Los inmigrantes, mayoritariamente económicos desde hace diez años, viven la enfermedad de Fidel preocupados por él pero tranquilos por su país.
Oviedo, Javier CUERVO
Yuleimi Herrera.
La diminuta Cuba de Oviedo se reúne en el bar de la calle Joaquina Bobela con el que se gana la vida Bárbara Marín Prada, «Babi», que fue militante en la Juventud Comunista, cumplió misión internacionalista en Angola, trabajó en el Instituto Nacional de Turismo y hace 10 años vino a España para ayudar a su familia con dinero ganado fuera del país.
En este bar de barrio, estrecho y popular, de techo azul y paredes rosa, tres mesas, muchas sillas y barra densa, todo está abigarrado de recuerdos: billetes de mil pesos, sombreros guajiros, cuadritos con frases de trasterrados y anuncios que proclaman que la cerveza Cristal es la preferida de Cuba.
El jueves pasado olía a mojo de yucas y congrís porque Isis Arce preparó un bufé para un programa de la televisión del Principado que se grabó allí por la tarde. «Ofertón» mojito a 2 euros, para una comunidad que en los últimos 10 años ha crecido por las necesidades económicas que sufre Cuba y por las facilidades de emigración que da el régimen de Castro, un líder que fideliza, cuya enfermedad se sigue con atención y del que estos cubanos no llegan a decir nada de lo malo que se oye en otros foros.
Hay más de mil cubanos en toda Asturias en situación legal.
Yunieski Andrés González Acosta lleva 15 meses lejos de Santa Clara, la capital de la provincia cubana de Villa Clara (también conocido como Las Villas, una ciudad de 200.000 habitantes donde nació hace 28 años e hizo el equivalente a nuestro bachillerato) y después se buscó la vida como «mecaniquero» (negociante informal en un mercado de necesidades que las tiendas no cubren) trapicheando con ropa. «Alguna me la regalaba alguna chiquita».
Ahora hace de todo: portero, carnicero, electricista, fontanero... estos días pinta bancos públicos. Desinhibido y natural, lo que más le sorprendió de España es «la sequedad, la falta de amistad que hay aquí». Se siente discriminado por ser extranjero pero dio con Mateo Lasa, un abogado que le consiguió los papeles, le ayudó económica y anímicamente y «se portó como un amigo y como un hermano».
Añora a sus hijos, dos gemelos de 7 años, a los que telefonea. Al otro lado del auricular su madre le cuenta que la enfermedad de Fidel no ha cambiado nada. «No quiero que muera Fidel ni que cambie el régimen, pero sí que cambie él su ideología porque falta un poco de libertad de expresión y en seguida te trancan».
Se siente bien aquí. Entró en Europa por Italia pero «pronto brinqué a España». Tiene una novia brasileña que conoció en Oviedo y en diciembre viajará a Cuba para ver a la familia. No tiene planes de regreso a la isla.
En el bar de Babi, donde también se buscan los billetes más baratos para volar a Cuba, ahora están circulando platos de congrís, parecido a nuestros «moros y cristianos». En las paredes hay banderas de Asturias, de Cuba, de Ecuador, de Brasil... porque de Pumarín a Lugones, pasando por La Corredoria, hay muchos emigrantes latinoamericanos que comparten una geografía amplia, acentos ultramarinos, una musicalidad de muchos colores locales y una vida lejana y distinta con todos los inconvenientes de la extranjería sin dinero.
Mercedes López es una santiaguera de mediana edad que estudió becada en La Habana y se hizo profesora de instituto licenciada en lengua inglesa. «Los opositores quieren que Fidel se muera porque no pueden con él. Ni las enfermedades ni el desasosiego de los opositores pueden con él y cuando muera se hará más grande. Es un icono irrepetible porque no tiene sustituto, pero la revolución seguirá. Yo soy licenciada y trabajé gracias a Fidel. Se lo digo como negra: en tiempos de Batista, mi padre era blanco y podía entrar en sitios a los que no dejaban pasar a mi madre porque era negra».
Mercedes nunca fue de la Juventud ni del Partido. Vino a España por su marido pero «no me he ido de Cuba: soy una cubana que vive en el exterior. Aunque los edificios estén cayéndose, aunque haya apagones y aunque los carros sean de los años cincuenta, me siento muy bien en mi país porque dentro de esas casas raídas hay unos valores y una población libre de pensamiento gracias a que se siguió la frase de Martí: «ser culto para ser libre»».
¿Y cuando el pensamiento libre sale por la boca? «Yo era profesora de inglés en el Instituto Nacional de Turismo y en la asamblea le podía decir a mi jefe todo aquello con lo que no estaba de acuerdo y lo mismo al representante del poder popular, lo que aquí sería el alcalde, sobre los problemas del edificio, del barrio, de la calle...». Cuenta una reclamación que hizo al Consejo de Estado por una discriminación en la matrícula cuando quería estudiar su licenciatura y cómo fue atendida de inmediato, consiguió una entrevista en el Ministerio de Educación en la que le pidieron disculpas y, al llegar a la Universidad, fue recibida por la decana. «Y sin enchufe. Para mí, eso es la democracia. En España ese año yo no hubiera podido estudiar».
Llegó a Oviedo en 1997 y aunque «no soy de gueto, me gusta relacionarme por igual con cubanos y con españoles; siento enorme tristeza de no vivir en mi país. No tengo hijos pero toda mi familia sigue allí y nunca he querido traer a ninguna sobrina ni a ningún pariente».
A Yuleimi Herrera sí la trajo su tía, que estaba casada en Asturias desde hacía tres años. Yuleimi tiene 31 años y lleva 5 en Oviedo. Nació en La Habana y trabajaba en el circuito del turismo -en el que se reciben propinas en dólares y euros muy útiles para la vida- como recepcionista de hotel.
Estaba habituada a tratar con españoles, canadienses y alemanes que le sugerían otro mundo. «No vine por la economía, sino por conocer. Mi tía insistió en que era el momento. Trabajo en el servicio doméstico, no me avergüenza decirlo, limpiando casas y cuidando niños. Me encantan los asturianos y cuando salgo de la región me siento extraña».
Vive con su novio, canario, en Lugones. «Ideológicamente, me siento mejor en España porque te mentalizas de lo que tienes y de lo que te depara el destino y vives con ello, pero en Cuba no sentía opresión: soy hija de la revolución».
Si mejorara la situación en Cuba regresaría para quedarse. Es sensible a que aquí, cuando la miran, lo primero que ven es una extranjera. Luego eso se suaviza. Echa de menos los piropos de los cubanos. «Para que los españoles digan algo bonito a una mujer tienen que estar en un andamio a diez metros del suelo o subidos a un coche en marcha. Y te lo dicen de una forma que pasas vergüenza. Si no fuera negra me pondría colorada».
Su familia le ha dicho que desde la enfermedad de Castro todo sigue tranquilo, pero «hay como tristeza y no se escucha música en la calle. Son muchos años con una ideología y se nota. Castro es un líder, un hombre muy inteligente y a Cuba le iría mejor con más ayuda de fuera». Cree en el cambio si muere Fidel: «Los cubanos buscarán la democracia y no tendrán esa necesidad de marchar. Necesitan un cambio y tienen derecho a experimentar cosas nuevas».
Espera poder votar en España si sale adelante la propuesta para que los inmigrantes legales participen en las elecciones: «Lo haré por el PSOE, si Zapatero no me falla, porque gracias a él obtuve mis papeles».
Euclides Milán se arranca a cantar, acompañado por la guitarra, el «Óleo de una mujer con sombrero», de Silvio Rodríguez. Detrás de la barra hay casetes y cedés del santiguero Eliades Ochoa con su guitarra armónica, de Celia Cruz y su azúcar y boleros y rancheras de los peruanos Mónica y Víctor Hurtado «El Dúo de oro».
Babi Marín es nieta de gallego. Nació en Santiago de Cuba, pasó por Santiago de Compostela pero vino a Oviedo a vivir con un tío que era empresario, ya jubilado. Entró en la hostelería trabajando en el Mesón Dallas de Posada de Llanera y sigue ahora con su propio bar en Pumarín que abrió hace 7 años.
Graduada en Magisterio era comercial del Instituto Nacional de Turismo, funcionaria con una carrera política. Es la única de sus cinco hermanos que ha emigrado y desde aquí ayudó a regresar a un tío, español, y se ha traído a un primo a trabajar con ella.
Aunque se integró bien, quiere acabar volviendo a Cuba para quedarse «bajo el sol y las palmeras, con la familia, los amigos, a esos compañeros que no has vuelto a ver y hasta con los enemigos, para saber qué fue de ellos». Pero ahora le interesa trabajar y ganar dinero. En Asturias no todo le parece maravilloso, pero «la gente es buena conmigo y con otros. Cuando dices que viene un pariente o un conocido te preguntan qué necesita y empieza a aparecer ropa».
En el bar de Babi siguieron la enfermedad de Castro con «incertidumbre y desaliento. Desde luego no era el ambiente de Miami. En Cuba no hay preocupación: es un país seguro aunque con problemas económicos. La decisión de pasar el poder a su hermano Raúl es la acertada y cuando haya que sustituir a Fidel, el pueblo elegirá lo que quiere a través de la Asamblea del Poder Popular y de las elecciones que convoquen».
Con 51 años, Babi no conoció la dictadura de Fulgencio Batista pero su padre, jubilado de mina, sí. Su abuelo, español y minero, llegó a ser dueño de minas y cuando llegó Fidel siguió trabajando con la revolución hasta los 80 años.
«A Fidel le sucederá la revolución porque hay principios muy arraigados, como «Cuba para los cubanos» y «Cuba por los cubanos». Hay jóvenes muy preparados y concienciados que llevan 20 años trabajando en su entorno. La gente que es más joven siempre tiene otras miras y por eso el futuro de Cuba va a ser bueno».
Ella trabaja para el presente cubano. Cuando va a pasar 15 o 20 días «para reponer fuerzas, lleva de Oviedo cosas que allí no hay, medicinas para los enfermos crónicos»... Como la mayoría de los emigrantes, envía una parte de lo que gana. Está estudiando la historia de España: «Si alguien me contara cómo era España hace 50 años no le creería viendo el país de ahora. Un país crea una base económica y luego va llegando el desarrollo paulatinamente. Así le sucederá a Cuba».
Euclides Milán es músico y dejó Cuba hace tres años porque quería viajar. «Fidel nos ha abierto las puertas a los artistas porque sabe que lo necesitamos para desarrollarnos. Yo quería moverme y en Cuba es difícil porque en el socialismo todos tienen una pequeña parte del reparto pero no sobra para recorrer el mundo».
Entró en Europa para actuar en el Festival Internacional de Música Latinoamericana que se celebró en Hamburgo (Alemania). En Alemania le habrían deportado pero en España te aceptan y eres bien acogido. Estoy muy a gusto, primero por el idioma y después por el idioma, porque soy poeta y me gusta hablar. Y estoy encantado en Asturias porque no es tan cálido como Cuba».
En un cumpleaños reciente el banquete mezcló el congrís con la fabada porque en «La Cubana. Babi Bar» se mezclan asturianos con cubanos algo que se ve en David y Álex, dos niños que han estado jugando todo el tiempo. Nada que no haya sucedido ya en Cuba. Cigarros, Guantanamera, Ron Mulata.