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domingo, 2 de junio de 2013

Poetas cubanos en París

Wendy Guerra

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De izquierda a derecha vemos a Ferrán Núñez, Lira Campoamor, Eduardo Manet, Eyda Teresa Machín, William Navarrete, Gilda Alfonso de Armas, Carlos Alberto, Regina Ávila Al-Sowayel y Miguel Sales.

Descubro París también de la mano de poetas cubanos que han llegado a la capital de Francia en diferentes momentos durante las últimas décadas. Sus versos aparecen en la antología Insulas al pairo: Poesía cubana contemporánea en París que publicó en Valencia, en 2004, el escritor y también poeta William Navarrete. En total unos doce autores antologados que nos cuentan su mundo en imágenes. Me dejo guiar por quienes escriben versos a París como pudiera hacerlos yo desde mi Habana.

En la foto que Navarrete me extiende aparecen nueve de ellos. Fue durante la primera presentación de la antología en la Maison de l'Amérique Latine de París en septiembre de 2004. De izquierda a derecha vemos a Ferrán Núñez, Lira Campoamor, Eduardo Manet, Eyda Teresa Machín, William Navarrete, Gilda Alfonso de Armas, Carlos Alberto, Regina Ávila Al-Sowayel y Miguel Sales. Algunos ya no viven en la capital de Francia; otros, como Gilda Alfonso, han fallecido. El común denominador, además de la poesía y de sus orígenes cubanos, es esta la ciudad que los adoptó por mucho tiempo, que los adopta para el caso de los que la viven todavía. La imagen es de la época en que todavía se imprimía en papel este tipo de eventos. Por ello perdura más allá de pérdidas de ordenadores, virus informáticos o cambios de programas.

Comparto tres de esos poemas que me dejan pensando en el París que ellos vivieron. Primero, un poema de la cienfueguera Nivaria Tejera. La reedición de El barranco, su célebre novela sobre la guerra civil española vista por una niña desde Tenerife, acaba de ver la luz en Francia. Luego, un soneto de William Navarrete, con quien comparto editorial (Stock) en París. Por último, el dramaturgo José Triana, autor bayamés de la muy conocida pieza de teatro La noche de los asesinos.

Champ de Mars

Nivaria Tejera

Luces en la ciudad gris esta ciudad lechuza

todo gira

Las primeras hojas otoñales caen penetran en

mis ojos cerrados

Su sombra de miel cerca de la arboleda musgosa

Desnudez del movimiento este trazo visible del

éxtasis

Mientras camino por el Champ de Mars detengo

el ritmo de todo

¿En qué puedo pensar sino en mi vida y en mi

muerte

Viendo las ramas engendrar su renacer?

Las dos imágenes inseparables figuras sugieren

La imposible inmortalidad que la nieve

Fija un instante ahí

Un cuerpo atraviesa Champ de Mars reniega

la gravitación cae

Reaparece al fondo de la avenida colgado entre

dos balcones

Ya no pienso en la vida ni en la muerte erro

hacia abajo

Los ruidos de las hojas como los pasos de un

amor que empieza

Mira busco indago alrededor de ese sol que no

nace

Un páramo Champ de Mars

Las hojas de otoño se siembran al fondo de mis

manos

Secreta alianza para volver ilegible sus heridas

Desde su vientre para volver el polvo levanta una música

agazapada

Es el instante en que la torre Eiffel se acuesta

en mis brazos

Una hemorragia su esqueleto de sal

Desde su coche un niño explica que Marx ya

pasó

El barrendero sigue aplastando hojas

Ignora el malvado que soy

Una rama de aquel eucaliptus

Soneto a una matrona

William Navarrete

París ramera viene maquillada

vendiendo caro todas sus flojeras

a quien saltando evita mojoneras

y de un traspiés recoge su tajada.

Escándalos de estrella sosegada

muta, la asisten mañas y parteras,

no recuperará capas ni hombreras

de esta definitiva cuchillada.

Terrazas de café, de lis los yesos,

y mucho gangarreo que engatusa

poniéndonos los humos en los sesos

friendo un huevo o dos a quien la acusa

diciéndole coqueta, entre mil besos,

que todo lo que saca es made in USA.

Nocturno

José Triana

En los puentes errantes de París

pienso que soy, pienso que pienso, pienso que sueño

y asumo el regocijo de una nube

de voces y relinchos de la sangre,

amaestrados como una sorda estatua.

Vuelvo al revés, oscilo y me concentro

en los minúsculos secretos, digo,

los que ocultan sin saber por qué,

hambrientos, taciturnos, insidiosos

del Conde Saint-Germain, exaltado por la alquimia

que frota su silueta contra el muro.

En los puentes errantes de París

contemplo los desastres del amor,

esas tristes falacias que uno niega,

esas exaltaciones de ceniza

que dibujan periplos buscando sus agallas,

palomas estrujadas, rotos dientes,

venablos amarillos, astuto el diablo rojo.

No es el sabor de andar acariciando la escoria.

Avanzo por entre rostros anónimos.

Si alguien se vuelve espuma, yo lo ignoro.

Desconozco esa piel, esos mensajes.

En los puentes errantes de París

prefiero retraerme al caracol,

a la esperma clarísima del cielo,

ya que no estoy en juego ni lo quiero.

Cabizbajo y remoto me entretengo

con las viejas losetas y vidrieras.

Notre-Dame me procura los arcanos

previsibles, modos y secuencias

de amplio caleidoscopio o taumaturgo,

arduas, feroces gárgolas y gritos

que mantengo dormidos allá dentro.

En los puentes errantes de París

concibo circunloquios y anatemas,

programas que navegan al azar,

almacenes que fueron bosques plácidos

o trágicos canales de aventura.

Porque la luna es honda y me revuelve,

solicito las hebras de la fiebre

roturando el abismo que separa

y contradice ese que soy, la esfera

que a veces muy a tientas recompone

el escorzo maltrecho de un muchacho.

En los puentes errantes de París

toco rituales lentos, lentos gestos,

metáforas lejanas que se escapan

detrás de un enorme árbol fabuloso,

de un árbol con vestigios de memoria,

solitario y fatal, ardiente espacio.

Apenas reconozco otras urdimbres.

Permanezco en la amorosa placita

de Fürstenberg, echando borbotones

del polvoriento otoño que regresa

sacudiendo un estandarte de harapos.

En los puentes errantes de París

rememoro estridencias antiquísimas,

violas, caruajes, miriñaques,

pelucas empolvadas, pechos altos

y sus desaforadas desnudeces,

y tal vez dulcemente ensimismado

el acordeón que pasa por la calle

en una cuerda floja a medianoche,

y una hueste de dioses que anonada.

Multitudes de espejos y humedad

circulan y socavan cuerpo adentro.

En los puentes errantes de París

alguien de pronto tira una baraja,

y es un rostro cebrado por espectros

que parodia y rechaza los desvelos

y utiliza escaleras sin sentido

inaugurados casi simple arena.

Un alfabeto antiguo, largos péndulos

licuando las terribles predicciones.

Hacia abajo, hacia arriba, el tío vivo,

mirada que la noche volatiza

de humedad obeliscos esparcidos.

En los puentes errantes de París

- el exilio los crea y embellece -,

pienso que soy, pienso que pienso, pienso que sueño

entre papeles blancos aprendiendo

circunstancial, diverso, semejante

a aquel actor que ensaya un personaje

en un galpón lleno de pesadillas

y descubre que es él, mas diferente

en el humo que nace de las tintorerías,

y en la escarcha que el eco le prepara

proyecta nuevo espejo su demonio.

Tomado de: Habáname (Blog de El Mundo.es)

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