Miriam Gómez
Por Carmelo Lattassa
EFE
El Nuevo Herald
Florida, E.U.
Distribuye: Paul Echéniz
La Nueva Cuba
Febrero 22, 2006
Acostumbrada a la mejor relación con intelectuales y escritores, Miriam Gómez muestra su gran elocuencia tras su asombrada timidez. Sin embargo, es dueña de una enorme presencia que le permite sugerir su papel en la relación con el escritor cubano.
'En Cuba, las casas tienen los apellidos de las mujeres, no de los hombres. En mi casa éramos las Gómez por mis hermanas y yo. Teníamos tres hermanos, pero eso no contaba para nada. Las casas se dividían por las Fernández, las Gómez, etcétera. Guillermo decía que el machismo en Cuba es `puro buche y pluma no más', porque la verdadera realidad de Cuba es la canción de María Cristina. Esa que dice que 'María Cristina me quiere gobernar...' porque es quien realmente manda en la casa. En la isla, quien manda es la mujer. Pero con Guillermo, nada de eso hizo falta'', comenta.
El recuerdo de los espacios del pasado, su relación con la hispanidad, la sitúan de nuevo en la isla.
ATALAYA EN EL EXILIO
''Yo salí de Cuba, con la isla a cuestas'', cuenta Miriam Gómez a quien su marido la eternizaría junto al apellido. No hay Miriam sin Gómez...
'Y nos fuimos a otra isla --Inglaterra--. En nuestra casa de Londres la gente iba y venía. A ella llegaron muchos escritores y nosotros fuimos creando una atmósfera particular. Recuerdo que una noche Guillermo se tomó un calmante para el dolor y, como apareció una visita, se tomó una copa de champán y se mareó. Yo intenté mantenerlo despierto, que no se durmiera. Todo gracias al cine, porque lo había visto en las películas que si alguien se envenena hay que pasearlo. Así que él iba y venía andando mientras esperábamos a que llegara el médico. Cuando llegó el galeno se quedó completamente alucinado porque eso no parecía la casa de un londinense, y se preguntaba `¿dónde estoy?' Porque lo que allí vio no le parecía real. Mi apartamento es una isla dentro de una isla'', añade.
Cada espacio personal, cada lugar común la confronta con una doble realidad, el significado de una gran urbe como Londres y la experiencia de ser extranjera.
''Teníamos poco trato con los londinenses porque ellos no tienen intelectuales. Poseen esa lengua, esa escritura maravillosa que lo resume todo, pero tienen una ignorancia total sobre todo lo que ocurre fuera de su isla y nosotros, que hablamos en castellano, finalmente nos relacionábamos en general con hispanos'', matiza.
CUBA Y EL AMOR POR LA LITERATURA
Sobre la relación que existe entre la isla caribeña y la literatura, Miriam Gómez dice: ``En Cuba hay una locura por la literatura que viene de hace mucho tiempo. En el siglo XIX hubo un poeta maravilloso llamado Julián del Casal (Cuba, 1863--1893), que era tuberculoso y en una cena le dio un ataque de risa y se murió. Lezama Lima le dedicó un poema bello. Bueno pues, Julián del Casal, que era muy pobre, vivía en una habitación en La Habana en la que, al entrar, era como estar en París. Todo era chinesco, afrancesado. Y todo esto era porque en la isla existía una gran obsesión por Francia y toda la literatura francesa que pasaba por París. No se miraba a Estados Unidos. Los norteamericanos iban a Cuba a pasar las vacaciones, no a generar cultura.
Julián consiguió un dinero para ir a París y se acercó a Madrid, pero tuvo que volver a Cuba porque no soportaba vivir fuera de la isla, como le pasó a Virgilio Piñeira o a Gastón Baquero. El cubano suple sus carencias económicas con el hambre por la literatura. No porque todos supieran leer, sino porque al ser un país tabacalero, la gente oía las historias de Tolstoy y otros a través de un lector, mientras liaban el tabaco. Los trabajadores escogían lo que querían escuchar mientras liaban y todo el mundo sabía cuáles eran las grandes obras''.
LA HABANA Y EL PASADO NO TAN REMOTO
Sobre sus primeros años en los que salió de su pueblo, Miriam recuerda: ''Yo llegué a la capital porque estábamos en la edad de casarnos y fuimos a La Habana para encontrar casamentero. Allí fui a la escuela pública y tuve una maestra maravillosa, que se llamaba Hilda, que vivía con un vasco que tocaba el contrabajo. Yo llegué con acento del campo diciendo palabras como ``amol'', en lugar de amor. Todavía en mi familia lo dicen, yo estoy un rato con ellas y salgo hablando así. Esa maestra me enseñó muchísimos poemas, y me enseñó a cultivar el amor por la literatura.
``Recuerdo que vivíamos en una sola habitación un montón de personas. Tantas, que una noche entró un ladrón en casa y no pudo robar porque no había donde poner un pie. Todo lo que pudo llevarse fueron unos plátanos que estaban en el patio. Esta maestra me enseñó a hablar y me apuntó en la escuela de arte dramático. Con 15 años entré en esa escuela, donde aprendí mucho. Estudié de todo, completamente gratis. Ahí fue donde conocí a Guillermo, y aprendí a hacer de todo''.
Sobre como comenzó su relación con el escritor, su viuda dice: ``Yo iba en el autobús y pasaba cerca de la revista Carteles, que era en la que Guillermo trabajaba. La primera vez que lo ví se me sentó a un lado en el autobús y empezó a desnudarme con la vista. Yo pensé que era un loco y, cuando me bajé, él se bajó trás de mí. De pronto, me coge por la mano y me dice que yo no sabía cruzar la calle. Yo estaba aterrorizada. Entro en la academia y él entra también y sube directamente a la dirección. Yo me quedé muy extrañada. De pronto, el director me llama. Yo estaba temblorosa pensando que iba a pasar algo malo porque nunca me habían llamado a la dirección. Entonces el director me lo presenta como a un gran amigo suyo periodista. Cuando salí de la academia él estaba esperando, y justo en ese momento pasaba una actriz casada con un escritor, y lo saludaron. La verdad es que yo nunca le pregunté a Guillermo si él había preparado todo aquello. Ahora lamento no haberle preguntado''.