sábado, 14 de abril de 2007

[Colaboración para Cubanos sin Fronteras]

Por Julio M. Shiling

El “ronco”, cariñosamente, mi padre le decía. Su notoria voz se trasladó al Paraíso. Rodeado de nuestros próceres y otros ilustres antiguos desterrados, actualmente también transbordados a la Vida Eterna, harán fuerza por la Cuba que se acerca. Incuestionablemente, el especial contenido de la dinámica personalidad de Agustín Tamargo se va a extrañar. Cumplió
cabalmente aquí. Los frutos de las profusas semillas que plantó, asegurarán
que su recuerdo será fácil de inspirar.

Un ser de contrastes era Tamargo. Espontáneo y consistente a la vez.
Eterno bohemio que desafiaba el calendario con su perenne juventud, llevando
siempre un poema en su pensar, sin desterrar la hermosa terquedad que un
hombre de completo principios posee. Y sencillo. Como los versos del
Apóstol, contenía en su mondo y lirondo expresión, la vastedad erudita.
Nació ya con una formación académica. La universidad, que Dios le regaló, la
llevó siempre dentro.

Periodista seminal, 67 de sus 82 años. Esposo, 65 de ellos. Cubano
siempre. La mayor parte de ellos, como tantos otros, exiliado. Obedeciendo a
su espíritu aventurero, emigró primero para conocer el mundo. Que mejor
ciudad para eso que Nueva York. Luego la salida fue recetada por su alergia
a los regímenes no-democráticos y en 1958 salió para la tierra de Alberdi.
Engañado, como casi todo un pueblo, apostó por la revolución barbuda en
Cuba. Su hipersensibilidad a dictaduras (aún en gestación), lo llevó a
olfatear precozmente el comunismo y rechazando las tentadoras ofertas
“revolucionarias”, hacia la ciudad donde más años vivió Martí se exiló. Más
nunca pisaría (en forma humana) suelo cubano.

Fiel a su universalismo, recorrió el continente formando parte de Cuba
en la diáspora. Buenos Aires, Caracas, Nueva York y Miami hospedaron al
insigne periodista. Pero siempre estaba en Cuba. Y Cuba en él. Tal vez eso
explica como reunió el unísono aprecio, tanto en su mortal estado como al
partir, de la compleja amalgama de facciones democráticas cubanas. Este
cubanazo, paradigmático por su cubanía y contrastes, captó el corazón de sus
conciudadanos por eso. Por que llevaba a Cuba dentro. De ese “pan” y “vino”,
puede ingerir toda una nación. Así nos dijo Agustín.


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