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domingo, 21 de octubre de 2007

Libros. Lilo Vilaplana y sus cuentos cubanos de los noventa.

WILLIAM NAVARRETE
Especial/El Nuevo Herald

Desde Bogotá, en donde vive y trabaja después de su salida de Cuba en 1997, el dramaturgo, guionista y director de televisión Lilo Vilaplana (Nuevitas, 1965) nos entrega su primer libro de cuentos: Un cubano cuenta (Ed. Arfo, Bogotá, 2007), prologado por el actor cubano Rolando Tarajano.

Nueve cuentos conforman este libro que, más que un anecdotario de vivencias o un viaje imaginario, es un ajuste de cuentas con la sociedad cubana actual. Lo que cuenta Vilaplana es, ante todo, la cotidianeidad de cualquier cubano y en ella, como en las obras clásicas de humor negro, el suicidio, la delación, el mercado negro, el hambre, la criminalidad, la sobrevivencia y la huida son aristas de la vida en la Isla que a fuerza de ser recurrentes ya no asombran a nadie. O en el mejor de los casos: la ignorancia de la realidad que se vive en Cuba hace que se les tome por pura ficción.

En Telenovela cubana, Ulises, el protagonista, compra una dosis de orina a la vieja Eloísa para poder declararse diabético y obtener de esta manera una dieta especial de alimentos. Gloria, su novia, es hija de un general y come langostas en la Marina Hemingway, un área exclusiva reservada para extranjeros u oficiales del gobierno. Ulises abandona el país y se instala en Miami. Al padre de Gloria lo retrogradan y termina para ella su vida de privilegios. Para Vilaplana esta circunstancia y la manera en que los acontecimientos posteriores ocurren, significan el comienzo de la ''nueva telenovela cubana''. Tal vez le recuerde, en parte, las razones de su propio exilio. Este cuento lo ha dedicado a Telecolombia que le abrió las puertas y a sus compañeros de trabajo durante los diez años vividos en ese país.

Ha querido el autor dejar como exergo, en la solapa de su obra, una frase martiana que resume muy bien lo que piensa del régimen cubano: ''No se funda un pueblo como se manda un campamento''. Y ha dedicado su libro a sus familiares, amigos y ''a los cubanos que tienen la hombradía de estar en las cárceles cubanas por el solo hecho de pensar en la libertad de su patria''. En Clandestinos tres amigos consiguen pintura y escriben sobre los techos de las guaguas del paradero de la barriada habanera de La Lisa frases que sólo pueden ser leídas desde los balcones de las calles por donde circulan los ómnibus: ¡abajo la dictadura!, ¡abajo Fidel!, ¡abajo el tirano! La idea es tentadora, Vilaplana es uno de los tres amigos que cometen el acto de rebeldía. Antes de que la policía los capture se despierta en el asiento del avión que lo lleva a una nueva vida y a otra tierra.

Un cubano cuenta sorprende por la crudeza y, a la vez, sencillez de sus historias. No se las ha escogido con pinzas, sino que han sido presentadas como se contarían, entre amigos, en una tarde habanera: con desenfado, sutil ironía y no poco humor. Son historias de los años noventa, o sea, del comienzo de la crisis económica más importante de la historia de Cuba. Al referirse a ese

período en su prólogo, Tarajano advierte que ''todo cubano que estuvo allí tiene los noventa dentro del pecho todavía''. Para los también actores Ivelín Giró y Osvaldo Ríos (quienes me extendieron este libro y estuvieron presentes en su lanzamiento en Bogotá), Vilaplana es un excelente cuentista con gracia y talento natural.

Ignoro si el polifacético autor de estos cuentos piensa llevar alguno de ellos a cortometraje. En su haber Vilaplana cuenta con la realización del corto de ficción Se me olvidó decirte, además de que ha escrito varias obras de teatro. Su compilación de cuentos forma parte ya (junto con la obra de autores como Pedro Juan Gutiérrez, Ena Lucía Portela y Amir Valle) de la literatura cubana del colapso social de la Isla. Sospecho que Vilaplana no ha dicho la última palabra y que en materia de buenas letras nos reserva sorpresas mayores.


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