[Julieta Campos]
Posted on Sun, Mar. 05, 2006
By MADELINE CAMARA
Especial/El Nuevo Herald
No alcancé a escucharla cuando se presentó en la Feria del Libro de Miami. Julieta Campos sigue siendo para mí una voz literaria y la memoria de un breve contacto telefónico cuando gentilmente aceptó participar con un texto en mi antología La memoria hechizada (Icaria, 2003, Barcelona). Residente en México desde el año 1954, Campos ha publicado una sólida obra en la que figuran, entre otros, narrativa (Celina y los gatos, 1968 y El miedo de perder a Eurídice, 1971), teatro (Jardín de invierno, 1989), así como en ensayo (El oficio de leer, 1971), explorando en este último género temáticas sociales candentes de su país adoptivo que le ha premiado con el alto galardón literario del premio Xavier Villaurrutia (1974). Una recopilación de su ensayística acaba de ser publicada por el Fondo de Cultura Económica el pasado año. Comentando sobre esta doble vocación suya, Campos nos deja este magnífico resumen de su trayectoria como escritora: ''Escribir sería transitar entre la experiencia estética y la solidaridad ética''. Sabiendo entonces que ella, como Dulce María Loynaz y Nivaria Tejera, es de ese tipo de escritora que ''vigila'' su entorno, realmente me estimulaba leer la novela que sobre su Cuba natal le tomó ''23 años'' pensar: La Forza del destino, Alfaguara, 2004. Satisfecho el deseo, la lectura me entregó una obra maestra de relato polifónico, y una acerba crítica a la utopía que hemos todos construido sobre el destino de la pequeña isla.
Hubiera debido decir quizás que se trata de una novela histórica, pero tomo prestada la categoría de ''polifónica'' del teórico Mijail Batjin para subrayar lo que Campos ha dicho en entrevista con el diario mexicano El Universal: esta es una obra donde importan más ''las voces'' que ''La Historia''. Voces de catorce generaciones, encarnadas en personajes inspirados en los descendientes maternos de Campos, se empastan en ''tres tempos'' en un recorrido por el desarrollo de la nación cubana. La colonia, narrada con morosidad, la república también profusamente contada pero con más vivos contrastes, y revolución y exilio, en ritmo ''frenético'' nos avisa la propia autora.
¿Qué justifica esa estructura para moldear la ambiciosa mirada sobre más de cinco siglos? Campos ha sido, y seguirá siendo, una escritora experimental, alguien que padece la pasión por la forma, y creo que esta modulación, obediente a la música, es su respuesta como creadora a la fusión de investigación y ficción que domina su obra, donde reconstrucción de época, dibujo de sensiblidades, y tratamiento tonal de la palabra son elementos indisolubles.
He privilegiado a propósito el término sensibilidades sobre el más clásico de caracteres para definir los personajes y los narradores/as en Campos. Cultora de una prosa que la crítica ha ubicado como seguidora del llamado nouveau roman, no era de esperarse que la autora cubano-mexicana usáse una recia pluma balzaciana a la hora de escribir una novela histórica, sino más bien los tonos de Proust. Campos lo ha confesado: ''El verdadero protagonista es el tiempo...'', refiriéndose a su última novela.
Otra peculiaridad estilística de esta novela histórico-polifónica es la sutil analogía que se traza entre Geografía e Historia, como ciencias que nos guían para interpretar un país, efecto que el lector aprecia a través del personaje del científico y humanista Carlos de la Torre. En la página 615 de la voluminosa obra, el sabio naturalista revela a partir del hallazgo de un fósil del Megalocnus, (vulgarmente conocido por ''uñas grandes'') ''que Cuba no fue siempre una isla, dado que este animal, cuya existencia está probada en territorio firme americano, no pudo viajar por mar hasta nuestra isla''. Corolario: la insularidad y su correspondiente excepcionalidad no son un destino manifiesto marcado por esa ''maldita circunstancia del agua'' que han cantado nuestros poetas. Apunto el pasaje sólo como un ejemplo de la forma en que Campos critica nuestro empeño en ser diferentes.
Los aspectos que marcan el género del narrador/narradora, así como la relación que estas perspectivas establecen con la autora misma, como sujeto parte de la identidad cubana, merecerían un comentario más detallado. La propia Campos, en un impulso explicable en quien ha hecho estudios académicos de literatura, aunque no sé si acertado como colofón, deja al final del libro una serie de preguntas y explicaciones que ayudan a desenrollar el ovillo de estas voces que bregan por sobreponerse unas a otras en la gran coral. Cada cual busca encontrar el modo de fijar su experiencia vital dentro del marco mayor del proceso de formación y desarrollo de la nación. Y parece decirnos La Forza del destino que un país no es más que la summa ( el ''zumo'') de todas estas historias con minúscula. Por el momento sólo me detengo a subrayar la creación de la metáfora de la neblina en la magnífica introducción de la novela para enfatizar en la opacidad y la condición efímera de todo esfuerzo de indivualizarse como voz en un tan complejo y cambiante entramado, mucho menos querer retener la última palabra sobre nuestro destino.
Desde Cecilia Valdés hasta el El color del verano, todos obsesionados, muchos desde el exilio, viviendo vicariamente desde la lejanía.
En Julieta Campos, este esfuerzo por crear un collage más que un fresco me parece que dice mucho del modo en que ella considera la objetividad artística, que en su ficción no es más que una ''subjetividad otra'', lúcida y no nostálgica. En lo que ella misma ha caracterizado como ''empeño en reconciliarse con su pasado'', el último ejercicio narrativo de la escritora se inscribe como pieza de orfebrería en tratar de entender quiénes somos como pueblo.