viernes, 23 de noviembre de 2012

JUAN CARLOS CHAVEZ
JCCHAVEZ@ELNUEVOHERALD.COM

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El escultor Lázaro Valdés (centro) posa con su personal y familia junto con las piezas que han creado en la fundición. Pedro Portal / EL Nuevo Herald

Lázaro Valdés creyó religiosamente que su destino estaba ligado a dedicarse por completo a las Ciencias Geográficas, profesión que estudió en la Universidad de Pinar del Río y en la que se graduó con honores en 1990.

Pero en un viaje a La Habana su historia de vida cambió. Valdés quiso comprar una artesanía de edición limitada para llevársela de regalo a su novia. Cuando preguntó por el precio, el vendedor simplemente atinó a responderle que estaba fuera del alcance de su bolsillo.

“Costaba $400”, dijo Valdés, de 46 años. “Esa semana regresé a Pinar del Río con la idea de hacer mi propia pieza de arte. Estaba seguro de que yo también podía hacerlo, algo me decía que era capaz”.

Valdés no solo hizo una pieza de madera cuidadosamente tallada a mano, sino varias más. Su nombre comenzó a escucharse en cada rincón. La gente empezó a reconocer su trabajo y, al final, las autoridades también.

Lo demás es historia: Valdés ganó una competencia local de esculturas y el derecho a presentarse en Colombia, Venezuela y México. Viajó a mediados del 2000 para participar en una serie de exposiciones artísticas.

“Y ya tú sabes qué pasa cuando un cubano vuela!”, dijo Valdés.

Doce años después, Valdés es dueño de Asubronze, una fundición y mantenimiento de esculturas, ubicada en el noroeste de Miami. La fundición es una empresa familiar, especializada en la fabricación artesanal de esculturas monumentales y piezas decorativas de bronce. Las técnicas implementadas por Valdés y su talento artístico han hecho que la fundición sea tan reconocida como los talleres italianos de Pietrasanta, en la costa norte de Toscana.

La fundición de Valdés reúne a artistas de todo el mundo que envían o llegan personalmente con sus obras a pequeña escala para que Valdés les dé formas mayores en bronce o las someta a un tratamiento especial de mantenimiento.

“Soy un autodidacta y desde que llegué nunca hice otra cosa que no sean esculturas”, declaró Valdés. “Ha sido un recorrido largo pero creo que valió la pena”.

Valdés trabaja con su familia, una familia que dedicó la mayor parte de su tiempo a trabajar en los campos cubanos de Pinar del Río. Pero Tan pronto como Valdés se estableció en Miami los otros miembros del clan familiar fueron llegando poco a poco. Cada uno tiene un rol determinado, un oficio que han aprendido y perfeccionado con la práctica.

Así, el padre de Valdés, quien siempre fue un agricultor, es ahora todo un maestro en hacer moldes; mientras que la hermana, tíos y primos son expertos en soldar piezas y fundir el bronce, entre otros.

“Nosotros tenemos la virtud de buscar nuestro pan unidos como una familia y trabajando en lo que nos gusta”, explicó Valdés. “Lo disfrutamos y, si tenemos que trabajar 34 horas seguidas, lo hacemos”.

Sus comienzos no fueron sencillos. Valdés empezó vendiendo piezas talladas en madera en la Calle Ocho hasta que una leyenda de la escultura cubana, Tony López, vio sus trabajos y lo contactó para que se hiciera cargo de los famosos Gallos de la Pequeña Habana.

Tomado de: El Nuevo Herald

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