lunes, 14 de noviembre de 2005

GALIA GARCÍA-PALAFOX

Un edificio de apartamentos hace las veces de Cuba

Mientras no sea hora de dormir, la puerta del apartamento 615 está siempre abierta, una costumbre que sus habitantes trajeron de la isla donde nacieron.

"Llega, llega", dice William Álvarez a quien alcance a ver pasar desde su puerta.

Los que pasan son sus vecinos en un edificio de apartamentos en South Gessner, donde viven decenas de refugiados cubanos. El 615 es "la casa de los cubanos" o así le gusta llamarla a Álvarez. Lo cierto es que toda la sección oeste del complejo es cubana.

En el 615 hay café cargado para el que quiera, hay ropa nueva para el que acaba de llegar, hay ropa vieja para el que tenga hambre, hay sillones cómodos para el que quiera sentarse a recordar o para el que tenga noticias de la isla.

Álvarez llegó hace cuatro años con su esposa y dos hijos. Fue preso político casi 14 años y otros seis los pasó en arresto domiciliario.

Cuando Caridades Católicas los llevó a vivir a otro edificio, algo no les gustaba, "no oía a nadie hablando español" y les cayó la tristeza.

Unos días después alguien entendió que estaría mejor entre los cubanos.

Llegaron al 615, en el ala de los cubanos, donde a los recién llegados se les recibe con regalos, consejos y arroz con pollo.

De todo para todos

Cuando un cubano llega la organización que lo recibe le tiene listo un apartamento con camas y artículos de primera necesidad, para todo lo demás están los compatriotas cubanos.

Cuando Letanía Castillo llegó de La Habana hace un año ya se sabía de su llegada. Su tía, que ya vivía en el edificio, y los Álvarez, la recibieron con el apartamento amueblado y le consiguieron ropa para ella y sus hijos.

Los muebles no eran nuevos, habían pertenecido a alguna otra familia cubana que ya no los necesitaba. Porque en la Pequeña Habana o la Pequeña Hialeah, como a algunos les gusta llamarla, saben de reciclaje.

Los sillones que adornaban la casa de los Álvarez cuando llegaron son los que le dieron a Castillo a su llegada, y cuando Odalys Álvarez se mudó del edificio le regaló otros más nuevos; los viejos no fueron a dar a la basura, ahora le sirven a otro paisano.

"A los cubanos les falta todo", dice Nersa Cepero, una de las cubanas que no vive en la Pequeña Hialeah pero visita cada semana para llevarles ropa, muebles usados o trastes que la gente le regala.

Lo que más les falta no son cosas materiales, esas siempre se consiguen, lo que les falta cuando llegan son ciertas habilidades para vivir en una ciudad que poco o nada se parece a La Habana o a Matanzas. Como casi todos los cubanos que llegan, Castillo no sabía manejar. "Al principio siempre hay un vecino que te lleve al médico o a alguna cita de trabajo", dice. Aun mejor, el que tiene más tiempo enseña al otro a manejar.

Para cuidar a los niños están los Álvarez, que han hecho de su apartamento una guardería infantil.

El primer niño llega a las 6:20 am, el último a veces se va hasta el día siguiente. Todos los días desfilan 24 niños que hablan alto, juegan béisbol y saben bailar.

La regla de los Álvarez es: a los cubanos recién llegados y a los que se quedan sin trabajo no se les cobra.

A pesar de haber construido su pequeño refugio cubano, las pláticas entre ellos tienen un sabor amargo.

Siempre aparece el recuerdo del que se quedó en Cuba y seguramente no estará comiendo arroz con pollo.

"Allá con los pellejos del pollo se hacen tres comidas", recuerda Castillo.


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