LAURA CAORSI
16 febrero 2015 - 01:06
De su llegada recuerda dos cosas: «Hacía frío y llovía. Estaba todo mojado. El paisaje era distinto al que yo conocía. También eran diferentes la comida, el carácter de la gente y los coches. Todos los coches me parecían muy modernos». Así describe Enrique Vera sus primeros tiempos en Galicia, la tierra que le recibió hace quince años cuando se marchó de Cuba. Su relato migratorio, como muchos otros originados en esta isla del Caribe, comienza con una historia de amor. La prevalencia no es casualidad. Como él mismo explica, «es muy difícil salir libremente del país. Tiene que haber una razón de peso. En aquel momento, al menos, eran muy pocas las personas que tenían la posibilidad de viajar al extranjero. O eras deportista de élite o salías por estudios o cuestiones culturales. Si no destacabas en alguno de esos campos, no podías ni pensar en salir al mundo, a menos que te casaras con alguien de fuera».
Y eso fue lo que hizo él: enamorarse y casarse. «Yo conocí a mi mujer allí, claro. Por entonces, trabajaba en un hotel y tenía contacto con los turistas que venían de otros países. La conocí en su primer viaje y no volví a verla hasta seis meses después, cuando regresó. Después seguimos la relación por correo. Nos carteábamos mucho», recuerda. La relación se construyó con tinta y papel y se consolidó de la misma manera, cuando se unieron en matrimonio. Tras la boda, Enrique cruzó por primera vez el Atlántico.