domingo, 12 de noviembre de 2006

Por Jaime Torres Torres
End.jtorres1@elnuevodia.com

» A sus 89 años, uno de los últimos reyes del mambo conserva intactos los recuerdos de una gloriosa época musical.

Es el personaje que con más autoridad puede hablar de las diferencias que distanciaron a los puertorriqueños Tito Rodríguez y Tito Puente. Fue uno de los precursores del mambo y, junto a su creador Cachao, hoy es uno de sus últimos sobrevivientes.

José Curbelo fue el mentor de los dos Titos; de cantantes puertorriqueños como Santitos Colón, Vitín Avilés, Mon Rivera y Gilberto Monroig y compañero de Ella Fitzgerald, Count Basie, Benny Goodman y otras grandes luminarias del jazz con quienes compartió los escenarios de Estados Unidos y Europa.

A los 89 años, el pianista cubano que reside en Miami conserva intacta su memoria. Y, con una claridad mental envidiable, parece una enciclopedia viviente que en cada conversación detalla con asombrosa precisión la historia del mambo y de sus protagonistas más sobresalientes.

Al margen de la publicidad mediática, Curbelo se mantiene al tanto de las nuevas tendencias en la música latina. Vive cómodamente porque supo invertir su capital en negocios y propiedades. Sus pasatiempos son escuchar música y permanecer despierto hasta entrada la noche viendo por televisión los juegos de béisbol y otros eventos deportivos.

Se levanta tarde, desayuna, aborda su Mercedes Benz y sale a sus citas médicas. Diariamente un grupo de amigos íntimos lo llama a su casa, preocupados por su salud y bienestar. Uno de ellos es el coleccionista puertorriqueño Francis Grosskopf, responsable del contacto telefónico que LaREVISTA estableció con José Curbelo.

El ex director de orquesta, graduado del Conservatorio de Música de La Habana, arribó a Nueva York en 1939, descubriendo una realidad: la música latina que tocaba la radio era demasiado simple y comercial.

Ese mismo año, en un casino de Miami, conoció a Tito Puente, a quien pocos años después reclutaría como timbalero de su orquesta.

Curbelo, quien antes de fundar su agrupación tocó con la de Xavier Cugat, conoció al otro Tito gracias a su hermano mayor y mentor Johnny Rodríguez, personalidad muy respetada en el circuito de la música de tríos. “Lo encontré en el Copacabana tocando sambas y en ese momento no tenía mucho nombre. Rápidamente pude identificar que Tito Rodríguez era un excelente improvisador”, recuerda Curbelo.

Los dos Titos, glorias de la música popular puertorriqueña, coincidieron en su orquesta durante tres años. Entre 1946 y 1949 Curbelo aportó al pentagrama los clásicos ‘Rumba gallega’ y ‘Live At The China Doll’, grabado en directo en el famoso club conocido antes como La Conga, localizado en la Calle 51, entre Broadway y la 7ma. Avenida.

Mientras trabajaron con Curbelo fueron grandes amigos y compañeros, como lo consignaron en ‘Repica el timbal’, rumba en la que Rodríguez sonea y Puente ejecuta un solo. “Los problemas surgieron después”, comenta Curbelo.

Rodríguez se marchó en 1949 para fundar Los Lobos del Mambo y al año siguiente Puente hizo lo propio al organizar sus Picadilly Boys.

“Ambos deseaban mucho reconocimiento, aunque Puente era más flexible. Tenía menos complejos y era un individuo con el que resultaba más fácil negociar”, rememoró Curbelo.

Aunque originalmente dirigieron conjuntos con nóminas livianas, la explosión mundial del mambo, con exponentes como Dámaso Pérez Prado y Frank Grillo ‘Machito’ con Mario Bauzá, motivó a los dos Titos a configurar orquestas grandes. Eran los días del Palladium y otros clubes.

El tranque sobrevino cuando a Puente y Rodríguez les correspondió alternar en los bailes. Cada uno exigía el ‘top billing’ o el llamado de la atracción estelar de la noche. “Puente era menos acomplejado. Lo suyo era el ‘top billing’, pero en lo demás cooperaba. Rodríguez no.

Traté de convencerlos, pero no se pudo. Nadie los unió a pesar de que les garantizábamos el mismo trato”, evoca Curbelo al revelar que Rodríguez no era timbalero, pero que se acercó a dicho instrumento para imitar a Puente.

“Él copiaba todo lo que Puente hacía”, dice Curbelo acerca de los directores de orquesta que más adelante intercambiarían críticas al dedicarse canciones como ‘El cayuco’ y ‘Avísale a mi contrario’.

“Machito nunca tuvo problemas con eso del ‘top billing’. Lo mismo le resultaba tocar al inicio de un baile como al final”.

Los recuerdos de Curbelo no se limitan a las desavenencias entre los dos Titos: por el contrario, son muchas más las memorias de tiempos de gozo y buena música con instrumentistas puertorriqueños como Ray Barretto y cantantes del patio, como Santitos Colón, Mon Rivera, Gilberto Monroig y Vitín Avilés, que saltaron a la fama en su orquesta.

“No puedo decir que los puertorriqueños fueran mejores que los cubanos, pero yo tuve nueve cantantes y el único que era cubano fue Bobby Escoto”, recuerda Curbelo, quien considera a Puente el músico más grande de la historia.

A mediados de la década del 50 el mambo perdió fuerza y Curbelo desintegró su orquesta para fundar un sexteto. Cuando Curbelo llegó a Manhattan había al menos una docena de lugares donde se bailaba.

Pero, poco a poco, salones como el Embassy, el Monte Carlo, La Martinica y La Conga cerraron sus puertas.

Así, en 1959, tras un baile en El Palladium, Curbelo se despidió del piano para emprender un nuevo rol: el de empresario y representante artístico.

“No había futuro. Todo se fue abajo. Para poder viajar tuve que reducir la orquesta a seis músicos para tocar en los clubes de jazz de otros estados y a mí no me gustaba eso. Machito se aguantaba porque tenía un trabajo de día, a pesar de su nombre y fama”, narra Curbelo, cuya oficina Alpha Artist Of America representó a Charlie Palmieri y otros artistas, hasta que en el umbral de la década del 80 decidió retirarse.

Curbelo, sobreviviente de una prestigiosa familia de músicos cubanos, reside solo en North Miami, luego de sepultar a su inolvidable esposa Orquídea el mismo día del atentado terrorista en que dos aviones fueron estrellados contra las Torres Gemelas.

A veces toca el piano, por aquello de complacer a sus visitantes. Ninguno de sus dos hijos ha seguido sus huellas. Curbelo los aconsejaba recordándoles que la música es un negocio ingrato.

“Mi hijo sabe música, pero yo no quise que se dedicara a esto por las experiencias que tuve. Él es un experto en computadoras”.

Eso sí, conserva sus discos y una colección de música afrocubana y jazz que enriquece cada día más. De Puente, conserva hasta los suspiros. Y de Ella Fitzgerald prácticamente toda su discografía, porque antes de alternar con la reina de los scats en el Teatro Apollo fue un gran admirador de la diva del jazz.

“Mi orquesta, que durante varias semanas fue la banda residente del Apollo Theater, era la que la acompañaba. Eso fue en 1951. Desde que estaba en Cuba escuchaba su música por onda corta. Yo la adoraba y para mí ha sido lo mejor que ha surgido en el jazz como cantante femenina”, recuerda Curbelo, quien alternó con Glenn Miller, Benny Goodman, Louis Armstrong, Dizzy Gillespie y otros.

José, cuyo número telefónico consiste de cuatro sietes que bien sugieren la fortuna que le ha regalado la vida, se aferra a los recuerdos y a la música, intentando detener el reloj.

El 18 de febrero de 2007 cumplirá 90 años. Francis Grosskopf y otros de sus amigos del alma lo visitarán para desearle paz, felicidad y un buen sentido de la audición para seguir escuchando buena música.


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