí también comencé como directora con unas obras de Cervantes. Eran cosas pequeñas de teatro experimental, para un público reducido. Luego vino mi segundo padre en el teatro, Luis Alejandro Baralt, un hombre único como maestro y como ser humano, con él hice muchísimas obras. En realidad yo he tenido una larga carrera, he hecho entre doscientas a trescientas obras. Mi último trabajo fue Lola de Rafael V. Blanco en Teatro Avante, dirigida por Mario Ernesto Sánchez, eso fue en 1996, hace ya diez años.
2.—Usted sale de Cuba en 1962 y se establece en Puerto Rico durante siete años. ¿Qué hizo allí?
—En los siete años que viví en Puerto Rico sólo hice una obra. Era una pieza de Tennessee Williams. Casi toda mi estancia en la isla fue enseñando teatro en el Colegio de Niñas Puertorriqueñas. Allí dirigí muchas obras. No recuerdo cuántas. Incluso ya después las escribía yo, muy mal escritas, pero las escribía para que las muchachitas, tenía 30 alumnas, pudieran desarrollarse. Estuve metida de lleno en ese colegio, inventé cosas... en realidad trabajaba muy duro. Mi vida ha estado tan llena de tremendas experiencias que yo debería publicar en un libro. Ya yo he escrito mis memorias, pero están ahí guardadas. Se las dejaré a Ramón González Cuevas que es uno de mis grandes amigos, como lo es Mario Martín, para ver si un día se publican.
3.—Me gustaría que me hable más detalladamente sobre su labor en el teatro Universitario y en el de Güines.
—Como ya te dije el Teatro Universitario fue fundamental en Cuba como lo fue Prometeo de Francisco Morín. Yo nunca trabajé con él, pero asistí a todas sus presentaciones. La etapa de Güines fue maravillosa. Yo viajaba a Güines en la mañana [unas 30 millas] y en la tarde tenía que estar en La Habana para las funciones de Mujeres. Todo ocurrió de manera casual. Fui con mi hermana Maruja a Güines a ver La pasión, ya era la época de Castro y estaban los milicianos por todas partes. Me pareció que aquel esfuerzo teatral necesitaba una dirección, así que fui a ver al cura y le dije que quería ayudar en la puesta sin cobrar nada. Allí me fui quedando, dando clases, preparando actores y montando obras. Las que destacaban en los teatros habaneros, yo las llevaba a Güines con actores locales. Allí hice con mucho cariño obras que dejaron huellas en ese municipio. Todo Güines iba a ver a mis obras.
4.—Usted trabajó con Marta Llovio haciendo teatro infantil. Relátenos algo sobre esa experiencia.
—Fue una etapa muy linda, pero muy difícil. Sufrimos mucho, nadie nos ayudaba. Nosotros dábamos clases a los niños y hacíamos obras que escribía yo misma, como El perro callejero, inventaba los personajes y las situaciones. En realidad hay muy pocos textos infantiles. Adaptamos cuentos para niños, como la Capericita roja, donde el lobo no se come a la abuela, le hicimos cambios. En realidad casi no hay teatro para niños, y es una lástima porque es muy importante vincularlos con el teatro desde la más temprana edad.
5.—Usted con 90 años va al teatro y es muy exigente con lo que ve en escena, además trabaja en comerciales y está activa. ¿Le gustaría volver a hacer teatro?
—Claro que sí. Ojalá pudiera volver a los escenarios, yo todavía puedo hacerlo. Soy exigente, porque demando perfección, me gusta que las cosas queden bien hechas. Ahora estoy maravillada con Dos hermanas y un piano de Nilo Cruz que dirige Marcos Casanova, que es un magnífico director. También estoy enamorada de Jorge Hernández, que me parece un actor completísimo, que canta y que hizo un papel tremendo en Un objeto de deseo de Matías Montes Huidobro y recientemente estuvo con Pedrito Román en La bella Otero. Yo he vivido mucho y te puedo decir que el teatro es mi vida.
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