lunes, 19 de junio de 2006

By JOSE ANTONIO EVORA
El Nuevo Herald

Tomás Esson y Yamel Molerio son dos artistas cubanos llegados a Estados Unidos en momentos muy diferentes de sus vidas. El primero era ya un artista reconocido cuando se radicó en Nueva York en 1990. Molerio tenía apenas nueve años cuando vino en 1980; creció y se educó aquí, y aquí ha llegado a hacerse profesor del New World School of the Arts.

En algo se parecen, sin embargo: ambos dibujan, y sus trabajos no tienen nada de convencionales. Por eso Alonso Art los ha reunido en la exposición The Unconventional Drawing. Volume I, que permanecerá abierta hasta el 29 de julio en la galería de la calle 36 del NW.

Cuando se habla de la llamada Generación de los 80 en la pintura cubana, el nombre de Tomás Esson tiene que estar ahí. Aquel grupo tuvo la osadía de usar lo aprendido dentro del sistema de educación artística de la isla para decir lo que pensaba, primer síntoma de una herejía cuyo diagnóstico definitivo firmaron colectivamente los insubordinados al radicarse en masa fuera de la isla.

Hubo un cuadro de Esson, expuesto en una céntrica galería habanera, que usaba la imagen emblemática de Ché Guevara como fondo de una escena de dos monstruos fornicando, y otro de Fidel Castro con un grotesco tabaco eyaculante. Ni corta ni perezosa, la censura se puso a trabajar en seguida, porque aquello era un atentado a la moral pública. Que el disgusto de las autoridades viniera más por el uso de las figuras-fetiche de la revolución que por la descarnada elocuencia sexual, da una idea de cómo ciertos leit-motivs de la cultura cubana merecían ser ventilados en actos sacrílegos para desmantelarse en toda la dimensión de su hipocresía.

Entonces la política era a menudo parte inseparable de las recreaciones que hacía Esson de los atributos sexuales. Desde hace algún tiempo esos signos andan muchas veces solos, ajenos a monstruos y a figuraciones de todo tipo, y solos han llegado a armar un ente inédito, que es la suma de vaginas, penes, senos, anos, bocas y ombligos, con los cuales el artista se dispone a hacer también dibujos animados. Aunque se vea en ellos la consumación de la mirada lasciva de Esson, el ente en cuestión no es más que una nueva Jungla, como alguien le dijo y él repite sin asombro. Su propio orden de esencias, representado con la pleitesía que dan la virtud de poder dibujar bien y la capacidad de ser original. Véase Ya comenzó la fiesta (2006) para comprobarlo.

Es la persistencia de la mirada irreverente sobre los símbolos de cualquier jerarquía lo que le ha llevado a usar las banderas cubana y estadounidense para poblarlas de sus signos. En lugar de estrellas, ambas muestran el amuleto de Esson, tan recurrente en toda su obra y que él se hace reproducir incluso en trabajos de joyería. Este amuleto, semejante a la cornamenta de un toro, tiene su propia historia, que puede consultarse en el sitio de internet www.tomasesson.com, donde también abundan las reproducciones de obras antiguas y recientes suyas y mucho material sobre su carrera artística.

La educación y la vida en Cuba vacunaron a Esson contra el mesianismo, al punto de que cree profundamente en Dios, pero no reconoce intermediarios. Desconfía de los enviados ansiosos por dictar pautas, a despecho de la naturaleza humana. Esas banderas y flags, series llamadas así, en español y en inglés, y con cada pieza diferenciada por un número romano, son sólo una prueba. Lo que distingue a la irreverencia de la profanación es el vínculo emocional del autor con los elementos que usa para parodiar el signo. Una bandera cubana puesta a ondear en un acto político segregacionista representa menos la idea de Cuba que cualquiera de estas banderas de Esson.

Si sus trabajos recuerdan la caricatura en alguna medida, los de Molerio entran casi de lleno en ese campo. El primero se vale de lo que ha llamado wet drawing y wet painting (dibujo mojado y pintura mojada, con obvias connotaciones sexuales), que formalmente lo distancian de aquella técnica, aun cuando use la plumilla. Molerio, en cambio, rasga la superficie negra del scratchboard y saca sus trazos en blanco, pero el resultado es un primo hermano del dibujo humorístico, acaso con un fondo mucho más denso y entrañable.

Por haber llegado acá siendo aún niño, Molerio no recuerda muchas cosas y ha dejado de vivir otras en su país natal. Lo impresionante es cómo las memorias de la infancia parecen haberlo afinado en una dirección: la de reparar en el lado significativo de expresiones cuya riqueza pasa inadvertida para otros cubanos; los que las usan, precisamente.

Otra vez estamos ante la experiencia de cómo, al distanciarse, gana el individuo en capacidad de observación, porque repara hasta en las cosas más sencillas. Hay aquí una indiscutible devoción afectiva que Molerio ha sabido dosificar para evitarse melodramatismos y dejarlo todo en el plano creativo-referencial. De entre la aparente simpleza de su dibujo brota el ingrediente imaginativo de los dichos populares como algo pasado por alto, y en cuyo rescate viene alguien que lo echa de menos. Porque no son propiamente las frases las que le seducen, sino el brillo que esconde tantas cosas detrás de ellas, desde una calle y un olor hasta los ecos de voces desconocidas, pero jamás olvidadas.

jevora@herald.com

'The Unconventional Drawing. Volume I', exposición de 'Banderas, Flags y Wet Drawings' de Tomás Esson, y 'Dichos', de Yamel Molerio. Alonso Art, 181 NW 36 St., Wynwood Art District. De martes a viernes, entre 10 a.m. y 5 p.m. Hasta el 29 de julio. (305) 576-4142.


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