¡Qué fría es Alaska y qué tibia es Miami!
Así piensa hoy Ramón Rivero, un balsero cubano, que hace unos días quería coserse la boca para llamar la atención tras verse desesperado, sin ayuda y, lo que es peor, envuelto en un enredo inmigratorio que lo llevó al borde de la ilegalidad y la miseria.
Una helada mañana de este noviembre, Rivero realizó una protesta solitaria frente a la corte de Anchorage, Alaska, con un cartel que decía en inglés: ''Justicia. Necesito ayuda. Soy cubano''. Lleva un año sin trabajar.
Mientras, en su casa, asignada por el gobierno para familias de bajos recursos, lo esperaba con ansias su esposa, Olga Rivero, una cubana de 25 años, y las cuatro hijas de ambos, nacidas en Estados Unidos.
''Me vine a Alaska porque pensé que ganaría mejor, pero he visto muchos abusos con los trabajadores y los hispanos'', dijo Rivero, de 40 años, a El Nuevo Herald. ''Estoy arrepentido de no haberme quedado en Miami'', agregó.
Al parecer, por errores de personas y agencias que desconocían la Ley de Ajuste Cubano, Inmigración le negó el permiso de trabajo y no ha podido obtener empleo en el último de los tres años que ha vivido en Alaska.
Eso lo obligó a solicitar ayuda en la oficina gubernamental de desempleo, lo cual dio pie a que luego lo acusaran de haber cometido fraude por no tener estatus legal. Nadie lo ayudó y él mismo, como pudo, con su poco inglés, explicó la situación a las autoridades, quienes lo exoneraron del cargo y del pago.
Servicios Sociales Católicos (SSC) de Alaska e Immigration Justice Project (IJP), una organización sin fines de lucro, asesoraron a Rivero en sus trámites inmigratorios.
El cubano culpa a ambos, pero principalmente a SSC, por el caos en el que se convirtió su vida, tras el atascamiento de sus documentos en Inmigración y la imposibilidad de conseguir trabajo.
''Casi no duermo, esto es como una pesadilla. He comenzado a sufrir de tensión alta y mi vida es un desastre'', dijo el hombre, que recibe una ayuda social de $800 mensuales y $525 en cupones para comida.
Karen Ferguson, una sicóloga que dirige el programa de inmigración del SSC, explicó que su agencia no tiene abogados, pero tiene una persona acreditada y con licencia para trabajar en casos de inmigración.
Explicó que el caso de Rivero se complicó cuando éste vino con otro problema de tribunales que lo obligaba a cumplir 40 horas de trabajo comunitario, en respuesta a un altercado que tuvo con un ex compañero en su anterior empleo.
''Hemos tratado de ayudarlo a él y su familia, y de darle todo apoyo, pero cuando vino a nosotros lo referimos a otra agencia... Los cubanos aquí son un grupo muy escaso y la gente no está acostumbrada a manejar esta situación'', explicó Ferguson, quien aseguró que su oficina ha asumido los gastos para que Rivero obtenga la residencia permanente.
Por otra parte, Robin Bronen, que dirige IJP, explicó que Rivero acudió a SSC cuando la oficina legal había sido desmantelada, y ella era una de las abogadas que trabajaba para esa agencia.
''Ramón no recibió buena consejería legal de SSC, y de allí surgieron todos sus problemas'', añadió Bronen, quien acusa a la oficina católica de ''negligente'' porque ``saca ventaja y afecta la vida de los más vulnerables''.
El próximo 30 de noviembre, Rivero, tiene cita con Inmigración, y Ferguson ha dicho que en la misma recibirá la aprobación de la residencia permanente, gracias a las gestiones de SSC.
Según personas entrevistadas por El Nuevo Herald que conocen a Rivero y su familia, el problema es que Alaska ha sido considerada un mito, la integración de los hispanos es muy difícil y un cubano refugiado es visto como ``una rareza''.
El caso de Rivero tiene también fuertes matices culturales: es un hombre moreno y de musculatura voluminosa, pues practicaba la lucha libre. El es un ex atleta con estudios universitarios, dijo, que pesa alrededor de 250 libras, mide 6 pies y gesticula mucho al hablar.
''La gente cree que Ramón es violento por su físico'', dijo el único periodista de origen cubano del lugar, Gilbert Sánchez, quien ha tratado de ayudarlo.
Por otra parte, el español casi no se habla y, peor aún, hay muchas personas ''sin escrúpulos, negligentes, que no conocen las leyes y engañan a los inmigrantes en sus trámites inmigratorios'', indicó Sánchez, ex conductor del único noticiero y programa de entrevista radial en español en Anchorage, el cual fue prohibido hace dos meses por los directivos de la estación.
''Es muy frustrante no poder hablar español y no poder ayudar a los cientos de inmigrantes hispanos que me llamaban con sus problemas'', agregó el periodista, que creó hace nueve años el programa Intercambios, transmitido por la Radio Pública Nacional, afiliada de KSKA-FM.
Fue un domingo en la noche, durante el programa, cuando Sánchez supo por primera vez de los problemas de Rivero y la odisea de un hombre que, con heroicos esfuerzos, llegó a Estados Unidos hace cuatro años.
No sólo fueron él y su esposa náufragos en alta mar por más de una semana, sino que también, cuando se les acabó el agua y la comida, estuvieron a punto de morir debajo de un barco mercante que dio un giro inesperado en el último momento.
Deshidratados y medio desnudos llegaron a Belize, donde vivieron momentos horribles en una cárcel y casi fueron deportados a Cuba. Pero la intervención de activistas de derechos humanos logró su liberación.
Llegaron a Guatemala y luego cruzaron a pie con grandes penurias y peligros la selva hasta llegar a México, donde los volvieron a encarcelar. Tras muchas presiones y protestas, los soltaron.
La pareja llegó a Texas y se entregaron a las autoridades de Inmigración. Ella venía embarazada de la primera niña, que nació en Miami y ahora tiene 3 años. Las otras tres nacieron en Alaska --la última tiene días de nacida.
''Haber llegado tan lejos a un sitio como Alaska después de haber estado a la deriva en alta mar es admirable. Ramón tiene una voluntad de hierro, salió de un régimen totalitario persiguiendo el sueño americano y lo único que pide es que lo ayuden'', dijo Sánchez.