MANUEL VAZQUEZ PORTAL
Las sabanas de Lomaciega, verdes sábanas de relente y libélulas; el canal de Mogones, biajacas de arco iris entre piedras; la Laguna de la Leche, chapuzón a hurtadillas y novias de colegio, esas son mis raíces. Ahí está la patria en que mis ojos se llenaron de amor. Nunca quise más que un sombrero, un buen tordo caracoleador, dos perros, una escopeta y atardeceres apacibles pastoreando ganado. Pero en la infancia me prometieron un paraíso que, en la medida en que fui creciendo, nunca fue y me dejó sin sombrero y sin perros. Nada tengo en París o Ciudad México, como no sean unos buenos amigos que recuerdo con cariño. Si hoy ando de tierras prestadas, inviernos insufribles, otoños nunca vistos, al pairo, como esquife sin puerto, se lo debo a un gobierno que ha querido matarme la patria y los recuerdos.
He sido, soy, tan cubanamente cubano que me sería imposible ser cualquier otra cosa. Alzo la voz. Gesticulo. Disfruto el arroz con frijoles. Todo lo tiro a chanzas. Creo ser el ombligo del mundo, tener siempre la razón y ser capaz de conquistar a todas las mujeres. Puedo, es cierto, hablar de champiñones y vinos de cosechas exóticas. Disertar sobre Nietzsche o Avicenas, recitar en francés los versos de Prevert. Parecer mesurado, analítico, frío, pero el furor interno, por más que lo agazape, se apresta a delatarme. Quizás el agua de Morón y los trompones de un juego de pelota manigüera me hicieron de ese modo, y no reniego. En una tribuna de Ginebra o un bar de mala muerte en un canal de Amsterdam se me sale el cubano, a mucha honra.
Yo no soy cubano de Madrid ni cubano de Suiza. No hay cubanos de aquí ni cubanos de allá. Mel Martínez es de Sagua la Grande y al estrechar su mano sentí su cubanía. Alfonsito Quiñones nació por Manzanillo y allá en Santo Domingo añora camarones del Golfo de Guacanayabo. Lincoln Díaz-Balart, cuando me abrazó en Washington, traía a cuentas toda su historia en Banes. Bernardo Marqués anda por Hialeah con la Habana Vieja habitándole el pecho. A menos que Cuba, en nuestro hiperbólico sentido de la realidad, sea del tamaño del mundo, no hay cubanos de Egipto ni cubanos del Cabo de Hornos. Hay cubanos. Eso sí, cubanos esparcidos por todas las latitudes, refugiándose donde sea posible, porque un gobierno atroz, además, de intentar matarles la patria y los recuerdos, aspira a dividirlos encumbrándolos o demonizándolos, según la geografía.
Miami, un sitio más. Ni mejor ni peor. El ser humano es siempre el mismo. Viaja por los paisajes y las estaciones con su fardo de virtudes y defectos pero no puede nunca apartarse esencialmente de quien es. No puede escapar de sí mismo. Un miserable en Madrid será el mismo miserable que fue en una ciudadela de Cayo Hueso en La Habana. Un hombre honrado en Alamar mantendrá su hombradía en la Pequeña Habana. No es el lugar a donde nos ha arrojado la virulencia de una tiranía lo que identifica a un ser humano.
Yo, un cosmos, un hijo de Morón, me canto y me celebro por vivir en Miami. Aquí hay cubanos-cubanos, de Cunagua y Jaguey Grande, de Júcaro y Vertientes, de Báguano y Luyanó, del Vedado y San Luis, de Artemisa y Bayamo, de Jatibonico y Las Tunas, de Mantua y Camajuaní, que han hecho de unas antiguas ciénagas y unas viejas maniguas cundidas de garrapatas una ciudad productiva y próspera con un producto interno bruto tres veces mayor que el de la isla que ahora mismo todos, estemos donde estemos, debíamos habitar para que no nos dijeran cubanos de tal o más cual lugar, y trataran de calificarnos por el punto cardinal en que nos hallemos.
En Miami, como en todas partes, hay triunfadores y frustrados. Hay quienes aman y quienes odian. Hay quienes alaban y quienes despotrican. Hay muecas y hay sonrisas. Hay indiferentes y patriotas. Hay fieles y traidores. Hay líderes y alabarderos. Y eso no la hace diferente. Donde haya seres humanos existirán todos los matices. Sólo que en Miami se revelan tal cual son. La libertad permite que del ser humano aflore su verdadera esencia. Esa es la belleza de la libertad.
Ahora, y sin ambages, ocurre que Miami, para su historia y su gloria, ha sido históricamente la mayor fuente de oposición al gobierno de Castro y, como en la actualidad nuevos afeites colorean el rostro de los debates políticos, puede parecer de buen gusto y hasta de buen tino darle cierto toque demoníaco al lugar. Yo, sin embargo, un cosmos, un hijo de Morón, amante del congrí, la yuca hervida, el puerco asado, donde quiera que esté no soy otra cosa que cubano, y lo que sí no quiero --y ello lo pagué primero con cárcel y hoy lo pago con exilio-- es ser cubano de la isla del doctor Castro.