Rafael Rojas: “Cuba necesita memoria y reconciliación”
Considerado uno de los más prestigiosos jóvenes historiadores hispanoamericanos, Rafael Rojas aúna en Tumbas sin sosiego tanto rigor, como conocimiento y pasión. Sabe que su libro va a irritar a todos, a los cubanos de dentro (por los horrores que describe sin estridencias), y a los “gusanos” de Miami, por creer en una salida a la dictadura castrista “no violenta ni revanchista”.
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Está a punto de llegar a España, así que desde México (donde vive desde 1991), Rojas confiesa que sí, que sabe que este libro “y, en general, mis posiciones molestan, sobre todo, a la clase política de la isla por la centralidad que tiene en mi trabajo la crítica del orden totalitario, marxista-leninista, primero, y nacionalista-castrista, después, que desvirtuó la cultura moderna de la Revolución. En el exilio sólo se irritan pequeños sectores que no quieren dejar atrás el anticomunismo de la Guerra Fría y que aún le apuestan a una solución violenta y revanchista al problema cubano. A unos y otros les incomoda la crítica de ese régimen de partido único y caudillo eterno, que personifica Fidel Castro, articulada desde un discurso incluyente, flexible, y desde la experiencia de un intelectual nacido y educado en la isla después de 1959”.
Un intelectual licenciado en Filosofía por la Universidad de La Habana y Doctor en Historia por el Colegio de México, que en Tumbas sin sosiego recorre las trayectorias vitales y literarias de un buen puñado de intelectuales a los que, aquí y ahora, retrata. Son, por ejemplo, Lezama Lima (“Monarca de la literatura, que edificó su propio reino con imágenes asombrosas y lecturas rarísimas, en el corazón de La Habana, a mediados del siglo XX. Un creyente de la poesía como saber y como redención, que buscó siempre, por medio de amistades y revistas, la fundación de alguna comunidad intelectual”); Alejo Carpentier (“Narrador moderno por excelencia, consciente de que la novela contemporánea debía ser una reescritura de la historia”) y Virgilio Piñera (“La entrega a la escritura como liberación moral y como testimonio del absurdo cotidiano”).
La prosa, refugio del exiliado.
Considerado uno de los más prestigiosos jóvenes historiadores hispanoamericanos, Rafael Rojas aúna en Tumbas sin sosiego tanto rigor, como conocimiento y pasión. Sabe que su libro va a irritar a todos, a los cubanos de dentro (por los horrores que describe sin estridencias), y a los “gusanos” de Miami, por creer en una salida a la dictadura castrista “no violenta ni revanchista”.
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Está a punto de llegar a España, así que desde México (donde vive desde 1991), Rojas confiesa que sí, que sabe que este libro “y, en general, mis posiciones molestan, sobre todo, a la clase política de la isla por la centralidad que tiene en mi trabajo la crítica del orden totalitario, marxista-leninista, primero, y nacionalista-castrista, después, que desvirtuó la cultura moderna de la Revolución. En el exilio sólo se irritan pequeños sectores que no quieren dejar atrás el anticomunismo de la Guerra Fría y que aún le apuestan a una solución violenta y revanchista al problema cubano. A unos y otros les incomoda la crítica de ese régimen de partido único y caudillo eterno, que personifica Fidel Castro, articulada desde un discurso incluyente, flexible, y desde la experiencia de un intelectual nacido y educado en la isla después de 1959”.
Un intelectual licenciado en Filosofía por la Universidad de La Habana y Doctor en Historia por el Colegio de México, que en Tumbas sin sosiego recorre las trayectorias vitales y literarias de un buen puñado de intelectuales a los que, aquí y ahora, retrata. Son, por ejemplo, Lezama Lima (“Monarca de la literatura, que edificó su propio reino con imágenes asombrosas y lecturas rarísimas, en el corazón de La Habana, a mediados del siglo XX. Un creyente de la poesía como saber y como redención, que buscó siempre, por medio de amistades y revistas, la fundación de alguna comunidad intelectual”); Alejo Carpentier (“Narrador moderno por excelencia, consciente de que la novela contemporánea debía ser una reescritura de la historia”) y Virgilio Piñera (“La entrega a la escritura como liberación moral y como testimonio del absurdo cotidiano”).
La prosa, refugio del exiliado.
También se detiene en Cintio Vitier: (“El más laborioso y refinado pensador de la poesía que ha dado Cuba. Su labor como clérigo de la Revolución es y será muy criticada por los demócratas cubanos”); Guillermo Cabrera Infante (“Elevó el castellano hablado en Cuba al gran estilo de la literatura occidental. Otro moderno que, a diferencia de Carpentier, entendió la narrativa, no como reescritura, sino como parodia de los dramas históricos. La buena prosa era, para Cabrera Infante, el refugio del exiliado”); Heberto Padilla (“Fue el primer poeta cubano que se atrevió a nombrar los horrores del estalinismo en la isla. El que resumió su poética en estos versos libertarios: “Di la verdad./ Di, al menos, tu verdad./ Y después/ deja que cualquier cosa ocurra:/ que te rompan la página querida/ que te tumben a pedradas la puerta”), Reinaldo Arenas (“Vida y cuerpo entregados a la escritura, en la tradición de Piñera. La vida de Arenas, en la isla y en el exilio, es una suerte de martirio profano”) o Raúl Rivero (“Poeta con los ojos abiertos a su realidad, en la tradición de Padilla, pero también de Nicolás Guillén y Eliseo Diego. Cronista atento y piadoso del deterioro físico y moral de las ciudades cubanas en las dos últimas décadas. Es el escritor más importante con que cuenta el exilio cubano en la actualidad”).
–¿Qué va a pasar con la intelectualidad de la Isla cuando se produzca la transición a la democracia?
–Cuando se inicie la transición a la democracia, los intelectuales de la Isla, hayan sido leales, silenciosos o críticos, intervendrán en una nueva esfera pública, abierta y tolerante, donde rija la libertad de asociación y expresión. En ese nuevo orden democrático se recompondrán muchas identidades ideológicas y políticas –de hecho, esa recomposición ya está produciéndose–, con el riesgo, siempre inevitable, de que se den casos de lavado de memoria. Lo peor sería, como ha sucedido en tantos países europeos y latinoamericanos, que el tema de la justicia quede varado y no se resuelva de una u otra forma, ya sea por medio del procesamiento judicial de crímenes del pasado –en la Isla y en el exilio– o por medio de una institución especial que trace una política inteligente de memoria y reconciliación.
–¿Y Miami?
–El exilio cubano deberá jugar un papel fundamental en la democratización de la Isla, como agente de la reconstrucción económica del país y como sujeto portador de una experiencia cultural y política moderna. Pero esa intervención, si quiere superar rencores y prejuicios, tendrá que ser respetuosa de los actores de la Isla, provengan éstos de la oposición o del gobierno. Desde el punto de vista cultural, una condición de la futura democracia cubana sería el reconocimiento pleno de la gran obra intelectual del exilio.
–¿Por qué el gobierno cubano recuperar ahora parte de la obra de alguno de los autores silenciados?
–Desde 1992, cuando la desaparición de la Unión Soviética obligó al gobierno cubano a dar un giro hacia el nacionalismo, el Ministerio de Cultura de la isla inició una labor de recuperación de algunas zonas de la literatura republicana y exiliada. Esas zonas corresponden a la obra literaria, no política, preferiblemente anterior a la Revolución, de algunos autores como Gastón Baquero, Lydia Cabrera, Lino Novás Calvo, Jorge Mañach y Eugenio Florit. Además de selectiva, esa arqueología es despolitizadora, ya que en todos los casos se escamotea la fuerte identidad anticastrista de aquellos intelectuales. Por no hablar de opositores y exiliados más recientes de las generaciones postrepublicanas, como Cabrera Infante, Padilla, Reinaldo Arenas, Jesús Díaz, Eliseo Alberto o Zoé Valdés, quienes han sido borrados de la literatura cubana contemporánea.
Confuso fin de régimen.
–¿Cómo logrará Cuba esa nueva energía cívica, sin la que no será posible la transición a la democracia?
– Tu pregunta se refiere a otra de las paradojas de este prolongado y confuso fin de régimen que estamos viviendo los cubanos. Aunque desde 1992 el gobierno ha centrado su legitimación ideológica en el nacionalismo revolucionario, la cultura de la isla y la diáspora, por diversas razones, rechaza el nacionalismo. A mi entender, ese rechazo tiene sus ventajas, pero, también, sus inconvenientes a la hora de construir un nuevo orden democrático. En países postcoloniales como Cuba, el patriotismo sigue siendo la energía cívica primordial de una cultura política republicana. Para que la ciudadanía se involucre en el cambio es indispensable una “mínima moralia” pública, como decía Adorno, que identifique a la comunidad.
–Escribe que cualquier salida del laberinto de la soledad cubana pasa por la democracia, pero... ¿qué papel puede desempeñar Hugo Chavez?
–El respaldo de Hugo Chávez al régimen de Fidel Castro es fundamental para la prolongación de la vida de ese viejo y moribundo artefacto de la Guerra Fría. Estamos hablando de casi 100.000 barriles de petróleo diarios que cubren, como antes la Unión Soviética, el 60% de las necesidades energéticas de Cuba. Sin embargo, como sabemos, se trata de un respaldo coyuntural porque Caracas no es Moscú, el chavismo tiene techo de vidrio y Castro cumplirá 80 años el próximo 13 de agosto.
–¿España puede servir de ejemplo para esa transición?
–Acabo de leerme El camino a la democracia en España de Álvarez Tardío y sólo se me ocurre decirte: ojalá, ojalá que la ordenada y pacífica transición española sirva de modelo para Cuba. Pero me temo que, más allá del ascendente gallego de ambos dictadores, no hay suficientes semejanzas entre franquismo y castrismo como para esperar, en la Isla, un cambio de régimen y una consolidación democrática tan ejemplares.
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