POR KATIA RODRÍGUEZ
ESPECIAL DIARIO LAS AMÉRICAS
Publicado el 07-18-2013
Podemos decir que William Navarrete es el escritor cubano, del éxodo de los años 90, que mejor ha asimilado la vida en París, sin abandonar la marca de fábrica de los nacidos bajo el sol de Cuba. Podríamos incluso afirmar que su consagración en la comunidad de intelectuales cubanos en Europa, se debe a su intención de indagar más en los orígenes que en las verdades de los cubanos.
Todo comenzó cuando se interesó en el árbol frondoso de su familia paterna del oriente de Cuba y se le abrieron las puertas a la sospecha histórica de que los dirigentes cubanos, nacidos ahí, tenían algún lazo de sangre. Así nació “La gema de Cubagua”, un fresco donde la intriga alrededor de una fortuna deja entrever la malla clónica de dichos personajes.
Navarrete estudió historia del arte en la Universidad de La Habana y eso le significó una salvación en todos los sentidos: “una manera de definir el mapa geográfico de la estética del mundo, pero también una forma de evadirse de la crueldad de las relaciones humanas que se establecen en esa isla”, a la cual nunca más regresó.
Refinado, culto y galante, sus veinte años de residencia en la capital gala le han permitido amar y conocer cada piedra, cada fantasma de la ciudad.
Katia Rodríguez: ¿Se siente cómodo con la sicología francesa?
William Navarrete: Son veinte años, creo que tal vez ya va siendo la mía propia.
K.R.: ¿Cuál fue el “déclic” que te invitó a dejar Cuba?
W.N.: Ser libre y con toda la amplitud de esa palabra. Un deseo de vivir bien. Cuando el (éxodo de) Mariel, yo tenía 12 años y se corrió un rumor de que la reina de Inglaterra había mandado un barco para recoger personas que tuvieran familia en Inglaterra. Yo me lo creí y le pregunté a mi mamá si teníamos un tío para irnos en esa barca.
K.R.: Tu primera novela es un escenario para la intriga en el oriente cubano. ¿Cómo apareció el tema de “La gema de Cubagua”?
W.N.: Yo nací en Banes. Curiosamente ahí también nació Batista (el gobernante anterior a Fidel Castro) y allí se casó Fidel Castro, nacieron las familias Díaz Balart, el poeta Gastón Baquero. Era un pueblo dominado por el capital estadounidense. Mi familia paterna era fundadora de ese pueblo. Yo pasaba mis vacaciones rodeado de primos y tíos que se unían por varias generaciones en un mismo brazo genealógico. Era una Cuba macondiana y decidí investigar para luego ensayar una explicación al accidente histórico de los últimos cincuenta años en Cuba, de cómo hubo un caldo de cultivo que generó una sicología muy peculiar y la catástrofe de hoy.
K.R.: Le has dedicado tiempo a la belleza de París. ¿En qué consiste su magia?
W.N.: París es una ciudad mágica en cuanto a las perspectivas. En cualquier lugar donde te pongas, tienes la impresión de que vas a despegar hacia el cosmos, hacia el infinito, hacia lo eterno. Es como la ciudad eterna, aunque Roma le haya robado el título, pero eso es París.
K.R.: Cuba estuvo de moda para los franceses hace unos años pero todo parece indicar que la literatura cubana en el exilio ya no trasciende a su problemática. ¿Qué sucedió durante esta última década?
W.N.: Ha habido un cansancio de los lectores con lo repetitivo del tema cubano, y un desinterés creciente. O sea, la isla recupera su exigua importancia territorial. Las economías del primer mundo necesitan generar un tipo de interés cultural que puede venir de la música, la gastronomía o la literatura. Eso fue lo que hizo la moda. Y como moda al fin, se terminó.
K.R.: ¿Cómo se gana la vida un escritor cuando la gente lee cada vez menos?
W.N.: Cada vez la gente lee menos pero quiere lucir que lee más. Como el poder adquisitivo en el primer mundo ha aumentado y la sociedad se ha aburguesado gradualmente, es propio de las clases solventes querer mostrar cierto brillo cultural para diferenciarse de las clases populares. Eso hace que compren libros que no leen y metros cuadrados de bibliotecas vírgenes, que seguirán vírgenes. Yo trabajo como traductor independiente para la Unesco y ahora estoy promocionando mi última novela “La danse des millions” (escrita en francés).
William Navarrete se define a sí mismo como un hedonista empedernido, consciente de que todo se acaba. Algo así como que el siglo XX que dejamos atrás, ya es la prehistoria.
Tomado de: Diario Las Americas
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