CARLOS A. AGUILERA
ESPECIAL/EL NUEVO HERALD
Foto: Archivo. El Nuevo Herald
Autor de Escritura y tradición, Por una politeratura, Bienes del siglo y otros, Enrico Mario Santí (Santiago de Cuba, 1950) tiene bien ganada su reputación de ensayista exigente y curioso. A propósito de su nuevo libro, Mano a mano. Ensayos de circunstancia (Editorial Aduana Vieja, 2013), charlamos con él.
Cada libro tiene una historia. Bienes del siglo conmemora el centenario de la República, es un libro sobre Cuba. Mano a mano no conmemora nada (excepto el hecho de que ya soy sesentón), pero reúne “ensayos de circunstancia” sobre temas que no son únicamente cubanos: hay textos sobre Neruda y Octavio Paz. En ambos casos, como en el de los anteriores, son recopilaciones. Si hay alguna obsesión debe ser que no me puedo quedar callado.
¡No me había dado cuenta de esa lectura! A pesar de los límites y anacronismos de Freud, sería bueno que algún día alguien intentara descifrar a Cuba y al cubano a partir de sus mitos, como hiciera Paz con México en El laberinto de la soledad. Recuerdo que un día se lo mencioné a Octavio y enseguida me preguntó qué significación podría tener, por ejemplo, nuestro animal totémico: el cocodrilo. Desde entonces me ha intrigado la respuesta. No se ha hecho, tampoco, un análisis de la peculiaridad machista cubana, ni de su reverso: nuestra obsesión, no solo sexual sino nominal, con el sexo femenino. Todo lo cual me lleva a pensar que para alcanzar tal posidentidad freudiana habría que pasar, primero, y a pesar de mis deseos, por un análisis previo, que no hemos hecho aún.
No creo que ni la izquierda ni la derecha sean perversiones. Tampoco son perversos los hechos de la historia, sino la interpretación que hacemos de ellos. Sí creo, en cambio, que esas posiciones y, desde luego, la historia o su relato, suelen simplificarse para mayor manipulación, y es ahí donde se sitúa lo que tú llamas “perversión”. En cuanto descubrimos esa simplificación perversa, la única opción que nos queda, además de la lógica, es la moral. Los grandes historiadores son los que terminan haciendo esa lectura otra. Aceptar la versión castrista del presunto “derechismo” batistiano equivale a desconocer no ya la historia sino los hechos: Batista, que era pobre y negro, llegó a ser el darling de la izquierda latinoamericana, un poco como el Obama de la II Guerra Mundial. Documentos como ese discurso de bienvenida de Neruda a Batista demuestran la perenne necesidad de desenmascarar la historia a base de hechos.
En efecto, alguien, si no yo, debería revisar el mito de Carpentier y analizar cómo el oportunismo, suyo y el de algunos académicos, inflaron su importancia y escamotearon su colaboracionismo –y con más de una dictadura: fue empleado de Pérez Jiménez. Esa pesquisa sería apenas un capítulo en la crónica de las relaciones “perversas” entre las izquierdas académicas estadounidense y europea, el castrismo y la idea de la literatura, en los años tardíos de la Guerra Fría. Yo esperaría que ese futuro investigador no dejara títere con cabeza, no solo por cierto con los consabidos cómplices: Carpentier, Cortázar, García Márquez, sino con los honorables conversos: Cabrera Infante, Vargas Llosa y Octavio Paz.
Termino ahora tres proyectos: la biografía intelectual de Octavio Paz, que he investigado por más de 20 años, una recopilación de la prosa dispersa de Reinaldo Arenas, y el guion de un documental sobre un gran amigo: el compositor cubano Aurelio de la Vega. Cuando los termine, quiero dedicarme a las memorias de mi primer año en el exilio. Contar el dolor demora. •
Tomado de: El Nuevo Herald
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por su comentario. Le agradecería que facilitara una dirección de correo electrónico válida en el caso de que necesite alguna precisión. Gracias.