ROBERTO KOLTUN/El Nuevo Herald
Alex Franco junto a la bandera que le ha costado represalias por parte de los vecinos y las autoridades de Winter Haven.
Posted on Tue, Jul. 25, 2006
RUI FERREIRA / El Nuevo Herald
WINTER HAVEN, Florida
En el corazón de la Florida, pintar una bandera cubana en una pared exterior tiene un precio: una docena de huevos y el ostracismo de los empleados electos.
Si no, que lo diga el cubano Alex Franco, de 35 años, casado, padre de una ''hembra'' y tres ''machos'', como suele definirlos, y dueño de la panadería Sugar Bakery, a la entrada de Central Street, la histórica calle de esta aldea enclavada en una paradisíaca región de lagos y naranjales, al este de Tampa.
Su historia es muy simple. Llegó de Cuba en 1987, estuvo 17 años en Miami y tras una breve estancia en Las Vegas, en el 2004 decidió instalarse en Winter Haven, con un sueño en la cabeza: abrir una panadería cubana.
Y lo logró. Consiguió el permiso, dispuso de un capital inicial, descubrió un local adecuado y abrió las puertas de su establecimiento que se transformó, casi de inmediato, en un punto de encuentro de los casi 4,000 hispanos, muchos de ellos cubanos, que viven en la zona. Y de clientes anglos, gustosos de probar las delicias de la panadería cubana.
Todo iba a pedir de boca, hasta que desplegó una bandera cubana y comenzaron los problemas con las autoridades locales.
''Desde el inicio, a la gente de la alcaldía no le gustó el cartel. Levantaron muchos problemas. Como esta es un área que está siendo recuperada como el centro histórico de la ciudad, al parecer no les gustó que hubiera una panadería hispana aquí'', relató Franco, señalando la pancarta que puso en la puerta del establecimiento con el nombre y una bandera cubana.
Pero él no cedió. Cumplió con todos los requisitos de tamaño, medidas y formato que le exigieron. Incluso trabajó la nueva pancarta sobre la heredada del dueño anterior. Pero de nada sirvió. Siguieron conminándolo a que la retirara.
''Llegaron a decirme que era de mal gusto tener la bandera pintada allí'', recordó.
De un pequeño problema legal con la pancarta frontal de la panadería, el asunto se complicó cuando colocó lateralmente un poste con otra bandera cubana pintada y el nombre del establecimiento. ''El acoso comenzó de inmediato. Venía el inspector de la ciudad y decía que no podía estar allí por la distancia a la que estaba de la calle. Yo le expliqué que no, pero a él no le importaba. Lo que querían era meterme el pie'', agregó.
''El asunto es que ellos no quieren que haya algo hispano en esta zona y mucho menos algo desplegado, como la pancarta, que refleje un símbolo hispano'', razonó Franco.
Sintiéndose presionado, el cubano terminó retirando el cartel frontal con la bandera pero dejó el nombre de la panadería. Resultado: ''Comencé a perder unos $300 diarios en ingresos'', asegura. O sea, la bandera es clave en el crecimiento del negocio.
Pero eso no fue suficiente para las autoridades, la presión siguió. Un negocio hispano no era, aparentemente, bienvenido en la calle histórica de la ciudad y de nada valió intentar hablar con el alcalde, Michael Easterling. El negociante le escribió seis cartas pidiendo una audiencia para explicarle sus argumentos, pero no recibió respuesta. Fue el silencio absoluto. Insistió, y nada. Así se vio echado a un lado por la máxima autoridad de la ciudad donde decidió invertir sus ahorros.
Tras consultar a un amigo que trabaja en la alcaldía y que le informó que no hay ninguna ley que le prohíba anunciar su establecimiento con su bandera, fue cuando Franco decidió que no debía quedarse callado. ''Fui a la alcaldía y les dije que iba a pintar otra bandera en la pared lateral, frente a otra calle [la panadería está en una esquina] y les recordé, además, que la bandera cubana fue creada en Tampa con el apoyo de Estados Unidos y es mi bandera'', dijo.
Ni corto ni perezoso, un día a las 2:30 a.m. pintó una enorme bandera cubana en la pared lateral que no puede pasar desapercibida para quienes circulan por esa intersección.
Tuvo temor, confesó, pero sus hijos lo ayudaron a pintarla, y su esposa los apoyó mientras cuidaba el negocio. Cuando terminó, el orgullo cubano no cabía en su pecho.
La bandera fue pintada al revés a propósito. ''Es una forma de protesta, esta bandera está diciendo que soy cubano, pero también está protestando por lo que me están haciendo'', afirmó.
Al día siguiente, las autoridades aparecieron de nuevo e insistieron en que la quitara, pero Franco se mantuvo en ``sus trece''.
''Figúrese. Yo vine a este país exiliado, y les explique [a las autoridades municipales] que es la bandera de mi país y nadie me la quita. Es la bandera de los refugiados y exiliados que este país recibió y recibe. ¿Cómo me la van a venir a quitar?'', sostuvo con convicción, soltando unas palabras que a veces dan la idea de andar más rápidas que su mente, pero con una firme convicción.
En los primeros días, los Franco volvían de madrugada al establecimiento para cuidarla, para vigilar que nadie la profanara. ''Tarde en la noche veníamos; al principio teníamos miedo que le pintaran algo arriba'', agregó.
A la bandera no le hicieron nada, pero la fachada del establecimiento comenzó a recibir una andanada de huevos. Esta semana, cuando El Nuevo Herald, lo visitó, todavía se veían las marcas amarillas en el cristal de un restaurante que Franco montó al lado de la panadería, llamado Havana Nights, y para el cual todavía no ha recibido los permisos correspondientes.
''Tengo $140,000 invertidos en el restaurante, no lo puedo abrir porque no me han dado el permiso. Vienen los inspectores, vienen los bomberos, viene todo el mundo y siempre falta algo, siempre falta un papel, siempre hay algo que hacer'', dijo.
Además de los ''huevazos'', Franco ha recibido decenas de cartas anónimas amenazándolo con que van a quemar su establecimiento. ''Me han dicho de todo, hasta que el dinero que gano aquí va a parar a las manos de Fidel Castro. ¡Imagínese! Decirme eso a mí después que me botaron de la escuela en Cuba porque no me gustaba aquello'', dice.
El amigo que tiene en la alcaldía ya le advirtió que en los pasillos del municipio se comenta que Franco jamás recibirá el permiso para su restaurante.
''Voy a perder $140,000. Pero no me importa, mi bandera vale mucho más que eso y ellos no tienen derecho a obligarme a borrarla de la pared'', aseguró emocionado.
El Nuevo Herald intentó contactar la oficina del alcalde y el inspector, pero tras 2 días nadie devolvió las llamadas.
Franco dice que intentó contactar a legisladores federales cubanoamericanos para exponerles su caso, pero tampoco obtuvo respuesta o ayuda. Fuentes legislativas aseguraron a El Nuevo Herald que no estaban enterados del incidente.
Una traducción al español del nombre de la ciudad, Winter Haven, pudiera ser ''refugio invernal'' y tener una intención de bienvenida. Una ironía del destino para este refugiado cubano que atraviesa, literalmente, un periodo invernal en sus relaciones con las autoridades de la ciudad donde invirtió sus ahorros y de cuya Cámara de Comercio es miembro. La Cámara, indicó, decidió alinearse junto al alcalde.
''Lo digo de verdad, de corazón, yo nunca había sentido el racismo, la discriminación, así de sencillo'', dijo Franco.
rferreira@elnuevoherald.com