POR CHRISTINE ARMARIO ASSOCIATED PRESS
10/26/2014 12:39 PM
Los cadáveres aparecieron a 32 kilómetros (20 millas) de una popular playa del sur de Florida: Cuatro hombres, todavía jóvenes. Sus restos lucían gravemente deteriorados: mordidos por tiburones y con rostros irreconocibles.
Uno tenía una cicatriz en forma de herradura en la cabeza. Dos tenían tatuajes: Uno de una araña, y el otro de un tigre con una flor. El cuarto llevaba un par de calzoncillos naranja y un reloj dorado.
La Guardia Costera de Estados Unidos los entregó a la oficina del médico forense del condado de Broward, donde permanecieron durante días. Se trató de cuatro muertos más entre los miles que han perecido tratando de cruzar el turbulento Estrecho de Florida.
A menudo los restos de balseros que llegan a aparecer cerca de las costas de Estados Unidos están en tal mal estado que no pueden ser identificados visualmente, pero las relaciones políticas hacen ese proceso aún más difícil con los inmigrantes cubanos. Debido al estancamiento diplomático de cinco décadas entre Estados Unidos y Cuba, los patólogos no pueden buscar los registros dentales o de ADN de familiares en la isla.
"Los medios convencionales de identificación no funcionan", dijo Larry Cameron, director de operaciones del médico forense del condado de Miami-Dade.
Muchos balseros que huyen de Cuba simplemente desaparecen. Cuando se hallan sus cadáveres, que a menudo no tienen documentos, sólo dejan un rompecabezas de cicatrices, tatuajes, cirugías y ropa.
A veces llegan familiares en Estados Unidos y proporcionan muestras de ADN para tatar de buscar coincidencias. Otros cuerpos permanecen sin identificar, y en vista de que la ley de Florida prohíbe la cremación, los huesos se almacenan en depósitos de cadáveres durante años.
La morgue de Broward tiene cadáveres que datan de la década de 1970. Muchos otros están enterrados en cementerios para mendigos después de que se les extrae el ADN, marcado sólo por un número, "y nunca sabemos si esos balseros no se perdieron en el mar", dijo Ramón Saúl Sánchez, presidente del grupo del exilio Democracy Movement (Movimiento Democracia).
La identificación de los restos se ha vuelto una prioridad de nuevo para los médicos forenses de Florida, en medio de un aumento de 75% este año del número de cubanos que tratan de cruzar por mar. Al menos 3,722 cubanos han sido interceptados o lograron llegar a las costas estadounidenses en el último año fiscal.
La Guardia Costera de Estados Unidos ha interceptado 72,771 cubanos en el mar en las últimas tres décadas. Otros miles consiguieron alcanzar las costas norteamericanas o las autoridades cubanas les impidieron salir. Los estudiosos estiman que al menos uno de cada cuatro balseros cubanos no sobrevive, lo que podría significar que 18,000 han muerto.
En agosto, 32 migrantes partieron de Manzanillo, en la costa sur de Cuba, y se quedaron varados en el mar durante casi un mes. Cuando unos pescadores mexicanos los encontraron a principios de septiembre, sólo 15 seguían vivos. Los demás trataron de nadar hasta la costa o murieron y sus compañeros arrojaron sus cuerpos al agua.
Los cuatro cadáveres que fueron encontrados el 24 de agosto en la costa de Florida recibieron menos atención. No hubo sobrevivientes que contaran lo que pasó, pero entonces Sánchez comenzó a recibir llamadas desde Cuba: Un grupo de nueve balseros habían partido desde un sitio cercano a La Habana cinco días antes. Nadie había oído hablar de ellos desde entonces.
Sánchez se reunió entonces con los familiares estadounidenses de ellos —algunos primos lejanos— y acudió con ellos a la morgue de Broward, donde los investigadores pidieron detalles físicos que pudieran recordar.
Aliandi García recordó que su tío José Ramón Acosta, de 35 años, tenía una cicatriz después de someterse a una cirugía cerebral para tratarlo de convulsiones epilépticas. A continuación, los investigadores le mostraron la camisa de Acosta —gris, con un logotipo rojo de Puma-, la misma camisa que García le había dado a su tío cuando él partió de Cuba un año antes.
Los otros dos —Alberto Gonzales Mesa, de 25 años, y Guillermo Enrique Buitrago Milanes, de 45— fueron identificados por sus tatuajes.
El cuarto portaba un reloj Orient de color dorado, ahora empañado por el agua de mar. La familia de Junier Fernández Hernández, de 32 años, lo reconoció de inmediato, pues fue un regalo dado al padre del hombre muerto.
Andrés Díaz nunca pudo reunirse con su primo en vida, pero conserva una pequeña foto de Hernández, con traje y corbata, que fue tomada para un pasaporte que el gobierno cubano le negó.
"Él murió tratando de venir a este país", dijo Díaz. "Vamos a enterrarlo aquí".
Tomado de: El Nuevo Herald
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