18/02/2007
(Rolando L. Medina | miami)
Los llamados balseros cubanos que ganaron notoriedad por cruzar el estrecho de La Florida en embarcaciones precarias entran ahora en la modernidad y la mayoría de sus travesías hacia Estados Unidos son ya en modernas lanchas de gran potencia o en aviones de aerolíneas comerciales.
Los traficantes de seres humanos son sus aliados y las críticas de la ilegalidad de estas acciones se resumen con humor en las calles de Miami. «Será ilegal, pero es un negocio de millones de dólares, que genera puestos de trabajo y contribuye a la reunificación familiar», comentó Pedro Sánchez, mientras tomaba un café en el conocido restaurante Versailles.
Ya quedó atrás la peligrosidad de las balsas «primitivas» y las originales ideas de convertir un camión en barco o ponerle flotadores a un caballo. En municipios del Gran Miami, como la zona de Hialeah, se sabe en cualquier esquina cuánto cuesta ahora traer a los parientes de la isla. «Bueno, los precios han subido. Antes costaba 8.000 dólares por persona y ahora hay que pagar 12.000 si viene por mar y 20.000 si es a través de un tercer país», explicó Humberto Casas, quien vende botellas de agua en una céntrica intersección de Hialeah.
Debido a la ley de pies secos, pies mojados los cubanos que llegan a tierra estadounidense pueden quedarse en el país y los que son interceptados en alta mar son generalmente devueltos a Cuba.
Jorge y Rafael, quienes llegaron a Estados Unidos a través de Bolivia, explicaron que consiguieron pasaportes falsos en La Paz, sacaron un boleto de avión para República Dominicana con escala en Florida y al llegar al aeropuerto de Miami, se escondieron en un baño, rompieron sus documentos de viaje y se presentaron ante las autoridades de inmigración.
Más tarde presentaron sus inscripciones de nacimiento, recibieron permiso de trabajo, la autorización de residencia y a los cinco años de pisar tierra norteamericana pueden solicitar la ciudadanía.
Contrario al resto de los inmigrantes de otros países, la Ley de Ajuste Cubano, establecida hace ya más de 40 años, permite a los cubanos obtener la residencia al año y un día de pisar Estados Unidos y convertirse en ciudadanos cinco años después.
Otros inmigrantes deben primero ser residentes, algo que cuesta muchos años, y después de tener la llamada tarjeta verde (que es de otro color) deben esperar cinco años.
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