viernes, 25 de noviembre de 2005



Posted on Sun, Nov. 20, 2005

CARLOS M. LUIS

Especial/El Nuevo Herald


Una de las características de la pintura de Arturo Rodríguez es la cuidadosa distinción que el artista hace entre el contenido y la forma. La presente exposición que tiene lugar en la recién inaugurada galería de David Castillo confirma, una vez más, ese hecho. De ahí que entonces podamos hacer una clara separación entre ambos aspectos de su obra. Comencemos por lo segundo, por la forma.

Arturo Rodríguez siempre ha sido un estudioso del arte que practica. Su inclinación hacia el Renacimiento y al Barroco español revela una mirada siempre en búsqueda de un sostén, o mejor aún, de una estructura donde le sea posible situar su complejo mundo visual. Ambos momentos de la historia del arte siempre fueron concientes de que para representar una teatralidad que fue inherente a su concepción del mundo, tenían que montar un escenario regido por las más estrictas leyes de la composición y la perspectiva.

Pasando el tiempo y en plena vanguardia del siglo XX, los cubistas mantuvieron como principio la importancia de una estructura basada en las formas geométricas que Cezanne había prefigurado en su arte. Arturo Rodríguez recoge esa larga tradición creando en sus obras unos escenarios hábilmente contruidos a partir de una deconstrucción de los mismos pero teniendo en cuenta un pasado que se remonta al Renacimiento y el Barroco.

Pasemos al contenido donde Arturo Rodríguez expresa su visión del mundo.

Esa visión suya posee una teatralidad que como señalé antes hunde sus raíces en el siglo XVI. La formación de todo un espectáculo poblado a veces por situaciones que se oponen entre sí, enriquecía la concepción que los pintores de aquella época poseían de la pintura. La narrativa tenía que tener una intrincada representación distribuida en muchos casos a todo lo largo del cuadro en distintos subescenarios. Eso es precisamente lo que Arturo Rodríguez logra hacer con su obra. Pero Arturo es un pintor actual, hijo de una época que ha tenido que enfrentarse a una condición trágica y absurda de la existencia. El teatro del absurdo y la pintura expresionista han dado testimonios de ese enfrentamiento así como el Surrealismo ha elevado un mundo al revés a una condición poética. De ahí que los cuadros de Arturo Rodríguez posean esa mirada cargada, en última instancia, de un sentido del humor que se expresa bajo distintas modalidades.

Pensemos en una específica: en lo grotesco. Lo grotesco ha sido aceptado como una categoría estética a partir de la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, estuvo presente en todos los tiempos. Pongamos el arte medieval como ejemplo y en el mismo encontraremos innumerables figuras grotescas adornando catedrales o iluminando manuscritos. Pero la representación teatral de lo grotesco le pertenence al siglo XVI. El énfasis en el terror y en lo cómico al mismo tiempo le brinda una nueva dimensión que puede verse en la obra de nuestro pintor. En sus cuadros los personajes aparecen como queriendo saltar de los mismos para representar toda suerte de piruetas. En ellos muchos de sus personajes aparecen distorsionados o retorcidos hasta convertirse en muñecos que reflejan una aberración de las formas. Esto último es el título de una obra fundamental de Jurgis Baltrusaitis quien ha estudiado el tema a fondo. Lo grotesco, pues, termina siendo de acuerdo con otro autor, Wolfang Kayser, ``la estructura de un mundo alienado, su sentido lúdico juega con lo absurdo que surge de ese mundo''.

Entre los cuadros que Arturo Rodríguez está exponiendo se encuentra una serie titulada Situación la cual emplea la anamorfósis de los rostros para llevar al paroxismo su concepción de lo grotesco. Baltrusaitis, de nuevo, ha investigado el asunto señalando que posee ''más allá de una curiosidad técnica, una poética de la abstracción, un poderoso mecanismo de ilusion óptica y una filosofía de la realidad ficticia''. Las imágenes que surgen de ese procedimiento obedecen, por lo tanto, a un sistema de interpretación de la realidad más profundo de lo que aparece. Recordemos la enigmática figura anamorfica que yace a los pies de los Embajadores de Holbein. Dalí, por su parte, utilizó esas deformaciones siguiendo su método ''paranóico--crítico'' sin olvidar a Chagall y sus personajes haciendo cabriolas encima de techos o flotando por los aires.

La otra serie que comprende la mayoría de la exposición está realizada, al contrario de la primera, con colores de bajos tonos pero siempre poniendo en evidencia su interpretación trágico-cómico-grotesca de la realidad. Dentro de sus estructuras Arturo Rodríguez crea en sus Interiores unas situaciones dramáticas con personajes algunos realistas pero otros en contraste, desfigurados y contrahechos. Según el mismo pintor son ''historias sin narrativa, donde coexisten muchas aproximaciones diferentes sobre la misma superficie, como la lógica de un poema, la fabricación de un sueño o la textura de la memoria''. Por último, además de sus óleos existe otra serie de acuarelas, dibujos, ect., que parten del mismo tema pero que muestran el núcleo donde nace la mirada de este pintor.

Nos encontramos, pues, frente a una excelente muestra que refleja años de aprendizaje y al mismo tiempo la continuación de una visión que nunca ha cesado de ver la realidad en lo que ésta posee de absurdo. Buen augurio para una galería que acaba de abrir sus puertas.

La exposición ''Obra reciente de Arturo Rodríguez'' se encuentra abierta en la galería David Castillo desde el 12 de noviembre hasta el 13 de diciembre. 2234 NW 2nd. Ave. Miami, (305) 573-8110, www.castilloart.com. Lunes a sábado de 10 a.m. a 6 p.m. o por cita previa.


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