Especial/El Nuevo Herald
Desde 1960, año de su salida de Cuba, el pintor Joaquín Ferrer (Manzanillo, 1929) vive y trabaja en París. En la capital de Francia ha concebido lo esencial de su obra y un excelente muestrario de la misma que abarca el período 1970-2006 se exhibe hoy bajo el título de Parcours, en la galería parisina Les Yeux Fertiles, del barrio de Saint-Germain.
A lo largo de todo este período el arte de Joaquín Ferrer, ni heterogéneo, ni uniforme, expresa mediante una secuencia de indicadores visibles lo que permite definir su estilo personal y auténtico. Uno de esos indicadores permanentes es la estructura misma de las formas que se asemejan a laberintos lúdicos a la vez que dotan al todo de una simultaneidad de planos superpuestos en los que interviene la nitidez del color. Esos laberintos, similares a lingotes, barras, arcos en tensión, incluso a erupciones telúricas, son la caja de resonancia del fondo infinito, casi siempre dotado de la plenitud de un tono en apariencias sereno.
Las estructuras alambicadas se mueven dentro del espacio o quedan fijadas, como sucedería con la visión de un campo labrado desde las alturas, según se coloque el espectador. Entonces, se produce la fusión, deudora del arte de Ferrer, de expresión lírica y geometría espacial, en perfecta comunión y exquisito equilibrio.
Tal vez haya sido la presencia de esas formas racionales y espectrales a la vez lo que instara al artista Max Ernst a prologar y presentar, en 1968, bajo el signo de lo auténtico, la primera exposición personal de Ferrer en la galería parsina de Le Point Cardinal. Desde entonces no han faltado al artista las perspectivas críticas, donde cunde el entusiasmo, de parte de escritores franceses de renombre: Alain Bosquet, Lionel Rey (autor del libro Joaquín Ferrer: L'imaginaire absolu, publicado en las Ediciones Palantines, Quimper, 2001), Claude Bouyeure, y Jean Paget, entre otros.
La exposición retrospectiva en la galería Les Yeux Fertiles permite apreciar asimismo las obras más recientes del artista, entre las que se destaca la serie Passé recomposé que iniciara a partir de 2005. En ella, la renovación visible de la expresión plástica de Ferrer, ha hecho que el crítico Serge Fauchereau sitúe al artista en la estirpe de los grandes visionarios de la arquitectura espacial, donde no falta la invocación del maestro Piranesi.
Y es que a diferencia de obras como La nube ultrajada (2003) o Paisaje inspirado de una historia verídica (2004), en las que las figuras emergen para lanzarse a la conquista del espacio, en la reciente serie mencionada, el espacio, al igual que la arquitectura interior de un templo de la metafísica, ha invadido el lienzo para expresar la profunda reflexión en que se sumerge el arte del creador. Digamos, para entenderlo mejor, que Ferrer ha logrado adentrarse en el laberinto de sus formas misteriosas y sólo un hilo de Ariadna podría guiar al espectador por las múltiples galerías que como lazos se anudan y retuercen para formar un caleidoscopio de ideas, una revisión de todo lo que hasta hoy ha inspirado su arte.
Con Parcours queda la satisfacción del recuento de casi cuatro décadas de consagración a la pintura y un salto que hacia el futuro, como los conquistadores infatigables del espacio, sin importarle las barreras de la tierra, el mar o el cosmos, ha dado Joaquín Ferrer, para afirmarse, una vez más, como uno de los artistas cubanos de importancia capital para el entendimiento de arte mundial del siglo XX.
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