Por Luis de la Paz
Diario Las Américas
Filóloga, poeta, ensayista y traductora cubana, con una vida llena de experiencias sorprendentes. Ella es Elena Tamargo, nuestra entrevistada.
1.—Tu vida ha tocado extremos: el campo en Cuba, La Habana; luego Moscú como parte de la misión cubana en ese país, Alemania, México y ahora Miami donde vive la mayoría de los cubanos como exiliados. ¿Cómo han influido en ti esas etapas?
—El campo fue para mí varias experiencias a la vez, la soledad es una de ellas, mis padres tenían una finca en una loma, de donde se veía la Bahía de Cabañas, donde me crié, se veía el astillero, la entrada y la salida de los barcos, y en las noches las luces; todo eso me daba mucha tristeza. En el campo sentí por primera vez el dolor, cuando un majá se comía una rana o una lechuza le robaba un pollito a una gallina sacada; también los dolores humanos, la falta de agua potable o de corriente eléctrica, que tocaran a la puerta a pedirle a mi papá el favor de llevar a un hijo al hospital, o después de una tormenta, que llegaban las noticias de alguien conocido que lo había matado un trueno o de una familia amiga que había perdido el techo de su casita...
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