MIRIAM JOHANNA García, izquierda, del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad de St. Thomas, asiste a Ricardo Cabrera Silva y Dulce Morales en su solicitd de ciudadanía - EFFREY BOAN / El Nuevo Herald
Ricardo Cabrera Silva y su esposa, Dulce Morales, no podrían por sí mismos llenar un formulario para solicitar la ciudadanía estadounidense, pues no saben inglés y ya se acercan a los 80 años.
José tampoco podría hacerlo. Se encuentra en un asilo de Miami, conectado a una máquina que lo ayuda a respirar.
Lázaro es sordomudo. Completar el detallado documento sería una tarea pesada para él.
Sin embargo, todos ellos han tenido el apoyo del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad de St. Thomas, que los han llevado por la senda directa para conseguir el ansiado estatus legal y los diversos beneficios que otorga este país.
''Ellos saben cómo hacer todo eso, pero uno no sabe'', dijo Morales, de 75 años, mientras miraba a su esposo.
''Siempre soñé ser ciudadano'', expresó sonriendo Cabrera, de 79 años. ''Es uno de los anhelos que uno tiene, pero yo lo veía lejano. Era costoso y complejo'', agregó.
Desde que se exiliaron de su natal Cuba en 1991, Cabrera y Morales residen en North Miami con escasos medios económicos.
La organización, que fue creada hace 16 años, inició en el 2004 este programa especial para ayudar a las personas de avanzada edad a tener acceso, no sólo a la ciudadanía, sino también a otros beneficios, como el Seguro Social, el Medicare, cupones de alimentos, vivienda gubernamental, o para obtener la residencia y ganar el acceso a las agencias especializadas.
''El Instituto es un símbolo de la misión de nuestra universidad, que es proteger la dignidad de todos los seres humanos y brindar ayuda a quienes han sido oprimidos'', afirmó Alfredo García, el decano de la Escuela de Leyes.
''Es una tarea que tratamos de hacer día a día'', acotó la abogada Cristina Lluis-Reis, la directora del Instituto. ''Tenemos un equipo de 18 funcionarios que trabajan en nuestros programas sociales y unos 40 voluntarios, todos estudiantes de St. Thomas, que nos apoyan en su tiempo libre'', agregó.
Entre las múltiples tareas solidarias que llevan a cabo, figuran las visitas a los ancianos para ver sus necesidades. ''Nos enfocamos principalmente en los ancianos que llenan los requisitos para ser ciudadanos, pero no han comenzado el proceso porque carecen de las herramientas básicas para hacerlo: falta de conocimiento, dinero, dominio del inglés'', enfatizó Lluis-Reis, de 34 años. ''Muchos están enfermos, o con limitaciones visuales, solos, en asilos, en casas del gobierno o en hospitales'', añadió.
Entre los beneficiados está Lázaro, un sordomudo que está solicitando la residencia permanente. ''El miércoles pasado lo ayudamos a llenar sus papeles y esperamos que todo salga bien'', afirmó la directora.
También encaminaron a María Cabrera Silva, ciega y de 77 años, que reside en un asilo de Miami. A ella le llenaron la solicitud de ciudadanía hace dos meses.
Asimismo, dieron una mano a José, quien no puede vivir sin la ayuda de un respirador. ''Le conseguimos la ciudadanía, y los funcionarios de Inmigración fueron hasta su cama, en el asilo donde vive, para tomarle el juramento'', señaló Lluis-Reis, quien ve su misión en el Instituto como una vocación de servicio.
''Desde el día que salí de la Escuela de Leyes en St. Thomas, mi primer trabajo fue con el instituto'', dijo la directora. ``Tal vez uno de los incentivos que me llevaron por este camino es la enseñanza de mis padres, inmigrantes. Mi mamá llegó con el programa Pedro Pan y mi padre debió huir [de Cuba] siendo muy pequeño, junto a mi abuelo, en 1961''.
''Ellos recibieron mucha ayuda, y lo que hago por los demás es una forma de dar las gracias, de devolver todo lo que ellos recibieron'', agregó Lluis-Reis, quien es madre de dos hijas, Isabella, de 2 años, y Victoria, de 3.
Pero este agradecimiento, este alto sentido de misión, no es único de Lluis-Reis, pues los demás empleados del Instituto lo comparten.
''Es una misión reconfortante que me hace sentir útil y que me permite abrir un camino a las personas que no tienen recursos para hacerlo por sí mismas'', afirmó Miriam Johanna García, de 40 años, que trabaja en el Instituto desde el 2004.
La labor del Instituto también se extiende a las personas de cualquier nacionalidad que hayan entrado al país como refugiados o que hayan recibido asilo político.
En 1997, el Instituto ganó el primer contrato para ofrecer servicios legales apoyado por el estado de la Florida.
''En los últimos 10 años hemos brindado servicios gratuitos a más de 64,000 personas a través de nuestros programas que están orientados al área de inmigración'', afirmó Lluis-Reis.
Cuatro años después, el Instituto recibió la distinción ''Programa del Año'' que le otorgó la Comisión sobre Etica y Confianza Pública del Condado Miami-Dade.
En el 2003, el alcalde condal, Alex Penelas, y la Comisión de Miami-Dade proclamaron el 10 de diciembre como el ``Día del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad de St. Thomas''.
''Como parte de nuestra misión católica, creemos en la dignidad del ser humano, y contraemos un compromiso de utilizar nuestras aptitudes legales en ayudar a los más vulnerables, quienes son con frecuencia los ancianos y los inmigrantes'', indicó la abogada y decana adjunta de la Escuela de Leyes de St. Thomas, Cecile Dykas. ''Muchos ancianos no tienen un familiar que abogue por ellos, o ya tienen problemas de memoria, o se confunden, lo que los imposibilita en el proceso legal'', agregó Dykas, quien es miembro de la junta directiva del Instituto. ''Con frecuencia somos su única esperanza'', resaltó.
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