Wendy Guerra
De izquierda a derecha vemos a Ferrán Núñez, Lira Campoamor, Eduardo Manet, Eyda Teresa Machín, William Navarrete, Gilda Alfonso de Armas, Carlos Alberto, Regina Ávila Al-Sowayel y Miguel Sales.
Descubro París también de la mano de poetas cubanos que han llegado a la capital de Francia en diferentes momentos durante las últimas décadas. Sus versos aparecen en la antología Insulas al pairo: Poesía cubana contemporánea en París que publicó en Valencia, en 2004, el escritor y también poeta William Navarrete. En total unos doce autores antologados que nos cuentan su mundo en imágenes. Me dejo guiar por quienes escriben versos a París como pudiera hacerlos yo desde mi Habana.
En la foto que Navarrete me extiende aparecen nueve de ellos. Fue durante la primera presentación de la antología en la Maison de l'Amérique Latine de París en septiembre de 2004. De izquierda a derecha vemos a Ferrán Núñez, Lira Campoamor, Eduardo Manet, Eyda Teresa Machín, William Navarrete, Gilda Alfonso de Armas, Carlos Alberto, Regina Ávila Al-Sowayel y Miguel Sales. Algunos ya no viven en la capital de Francia; otros, como Gilda Alfonso, han fallecido. El común denominador, además de la poesía y de sus orígenes cubanos, es esta la ciudad que los adoptó por mucho tiempo, que los adopta para el caso de los que la viven todavía. La imagen es de la época en que todavía se imprimía en papel este tipo de eventos. Por ello perdura más allá de pérdidas de ordenadores, virus informáticos o cambios de programas.
Comparto tres de esos poemas que me dejan pensando en el París que ellos vivieron. Primero, un poema de la cienfueguera Nivaria Tejera. La reedición de El barranco, su célebre novela sobre la guerra civil española vista por una niña desde Tenerife, acaba de ver la luz en Francia. Luego, un soneto de William Navarrete, con quien comparto editorial (Stock) en París. Por último, el dramaturgo José Triana, autor bayamés de la muy conocida pieza de teatro La noche de los asesinos.
Champ de Mars
Nivaria Tejera
Luces en la ciudad gris esta ciudad lechuza
todo gira
Las primeras hojas otoñales caen penetran en
mis ojos cerrados
Su sombra de miel cerca de la arboleda musgosa
Desnudez del movimiento este trazo visible del
éxtasis
Mientras camino por el Champ de Mars detengo
el ritmo de todo
¿En qué puedo pensar sino en mi vida y en mi
muerte
Viendo las ramas engendrar su renacer?
Las dos imágenes inseparables figuras sugieren
La imposible inmortalidad que la nieve
Fija un instante ahí
Un cuerpo atraviesa Champ de Mars reniega
la gravitación cae
Reaparece al fondo de la avenida colgado entre
dos balcones
Ya no pienso en la vida ni en la muerte erro
hacia abajo
Los ruidos de las hojas como los pasos de un
amor que empieza
Mira busco indago alrededor de ese sol que no
nace
Un páramo Champ de Mars
Las hojas de otoño se siembran al fondo de mis
manos
Secreta alianza para volver ilegible sus heridas
Desde su vientre para volver el polvo levanta una música
agazapada
Es el instante en que la torre Eiffel se acuesta
en mis brazos
Una hemorragia su esqueleto de sal
Desde su coche un niño explica que Marx ya
pasó
El barrendero sigue aplastando hojas
Ignora el malvado que soy
Una rama de aquel eucaliptus
Soneto a una matrona
William Navarrete
París ramera viene maquillada
vendiendo caro todas sus flojeras
a quien saltando evita mojoneras
y de un traspiés recoge su tajada.
Escándalos de estrella sosegada
muta, la asisten mañas y parteras,
no recuperará capas ni hombreras
de esta definitiva cuchillada.
Terrazas de café, de lis los yesos,
y mucho gangarreo que engatusa
poniéndonos los humos en los sesos
friendo un huevo o dos a quien la acusa
diciéndole coqueta, entre mil besos,
que todo lo que saca es made in USA.
Nocturno
José Triana
En los puentes errantes de París
pienso que soy, pienso que pienso, pienso que sueño
y asumo el regocijo de una nube
de voces y relinchos de la sangre,
amaestrados como una sorda estatua.
Vuelvo al revés, oscilo y me concentro
en los minúsculos secretos, digo,
los que ocultan sin saber por qué,
hambrientos, taciturnos, insidiosos
del Conde Saint-Germain, exaltado por la alquimia
que frota su silueta contra el muro.
En los puentes errantes de París
contemplo los desastres del amor,
esas tristes falacias que uno niega,
esas exaltaciones de ceniza
que dibujan periplos buscando sus agallas,
palomas estrujadas, rotos dientes,
venablos amarillos, astuto el diablo rojo.
No es el sabor de andar acariciando la escoria.
Avanzo por entre rostros anónimos.
Si alguien se vuelve espuma, yo lo ignoro.
Desconozco esa piel, esos mensajes.
En los puentes errantes de París
prefiero retraerme al caracol,
a la esperma clarísima del cielo,
ya que no estoy en juego ni lo quiero.
Cabizbajo y remoto me entretengo
con las viejas losetas y vidrieras.
Notre-Dame me procura los arcanos
previsibles, modos y secuencias
de amplio caleidoscopio o taumaturgo,
arduas, feroces gárgolas y gritos
que mantengo dormidos allá dentro.
En los puentes errantes de París
concibo circunloquios y anatemas,
programas que navegan al azar,
almacenes que fueron bosques plácidos
o trágicos canales de aventura.
Porque la luna es honda y me revuelve,
solicito las hebras de la fiebre
roturando el abismo que separa
y contradice ese que soy, la esfera
que a veces muy a tientas recompone
el escorzo maltrecho de un muchacho.
En los puentes errantes de París
toco rituales lentos, lentos gestos,
metáforas lejanas que se escapan
detrás de un enorme árbol fabuloso,
de un árbol con vestigios de memoria,
solitario y fatal, ardiente espacio.
Apenas reconozco otras urdimbres.
Permanezco en la amorosa placita
de Fürstenberg, echando borbotones
del polvoriento otoño que regresa
sacudiendo un estandarte de harapos.
En los puentes errantes de París
rememoro estridencias antiquísimas,
violas, caruajes, miriñaques,
pelucas empolvadas, pechos altos
y sus desaforadas desnudeces,
y tal vez dulcemente ensimismado
el acordeón que pasa por la calle
en una cuerda floja a medianoche,
y una hueste de dioses que anonada.
Multitudes de espejos y humedad
circulan y socavan cuerpo adentro.
En los puentes errantes de París
alguien de pronto tira una baraja,
y es un rostro cebrado por espectros
que parodia y rechaza los desvelos
y utiliza escaleras sin sentido
inaugurados casi simple arena.
Un alfabeto antiguo, largos péndulos
licuando las terribles predicciones.
Hacia abajo, hacia arriba, el tío vivo,
mirada que la noche volatiza
de humedad obeliscos esparcidos.
En los puentes errantes de París
- el exilio los crea y embellece -,
pienso que soy, pienso que pienso, pienso que sueño
entre papeles blancos aprendiendo
circunstancial, diverso, semejante
a aquel actor que ensaya un personaje
en un galpón lleno de pesadillas
y descubre que es él, mas diferente
en el humo que nace de las tintorerías,
y en la escarcha que el eco le prepara
proyecta nuevo espejo su demonio.
Tomado de: Habáname (Blog de El Mundo.es)
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