sábado, 17 de abril de 2010

Diario Las Americas
Por Armando Álvarez Bravo

Dulce María LoynazQuiero agradecerle enormemente, estimado amigo y colega Alejandro González Acosta, el envío de su excelente y necesario trabajo “La Academia Cubana de la Lengua y la Real Academia Española: un vínculo hispanocubano en varios tiempos”. Lo he leído con suma atención varias veces. Usted aporta en sus páginas informaciones y matices que las distancias del exilio me impiden dominar con exactitud, aunque el tema me es muy caro, sobre todo a partir de mi esteparia condición de “no académico de la ACuL”, un destino que es parte del destino mayor de “no persona” que el totalitarismo castrista hace me persiga desde principios de los años sesenta. Ni Saint-John Perse podría plasmar en versos memorables esas “Lluvias”.

Mi relación con la ACuL y su última legítima Directora, Dulce María Loynaz, se remonta a mi infancia. La casa de mi bisabuela y la de Dulce María estaban en la entrañable Calle 19, en El Vedado, que sigo creyendo, como dije en un remoto poema es para mí “toda la tierra”...

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