Publicado el 27 de April, 2007
Autor: Arq. Salvador E. Subirá
Quizá es conveniente que, al menos por una vez, hablemos de nosotros mismos para establecer nuestra identidad cívica.
Somos cubanos, que al llegar a la edad en que podíamos y queríamos empezar a actuar en la política de nuestro país, tuvimos que enfrentar el período más difícil de nuestra historia republicana. Nos referimos a los ocho años de una dictadura empecinada por mantener el poder, la de Fulgencio Batista, seguidos por más de cuarenta y ocho años de una tiranía totalitaria que descarriló a Cuba de su destino democrático y persiste en abismarla en la miseria total, y que por supuesto, es la tiranía de Fidel Castro.
El programa educativo nacional, que era obligatorio, se encargaba de formar a todos los cubanos en los principios de la convivencia democrática, en el conocimiento de las instituciones públicas que regían esa convivencia, y de revelarle el tesoro moral que nos habían legado los próceres que conquistaron la independencia y fundaron nuestra república. Así sabíamos que el poder nunca debía ser considerado como botín para beneficio propio, sino como oportunidad de aportar nuestros mejores esfuerzos y talentos en la consecución del bien común para nuestro país. Sencillamente el “con todos y para todos” de José Martí. Pero además, y por el mero hecho de ser parte del pueblo cubano durante la década de los años cuarenta, ya teníamos una clara vivencia del valor que adquiere la vida cuando se la puede disfrutar en la libertad de una democracia.
Nosotros, además, tuvimos la oportunidad de conocer y estudiar la falacia de los procesos políticos que se proponían destruir la democracia. Con ello queríamos prever los peligros que podían tronchar la salud cívica de nuestra república . Pero la historia no nos fue propicia y quiso poner a prueba nuestra voluntad patriótica. Nunca falta un Judas para traicionar, y el país lo tuvo. Esta vez por su insana ambición de poder. Sólo por ello ocurrió que la mayor guerra ideológica y de poderes de la historia humana tomara por asalto nuestro territorio para campo de batalla de sus intereses. Y lo cierto es que nos sorprendió por un camino nuevo, y en descubierto.
Saber más allá de la dialéctica diaria también nos comprometía a hacer más que el resto del pueblo. Y también nos empujaba el idealismo generoso que caracteriza a la juventud y que siempre está dispuesta al sacrificio.
Muchos prefirieron escaparse del torbellino que se le venía encima al país, y era su derecho hacerlo, porque quizás intuían que la batalla superaría nuestros recursos. Nosotros también pudimos abandonar la isla, pero entendimos que no debíamos rendir nuestra república a los desmanes de un tirano totalitario. No vacilamos en abandonar nuestra rutina de vida para afrontar los peligros del clandestinaje, sintiéndonos la presa perseguida por unos depredadores sanguinarios, y sabiendo que era muy fácil que nuestro nombre apareciera en la lista de fusilados que publicaba la prensa a diario. Pero era nuestro turno en la historia y no era honorable renunciarlo.
Así decidimos formar filas, y bajo el fuego, tuvimos que cavar la primera trinchera del frente para iniciar la defensa de los verdaderos intereses nacionales. Aún cuando muchos compatriotas no lo comprendían así, y hasta se alineaban en la tropa equivocada. Justo es decir que la mayoría de ellos también respondía honradamente a las notas de un engañoso clarín que decía convocar para la justicia y la libertad. Era un combate muy desigual, con los sentimientos cruzados, pero sabíamos que estábamos más cerca de la verdad. El libro de la vida, que pudo ofrecernos un capítulo lírico, prefirió asignarnos un capítulo épico, y sólo nos quedó adentrarnos en su espacio con valentía para dejarlo escrito con decoro y dignidad.
El tiempo estaba en contra nuestra. Sobre el terreno sentíamos el avance de la demolición democrática y la invasión del totalitarismo. Desesperábamos por obtener los medios que permitieran revertir el curso de los hechos, pero nadie escuchaba, ni parecía interesado en hacerlo. Mientras tanto el régimen se seguía fortificando por la largueza interesada de todo el comunismo internacional. El gobierno iba ganando control de todos los medios del país, y sin ninguna ayuda nos era imposible perdurar. Todo esto en medio de la pasividad de muchos compatriotas que ya se iban rindiendo al miedo. Y peor aún, en medio de muchos otros cubanos que militaban en la crecida represiva del régimen, unos por dejarse manipular con ingenuidad, otros menos escrupulosos por ver la oportunidad de saciar rencores o pasiones, y otros por la simple ambición de pescar en río revuelto.
Creyendo en la honestidad de la mayor potencia democrática del mundo, que se decía amiga, hubo muchos jóvenes que salieron del país conjurados para un entrenamiento del que regresarían a combatir como cuerpo armado. Y así efectivamente lo hicieron con una brigada de combate compuesta exclusivamente por cubanos. Ellos no faltaron a su palabra, pero la potencia sí faltó a la suya incumpliendo súbitamente la logística necesaria y prevista.
Nuestro caso fue distinto porque nosotros no salimos de la isla. Entendimos que nuestro mejor desempeño sería el vertebrar una organización nacional para la insurgencia, el sostén de sus frentes y el trabajo político urbano y rural a través de acciones militares limitadas, la propaganda clandestina y la resistencia cívica. También pensábamos servir de apoyo a la brigada cubana que se entrenaba en el extranjero, pero desconociendo el tiempo de su llegada. Vivíamos en un tiempo afiebrado donde nuestra disposición era mayor que nuestras posibilidades. Así no fue extraño, que muy pronto, maravillosos compañeros de lucha tuvieran que afrontar el sacrificio supremo de sus vidas en una acción guerrillera, o con un último grito de combate frente a la descarga de los pelotones de fusilamiento.
Pero lanzarse en esa empresa fue madurar en el conocimiento del mundo. Muy pronto supimos que los cubanos de ambos bandos sólo resultábamos piezas de un ajedrez mayor. A ninguna de las partes cubanas se les definía claramente que sus intereses nacionales le interesaran a las grandes potencias involucradas. Los dos ambiciosos por adueñarse el mundo sólo topaban sus cornamentas con soberbia y con ello opacaban los ruidos menores del bosque. Pero en la sombra de ese combate la metralla seguía rompiendo pechos cubanos, destruyendo el quehacer inteligente de medio siglo de república, e hipotecando el futuro de nuestro país.
A los que sobrevivimos nos tocó afrontar un presidio implacable, infinito y sin esperanza. Nuestra circunstancia comenzó a ser lo que ya todo el mundo conocía y condenaba como campos de concentración, y lo que también posteriormente se condenaría como gulags. Fueron largos años de reclusión a descontar del tiempo limitado de una vida, y durante el tiempo privilegiado de la juventud. Pero la prisión castrista no era sólo confinamiento, era sobamiento constante para castigarte el cuerpo y rendirte el alma. En ese entorno nos tocó vivir largos años que parecieron siglos. Estuvimos bajo la amenaza de aniquilación como rehenes. Tuvimos que trabajar en régimen de esclavitud y fuimos escarnecidos con la crueldad del bocabajo. Nos exploraron los límites físicos de nuestra supervivencia. Vivimos la cruda conciencia de que éramos entes desechables para cualquier demostración de terror que necesitara el régimen. Y todo podría resumirse con que se había borrado nuestro nombre de la lista del género humano.
Pero no sólo eso, porque simultáneamente había que padecer la indiferencia de nuestro pueblo, que en pocos casos no sabía, pero que las más de las veces se hacía el sordo y no averiguaba porque no le convenía saber lo que podía estorbar su acomodamiento dentro del régimen totalitario. Además sin el reconocimiento internacional que creemos merece todo aquel que lucha por la libertad, la justicia y el derecho, y que tanto nos habría ayudado para acortar nuestro inhumano tiempo de presidio. Para la opinión internacional no había otra verdad que lo que el régimen declaraba en sus discursos y comunicados oficiales, y que se complacía en repetir con las mismas y exactas palabras del régimen. Demasiados intelectuales conocían y no contradecían la invectiva sostenida contra el pasado de nuestra república, ni les preocupaba lo que estaba ocurriendo realmente en Cuba, sino que preferían embelesarse con la urdimbre demagógica de Fidel Castro, pasando por alto que el verdadero significado del castrismo había que investigarlo en la intimidad de los hogares y calles de la isla, y no en los cantos de sirena que el régimen propagaba a través de sus ondas mercenarias. En ese grado de soledad malvivíamos despreciados también por el mundo, inermes y, sobre todo, a expensas de los desmanes de un régimen sin límites morales.
Todavía nos asombra el haber salido vivos de aquel huracán de odios. Nos fueron soltando como bagazos y a regañadientes. Como pulgas que le sobraran a un perro rabioso. Y todo para reiniciar una vida sin futuro y una lucha sin oportunidades.
En el tiempo de la disolución del Presidio Político Histórico el régimen se sentía en control del país, y la vida ciudadana parecía resignada a la permanencia del régimen. La escasez crónica de todas las cosas se había hecho un hábito tolerable, y podía haber alguna queja pero a nadie se le ocurría cuestionar el sistema. Mas sobre nosotros, los ex -presos políticos, pesaba el estigma de representar un tiempo viejo que no podía retoñar. Mientras las quejas de la ciudadanía eran de forma, nuestras objeciones al régimen eran de fondo. Y por ello había ojo avizor sobre nuestras vidas y acciones. Era lógico que sobrábamos en aquel país y que no podíamos hacer nada que satisficiera nuestra conciencia. Entonces tuvimos la suerte de que el exilio cubano nos gestionara un puente de plata hacia la libertad.
Nos dolía la lejanía de Cuba, pero sabíamos que era sólo una estación del mismo camino emprendido veinte años atrás. También tuvimos la noble misión de divulgarle a un exilio valeroso y respetable, pero incrédulo y desfasado por el intercambio de silencios, sobre el verdadero palpitar y sentir de las nuevas generaciones en la isla. Resuelta la subsistencia, cada cual dio pasos individuales para retomar su compromiso moral con el pueblo cubano. Como el molusco hubo que ir abandonando los caracoles viejos. Y las afinidades nos fueron asociando en las organizaciones que mejor concretaban nuestras aspiraciones para el futuro de la patria. Así llegamos al convencimiento de que necesitábamos adoptar el rostro de la política real del mundo a fin de ser reconocidos y respetados. Y fue fácil y natural hacerlo, porque estas organizaciones también correspondían con las vertientes internacionales vigentes en el momento actual.
El resto ha sido ir descubriendo y juntando manos solidarias con nuestros semejantes de toda la diáspora cubana. Y el hacerlo nos ha traído la feliz prueba de que la causa de la libertad de Cuba ya resuena en todas las latitudes.
Medio siglo después no es tiempo de reparar en cicatrices ya cosidas. Olvidamos que fueron agresión, y se nos convirtieron en paz por el deber cumplido. Pero una retrospectiva deja en claro que el pueblo cubano no sólo tiene la virtud de la alegría, también tiene la de la perseverancia en sus luchas por la libertad. Lo tenemos documentado en la historia del siglo XIX. Nuestros próceres de la independencia perseveraron 30 largos años para coronar sus esfuerzos. Y nosotros no nos queremos comparar con la valentía suprema del ejército mambí, pero nuestra gesta ya va durando medio siglo y sin respiros. Claro que cada cual con las armas de su tiempo. Pero tanto ellos como nosotros, viniendo de abajo y prodigando el sacrificio.
Mientras, seguimos inconclusos. No nos ha llegado la hora del descanso, y seguimos dispuestos. Porque queremos afirmar que esa ceja de tierra arqueada del Caribe no se asomó sobre la superficie, y en sitio privilegiado del mar, para temer los miedos de una noche, sino para disfrutar fiestas de sol. Y nuestro destino es lograrle esa aurora, no sólo para recuperar el hogar cubano libre, sino también como diligente taller del progreso social y plaza de la amistad con todos los pueblos.