Cubanos sin Fronteras
Julio M. Shiling
jmshiling@patriademarti.com
Esta vez le tocó a Trinidad y Tobago. La política (y los políticos) le gusta eventos que le prestan, a sus oficiales electos libremente, los electos fraudulentamente y los no-electos, una portentosa visibilidad de pompa. Pocas de estas reuniones, históricamente, han servido, concretamente, para matar el hambre de sus ciudadanos, proteger su libertad y los derechos que Dios les regaló a sus conciudadanos. Lo cierto, sin embargo, es que han existido desde hace tiempo. La modernidad y su natural acompañante, la tecnología, han acrecentado estas reuniones políticas, cuyo logro principal ha sido el de promover el turismo (y la economía) local de la ciudad y país anfitrión y los titulados gobernantes.
Las Cumbres de las Américas, una reacción integradora a la lingüísticamente discriminadora Cumbres Iberoamericanas, han sido consistentes en la demostración de su continuo deterioro como foro resolutivo. La primera, celebrada en Miami en 1994, prometía la fomentación de un curso diferente y exitoso en cuanto a la búsqueda de soluciones para un continente asediado por la corrupción, miseria, dictaduras, guerrillas marxistas terroristas e ineficacia productiva. El comercio, libre de aranceles que sólo abultan el costo de adquirir bienes, parecía ser un mecanismo preferencial para promover el crecimiento económico en la región, combatir eficazmente la pobreza y fortalecer instituciones democráticas que buscaba tildar la balanza del poder, de una casta política a la sociedad civil. La democracia, también, como modo operativo político, se aplicaba en un sentido mucho más estricto que hoy. Parecía que el populismo barato era cosa del pasado. El lenguaje de aquella cumbre miamense indicaba que la parte sur del hemisferio había madurado y dejado atrás la mentalidad del subdesarrollo.
Aplicando un formulario económico más parecido al mercantilismo que el capitalismo, olvidaron la supremacía, en el caso de este último, de gobiernos limitados, el individuo, derechos de propiedad y la competencia; conceptos seminales dentro del capitalismo. Concretaron en su lugar, prácticas socio-económicas que, al no despojarse de los viejos vagones del estatismo y su vástago, el clientelismo, preservaron las lacras de los antiguos modelos tan dañinos e incrustados en la terca psiquis de políticos latinoamericanos. Volvieron los monstruos del pasado.
Para la cuarta cumbre en el balneario argentino de Mar del Plata, la frenética izquierda ya se había apoderado del podio político, con su macabro uso de palabras y engaños, en el continente sur. Desde el presidente anfitrión, un antiguo adherente del terrorismo marxista (juventud peronista, el brazo estudiantil del movimiento Montonero), Chávez, Morales, et al, degollaron cualquier noción de respetabilidad que le podía quedar a estos encuentros. Con más semejanza al festival de Woodstock (ese encuentre en el pueblo de Bethel, Nueva York en 1969 que tipificó la contracultura de esa época), que un serio evento político, el vergonzoso espectáculo en Argentina en el 2005, avisaba lo que vendría.
Con precisión esperábamos, que con un jefe ejecutivo en la Casa Blanca con simpatías hacia el socialismo, esta cumbre no iba a cambiar su predecible curso. Si en Mar del Plata la desvergüenza se vio principalmente en las “cumbres paralelas” (asistidas, organizadas y financiadas por numerosos jefes de Estados) y las coreografiadas “protestas populares”; en Puerta España, la impudicia fue ejercida prácticamente unísono entre los 34 representantes de Estados que asistieron. Sin duda, algunos (y algunas) brillaron más que otros (y otras) en la procacidad. Pero no hubo una sola voz de decoro que resistiera el bárbaro asalto a la dignidad humana.
Es moralmente inaceptable que en un foro político hemisférico, asistido por todos sus jefes de Estados, la mayor parte proviniendo de democracias (unos pocos de cuasi-democracias), que el principal clamor haya sido que se acepte en su seno (y en el de su estructura política paralela: la OEA) a la más vieja dictadura en la historia continental. Que se acoja a Cuba comunista, con la consistente criminalidad de su subsistencia y crueldad hacia sus ciudadanos, la inexistencia de libertades básicas, su característica y connotado naturaleza subversiva hacia sus vecinos (largo y estrecho) es una garrafal aberración moral.
El caso cubano es, ciertamente, una anomalía. Pero no como nos han argumentado los apologistas de la dictadura castrocomunista. Su existencia ininterrumpida por más de 50 años, como despotismo marxista-leninista es la anomalía. Su tolerancia en este hemisferio es la verdadera vergüenza. Y, por favor, no hablan de “autodeterminación”. La tiranía cubana se mantiene, no por la voluntad popular del pueblo cubano, sino por las garras represivas que le facilitan un modelo político operativo como el totalitarismo, una indiferencia generalizada (consciente o inconsciente) y una complicidad multifacética mundial (por adhesión ideológica o comercial). Si realmente los líderes hemisféricos desearan que el pueblo cubano pudiera autodeterminar su destino, deberían cesar su injerencia y concluir el apoyo (moral y económico) a la sangrienta dictadura de los Castro y su criminal camarilla. Pero no esperen eso. Entre los presentes en Trinidad y Tobago estaban aduladores, apologistas, y alumnos del castrismo y su perverso sistema y otros aprovechadores y protectores de inversores inescrupulosos. El gran ausente de esta cumbre en Puerto España, fue la moral. Lo que sí se desbordó, fue la existencial cobardía. El asiento cubano, ahí y en la OEA, debería seguir esperando ser ocupado por representantes, libre y competitivamente elegidos, por los cubanos. Y no esos que bloquean ese fundamental derecho.
Julio M. Shiling
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