gustavo jarillo
Carlos Franqui. escritor, periodista y exiliado cubano
Una de las bestias negras del castrismo llega a la Feria del Libro con una doble misión: hablar hoy sobre María Zambrano y presentar el sábado su volumen de memorias, 'Cuba, la revolución: ¿mito o realidad?' (Península). Sin embargo, Carlos Franqui es algo más que un exiliado. Es, ante todo, un hombre de cultura que cree en el poder de ésta para cambiar a los hombres y al mundo.
LUIS SÁNCHEZ-MOLINÍ
Sevilla.
Tres vocaciones marcan claramente su vida: la intelectual, la política y la periodística. ¿Cuál ha vivido más intensamente?
Sin duda, la cultura. Hay que ser cultos para ser libres. El periodismo es una vocación que tenía desde que era adolescente; en él he hecho prácticamente de todo, desde vender diarios hasta dirigirlos, y actualmente lo sigo practicando. Sin embargo, no creo haber sido nunca un político, porque a los políticos les interesa el poder, algo que no comparto. A mí lo que me interesa es cambiar el mundo.
Además de a presentar sus memorias, viene a la Feria del Libro para hablar de María Zambrano. ¿Cómo fue su relación con ella?
–La traté sobre todo en Ginebra. La lectura de sus libros me había causado una profunda impresión, ya que en ella convergen la filosofía y la poesía. Es como si, de una manera moderna, renaciera eso que en su día fue Grecia. Cuando hablaba era un auténtico poso de sabiduría y me arrepiento de no haber grabado mis numerosas charlas con ella.
–Usted fue uno de los que forjó el apoyo de los intelectuales europeos a la revolución cubana. ¿Se arrepiente?
–Hay siempre mucha exageración en este asunto. No niego que fui un protagonista de la revolución, pero suponer que un guajiro como yo fue el que convenció a intelectuales como Sartre, Breton o Picasso, es mucho suponer. Más bien creo que había mucha gente (y todavía la hay) que estaba buscando la revolución perdida y Cuba era un espejismo muy tentador. También es cierto que muchos de los que me acompañaron en la mistificación de la revolución cubana luego estuvieron conmigo a la hora de la desmitificación.
–¿Camilo Cienfuegos representa lo que pudo ser y no fue la revolución?
–Fue un personaje interesantísimo. Junto a Castro era el personaje más popular de la revolución. Camilo representaba lo popular: era muy simpático, amante de la libertad, amigo de la fiesta. Pero, ante todo, era un personaje independiente, que nunca fue comunista y que creía en una revolución humanista inspirada en Martí. En el momento que Fidel quiso dar el giro comunista, Cienfuegos pasó a ser un estorbo. En Cuba nadie duda de que fue Castro el que lo quitó de en medio.
–Usted ha cultivado con pasión la crítica de arte, además de escribir libros junto a artistas como Calder, Miró o Tapies. Además, dicen que tiene una magnífica colección de obras.
–Precisamente, ahora voy a publicar un libro con mis textos pictóricos, que son los que me han dado de comer en el exilio. Tomé mucho interés en que los pintores apoyasen la revolución, algo que quedó patente en el Salón de Mayo de 1967 en La Habana, lo que no siempre fue comprendido por el entorno de Castro. Respecto a mi colección, todas las obras que tengo son regalos de pintores amigos.
–¿Es Cabrera Infante el gran escritor cubano del siglo XX?
–Me unió a él una gran amistad. Es el primer novelista cubano que consiguió recrear literariamente lo que es bailar un son. Sus novelas están llenas de música, erotismo, humor... pura Cuba. Tenía un gran sentido de la ética, la amistad y el rigor. Le costó caro.
–¿Cómo ganó el apoyo de Sartre a la revolución?
–Decidió apoyarla después de una conversación que mantuvimos durante más de dos horas. Se sorprendió mucho que en Sierra Maestra leyésemos y discutiésemos sobre el existencialismo. Cuando vino a La Habana disfrutó mucho del baño de masas, la gente lo llamaba por la calle por su nombre de pila, algo a lo que no estaba acostumbrado en Europa. Cuando se dio cuenta que la revolución había dejado de ser espontánea para convertirse en un aparato se llevó una decepción y me miraba a mí como el tipo que lo había embarcado en el asunto.
Carlos Franqui
Pocas personas han vivido una vida tan apasionante como este hombre nacido en una familia campesina cubana en 1921. Después de su paso por el Partido Comunista, pronto abandonó estas ideas para unirse a los barbudos de Sierra Maestra, aún lejos del influjo de la URSS. A él se debe el que lo mejor de la intelectualidad europea apoyase a una revolución que él mismo terminó repudiando por cambiar las ideas de libertad por las del comunismo burócrata. La cultura ha sido siempre su gran pasión y la ha cultivado como animador, poeta, crítico de arte y periodista. Es una de las bestias negras del régimen de Castro, que lo tacha de agente de la CIA y tiene una idea pesimista sobre el futuro de Cuba. Sin embargo, sigue luchando porque las libertades formales (¿hay otras?) vuelvan a la isla.
LUIS SÁNCHEZ-MOLINÍ
Sevilla.
Tres vocaciones marcan claramente su vida: la intelectual, la política y la periodística. ¿Cuál ha vivido más intensamente?
Sin duda, la cultura. Hay que ser cultos para ser libres. El periodismo es una vocación que tenía desde que era adolescente; en él he hecho prácticamente de todo, desde vender diarios hasta dirigirlos, y actualmente lo sigo practicando. Sin embargo, no creo haber sido nunca un político, porque a los políticos les interesa el poder, algo que no comparto. A mí lo que me interesa es cambiar el mundo.
Además de a presentar sus memorias, viene a la Feria del Libro para hablar de María Zambrano. ¿Cómo fue su relación con ella?
–La traté sobre todo en Ginebra. La lectura de sus libros me había causado una profunda impresión, ya que en ella convergen la filosofía y la poesía. Es como si, de una manera moderna, renaciera eso que en su día fue Grecia. Cuando hablaba era un auténtico poso de sabiduría y me arrepiento de no haber grabado mis numerosas charlas con ella.
–Usted fue uno de los que forjó el apoyo de los intelectuales europeos a la revolución cubana. ¿Se arrepiente?
–Hay siempre mucha exageración en este asunto. No niego que fui un protagonista de la revolución, pero suponer que un guajiro como yo fue el que convenció a intelectuales como Sartre, Breton o Picasso, es mucho suponer. Más bien creo que había mucha gente (y todavía la hay) que estaba buscando la revolución perdida y Cuba era un espejismo muy tentador. También es cierto que muchos de los que me acompañaron en la mistificación de la revolución cubana luego estuvieron conmigo a la hora de la desmitificación.
–¿Camilo Cienfuegos representa lo que pudo ser y no fue la revolución?
–Fue un personaje interesantísimo. Junto a Castro era el personaje más popular de la revolución. Camilo representaba lo popular: era muy simpático, amante de la libertad, amigo de la fiesta. Pero, ante todo, era un personaje independiente, que nunca fue comunista y que creía en una revolución humanista inspirada en Martí. En el momento que Fidel quiso dar el giro comunista, Cienfuegos pasó a ser un estorbo. En Cuba nadie duda de que fue Castro el que lo quitó de en medio.
–Usted ha cultivado con pasión la crítica de arte, además de escribir libros junto a artistas como Calder, Miró o Tapies. Además, dicen que tiene una magnífica colección de obras.
–Precisamente, ahora voy a publicar un libro con mis textos pictóricos, que son los que me han dado de comer en el exilio. Tomé mucho interés en que los pintores apoyasen la revolución, algo que quedó patente en el Salón de Mayo de 1967 en La Habana, lo que no siempre fue comprendido por el entorno de Castro. Respecto a mi colección, todas las obras que tengo son regalos de pintores amigos.
–¿Es Cabrera Infante el gran escritor cubano del siglo XX?
–Me unió a él una gran amistad. Es el primer novelista cubano que consiguió recrear literariamente lo que es bailar un son. Sus novelas están llenas de música, erotismo, humor... pura Cuba. Tenía un gran sentido de la ética, la amistad y el rigor. Le costó caro.
–¿Cómo ganó el apoyo de Sartre a la revolución?
–Decidió apoyarla después de una conversación que mantuvimos durante más de dos horas. Se sorprendió mucho que en Sierra Maestra leyésemos y discutiésemos sobre el existencialismo. Cuando vino a La Habana disfrutó mucho del baño de masas, la gente lo llamaba por la calle por su nombre de pila, algo a lo que no estaba acostumbrado en Europa. Cuando se dio cuenta que la revolución había dejado de ser espontánea para convertirse en un aparato se llevó una decepción y me miraba a mí como el tipo que lo había embarcado en el asunto.
Carlos Franqui
Pocas personas han vivido una vida tan apasionante como este hombre nacido en una familia campesina cubana en 1921. Después de su paso por el Partido Comunista, pronto abandonó estas ideas para unirse a los barbudos de Sierra Maestra, aún lejos del influjo de la URSS. A él se debe el que lo mejor de la intelectualidad europea apoyase a una revolución que él mismo terminó repudiando por cambiar las ideas de libertad por las del comunismo burócrata. La cultura ha sido siempre su gran pasión y la ha cultivado como animador, poeta, crítico de arte y periodista. Es una de las bestias negras del régimen de Castro, que lo tacha de agente de la CIA y tiene una idea pesimista sobre el futuro de Cuba. Sin embargo, sigue luchando porque las libertades formales (¿hay otras?) vuelvan a la isla.
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