martes, 19 de agosto de 2008

18 de agosto del 2008

CASEY WOODS
The Miami Herald

Miguel Jiménez junto a su esposa e hijo.
Miguel Jimenez, doctor cubano que desertó de la misión en Venezuela, vive en Estados Unidos junto a su esposa e hijos.

Los alumnos entran a las aulas en Miami tras una larga jornada como ayudantes de spa, instaladores de televisión por cable y trabajadores de salud a domicilio.

Sacan sus libretas y libros en un curso intensivo para refrescar sus conocimientos de Bioquímica, Anatomía y Microbiología.

Muchos de ellos, canosos ya, hace mucho tiempo que no tomaban nota.

Son médicos cubanos que tratan de abrirse camino en un nuevo país.

"Yo era profesora de Medicina en Cuba. Una se siente extraña al estudiar de nuevo'', dice Daya, quien pidió que no se usara su nombre por completo por temor a represalias contra sus familiares en Cuba. "Nos sentimos afortunados, pero es difícil tener que esforzarse tanto simplemente para volver a ser lo que uno era''.

Daya es una de docenas de profesionales cubanos que han venido a Miami tras abandonar las misiones médicas cubanas en Venezuela.

Frecuentemente tienen dos empleos y aún así tienen que sacar tiempo para estudiar. También tienen que aprender inglés para tratar de aprobar el examen de idioma, el primero de los muchos obstáculos que deben superar, para poder practicar de nuevo su profesión.

A veces se maravillan y a veces se espantan con el sistema médico de Estados Unidos, tan avanzado pero con millones de pobres sin seguro.

"Estar aquí es como aprender a caminar de nuevo porque hay que acostumbrarse a muchas cosas'', opina Daya, quien vive en un minúsculo apartamento en Hialeah, trabaja de ayudante médica por la mañana y toma clases de noche.

El gobierno federal la ayuda a costear los cursos preparatorios, pero ella tiene que pagar de su bolsillo los $700 que cuesta cada uno de los cuatro exámenes que espera aprobar el próximo año.

El camino de Daya hasta Miami comenzó en un apartado y pobre pueblo de las montañas de Venezuela.

El trabajo era difícil debido a la falta de medicinas y equipos, que a veces hacía de su trabajo algo "aterrador''.

Otras dificultades surgieron con responsabilidades que no esperaba: Su papel de "voz social'', como le decían sus superiores. Se espera que los médicos cubanos inculquen sus "valores'' socialistas a los pacientes que atienden.

"Nadie nos había dicho que habría que jugar un papel político'', dice.

Daya nunca se imaginó que vendría a Estados Unidos hasta que comenzó el programa especial de visas para médicos cubanos, que acelera las solicitudes de residencia para los que desertan de misiones fuera de la isla. Se le abrió la puerta a una nueva vida.

Un domingo del 2006 les dijo a sus colegas cubanos que iba a la boda de unos amigos. Se fue a Caracas a casa de otra persona.

Solicitó la visa en noviembre de ese año y compró un boleto de avión con dinero que había ahorrado. Dos meses después estaba en Miami trabajando en una casa mientras se encaminaba.

"Para nosotros este país representa la libertad de buscar un futuro mejor'', comentó.

Otros nunca pensaron que decidirían irse de Cuba.

Miguel Angel Jiménez estaba preparando su regreso a Cuba en el 2006 después de una misión de dos años en el estado Anzoátegui, en el nordeste de Venezuela.

Lo había aceptado porque con ello su sueldo había aumentado de $25 a $300 mensuales, pero siempre planeó regresar a Cuba por los dos hijos que tenía en la isla.

Jiménez incluso había convencido a su esposa venezolana de 46 años, que tenía siete meses de embarazo, de irse a vivir con él a Cuba.

Una semana antes de irse, el gobierno cubano le dijo que su esposa tendría que depositar $5,000 en una cuenta bancaria cubana para que le permitieran irse con él. De lo contrario, tendría que ir a Cuba con una visa de turista de un mes.

"Me sentí traicionado porque lo habíamos hecho todo bien'', manifiesta Jiménez mientras carga al niño, que ahora tiene 2 años, en el apartamento en que viven en Miami.

Su indignación se convirtió en "imprudencia''. Llamó al jefe de la misión y le dijo airado que se iba. Diez días después, luego de haberle dicho a su esposa que llamara a la prensa si lo detenían, fue al consulado cubano y pidió su pasaporte. El consulado le dio sus documentos y lo dejó marchar.

Jiménez trabajó dos años en una clínica privada. Consideró la posibilidad de quedarse allí permanentemente, pero se alarmó al ver las inclinaciones de Chávez hacia el socialismo estilo cubano.

"Cuando empezó a socializar la medicina decidí que ya bastaba'', opina Jiménez. "Se habían llevado 40 años de mi vida con esas cosas y no los iba a dejar que siguieran''.

Vino a Miami con su esposa y su hijo en el 2007. Estuvo instalando servicio de televisión por cable nueve meses, hasta que pudo conseguir trabajo en una compañía de servicios médicos a domicilio.

Jiménez es de los pocos que están dispuestos a hablar en público de su deserción con su nombre completo.

Muchos médicos temen por sus familiares en Cuba, especialmente los que esperan poder traer a sus hijos a Estados Unidos, algo que sólo es posible si el gobierno cubano los autoriza a salir.

Jiménez admite que su deserción puede perjudicar a sus familiares. Tiene una hija de 21 años que es miembro de una prestigiosa compañía de danza y sabe que ahora es "muy poco probable'' que la dejen bailar fuera de Cuba.

"Pero eso no va a cambiar porque yo hable'', añade. "Ya eso es un hecho''.


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